Alguien empezó a pedir un vaso de agua con urgencia. Estábamos en un restaurante y la voz venía de afuera. La esposa del dueño lo suministró de inmediato. Era para una anciana que se había desmayado en una de las mesas de afuera.
Cuando salí, pregunté qué había pasado y una señora, que parecía no venir con ella, dijo que la anciana no había siquiera tomado el desayuno. Y alguien caritativo se lo ofreció.
Un día antes vi cómo una señora, en el mismo establecimiento, ubicado en la calle 17 con avenida cuarta de Cúcuta, preguntaba cuánto valía un jugo, luego una gaseosa, luego otra más pequeña, pero no había de menor precio. Ella miraba sus monedas y no sabía qué hacer. Alguien se le acercó entonces y le preguntó si la podía invitar a un jugo. Ella aceptó. Y obtuvo el que primero había deseado.
Pero eso mismo no ocurre con otros cientos de hombres, mujeres y niños que llegan a aquella esquina, la de la Unidad de Víctimas, buscando ayuda, quedándose desde las 3 de la tarde en una fila a la que en la mañana siguiente reparten solo 150 turnos para atender en todo el día.
Es decir que una persona puede pasar allí hasta casi 24 horas, para pedir un papel, para preguntar por qué no les llegó el subsidio, para inscribirse y para muchas otras cosas que necesitan. Son personas que han sufrido el dolor de la violencia y que ahora son revictimizados por el propio sistema que les exige una y otra cosa, sin preguntarse si esa persona tendrá ese día para comer o para regresar a su sitio de residencia.
Cuando llegué a esa unidad de víctimas, una de las funcionarias decía, casi a gritos desde la puerta, para que la escucharan, que ese día no podían atenderlos a todos porque no tenían sino dos funcionarios, porque los otros estaban atendiendo en la zona rural.
Y les daba otra mala noticia: no hay red. Y aquellos que tuvieran cita no podrían hacer su diligencia, simplemente por ello. Era lunes. Y por el Pico y Cédula, tendrían que volver el jueves.
Un funcionario de la Unidad de Víctimas que había llegado de Bogotá precisamente para ver qué problemas se presentaban allí, tuvo que dejar de hacer su estudio para empezar a atender muy amablemente a cuanta persona pudiera.
Una de las señoras que atendió, doña Luzdrey, había llegado de una vereda, porque los últimos meses unos hombres armados y encapuchados se llevaron a su esposo y tuvo que salir corriendo con sus hijas. Solo quería saber si ya estaba en la base de datos para que le dieran el subsidio. Tuvo la fortuna de que la atendiera el joven de Bogotá, quien le informó, utilizando un celular y caminando para ver dónde le cogía la señal, que sí estaba inscrita, pero que su subsidio lo recibiría en dos semanas. Si no le llega, vuelve aquí, le dijo.
La señora se quedó pensando y me comentó cómo iba a hacer luego para pedir prestado otra vez los 10 mil pesos que le costaba el transporte y en dónde iba a dejar a sus tres hijas ese día. Es más: en dónde estaría viviendo, porque hasta ese momento iba de finca en finca pidiendo posada. Y aún más inmediato, cómo llegaría hasta el sitio donde le dieron las primeras ayudas humanitarias en Cúcuta y, además, si tendría derecho a que se las dieran. Decidió irse a pie a ver qué le decían allá.
Le dije al delegado de Bogotá por qué no habían abierto la nueva unidad de víctimas que construyeron en la ciudad y que, según algunos funcionarios, no han inaugurado a la espera de que el presidente Santos venga a inaugurarla. Me dijo que no era por eso: “es que no nos la han entregado”.
La inauguración de la sede no les va a arreglar todos los problemas a las víctimas, pero sí van a poder, en un mismo sitio, hacer todas las diligencias, sin tener que hacer, como la señora Luzdrey, caminatas por toda la ciudad, de un despacho al otro.
Me quedo entonces pensando: ¿cuál es el compromiso de los funcionarios o del Estado con estas personas que siguen tiradas en un andén esperando a un turno, rezando para que al día siguiente no les digan que no hay red, y que luego tienen que hacer trámites en uno y otro lado, pidiendo prestada plata y sin siquiera comer, tratando de sobrevivir y de darles por lo menos una ración de comida a sus hijos?
Si hablamos de postconflicto, tenemos que arreglar primero lo que estamos haciendo ahora con las víctimas, para poder atender a todas las demás que habrán de llegar. Tenemos que ponerle corazón a este asunto y pensar en las dificultades de esas personas, y no en imponerles trámite más trámite. Porque esto último sería seguir revictimizándolas.