El piloto dialoga con uno de los técnicos que trata de arreglar el computador del avión.

“Es que yo soy un hombre de mar. Le temo a los aviones. Le manejo un barco pero los aviones me asustan. Por eso es que no dejo de hablar y hablar”, decía un venezolano la noche del sábado 12 de septiembre en una de las salas de espera del Puente Aéreo de Bogotá.

Iba a abordar el vuelo AV9442 de Avianca, rumbo a Cúcuta, que salía a las 10:20 de la noche. Adelante y atrás de él había cerca de 140 personas listas para subirse al avión.

Y esa era la verdad: ese hombre no paraba de hablar. Y para no hacerse cansón, lo hacía con un grupo, luego con otro, luego con una persona, pero a ninguno aburría. A todos les sacaba una carcajada o una sonrisa.

Subimos al avión y luego nos anunciaron que íbamos a despegar. La aeronave empezó a moverse y muy pronto se detuvo. Pasaban los minutos y nada ocurría. Hasta que el capitán informó: ‘Tenemos un problema técnico con un computador. Lo estamos tratando de solucionar. Si en 15 minutos no se puede arreglar, volveremos al sitio de partida y los técnicos lo harán”.

La bulla de protesta empezó de inmediato, pero todos parecíamos resignados a esperar. Al rato el avión volvió a su posición, subieron los técnicos y dijeron que ya todo estaba bien.

Ahora debíamos esperar a que el aeropuerto de Cúcuta autorizara el aterrizaje después de las 12 de la noche, porque a esa hora cierra operaciones. En el Camilo Daza lo autorizaron y arrancamos otra vez. “Bravoooooo”, gritaron varios desde atrás de la aeronave.

Otra vez

Las auxiliares corrieron a repartir jugos y galletas.

Sin embargo, a los pocos minutos, el piloto informó que había vuelto a ocurrir lo del computador, por lo que volvería a la plataforma para que lo arreglaran. No alcanzó a terminar y un coro ya gritaba “Noooooo”, y otros decían “Sean serios!”.

Subieron unos técnicos, los minutos pasaban y los nervios se iban poniendo de punta. Las auxiliares de vuelo corrieron a calmar a los pasajeros con jugos y galleticas. Y lo lograron, pero no por mucho tiempo.

Una pareja cogió sus maletas y los dos se despidieron de los pasajeros: “Hasta luego, nosotros nos bajamos. ¿Y ustedes?”. No los dejaron bajar. Entonces se desesperó el marinero y se fue hasta la cabina. Casi alcanzó a entrar cuando una auxiliar lo detuvo amablemente y se ganó el regaño del hombre que hubiera querido irse por agua y no por entre las nubes.

La gente se empezó a parar y a salir de sus puestos. “No queremos viajar”, “déjennos aquí”, “dejennos bajar”, gritaban unos y otros. Las auxiliares repartían agua. Hasta que el piloto dijo que se cancelaba el vuelo. Y contrario a lo que pudiera pensarse, casi que lo vitorearon. Ya nadie quería viajar a esa hora y con tamaños problemas.

Ya en tierra

En la sala de espera número dos, funcionarias de Avianca corrían para hacerse detrás de los escritorios y empezar a dar los nuevos pasabordos, para el vuelo que reprogramaron para las 5:45 de la mañana. Trabajaban velozmente.

Otras auxiliares también corrían, pero para repartirles café, jugos, galletas, a los casi 140 pasajeros que tiritábamos del frío de la madrugada.

En el escritorio de la sala de espera número uno estaban otras dos mujeres tratando de conseguir a los pasajeros por orden alfabético, para que firmaran el listado de quienes se iban a quedar en el hotel Sheraton, que ofreció la compañía.

¿Sheraton? Apenas se escuchó ese nombre empezaron a cambiar las expresiones. Unos sonreían, otros dudaban y otros, creo que los más, solo mostraban el cansancio y el deseo de descansar ya.

El que iba firmando y recibiendo su pasabordo iba subiendo a un bus que lo llevaba al Sheraton. Y aquí es donde usted tiene que ponerse las pilas. Si le pasa, trate de subirse entre los primeros en esos buses. Porque de ello dependerá cuánto tiempo descansará.

En el Sheraton

Los pasajeros empezaron a llegar antes de la 1 de la mañana al hotel, a hacer fila para chequearse. Aunque había tres empleados haciéndolo, todo parecía muy, pero muy lento. Porque cuando se está cansado, cuando se sabe que cada minuto de espera será un minuto menos para dormir y cuando la señorita de Avianca le dice que tiene que estar a las 4 de la mañana en el lobby listo para salir, a usted se le hace oro cada segundo que pasa.

‘Ve, mirá, vamos a hacer bulla a ver si se apuran’, dijo uno de los pasajeros en el Sheraton, sin éxito. Nadie tenía ganas de nada. Se estaban quedando dormidos sobre las sillas del lobby.

Me dieron la habitación a las 2 de la mañana y un vale para pedir cena. Aún quedaban decenas haciendo fila. “Que se queden de una vez aquí haciendo fila para el ‘check out’”, gritaba irónicamente uno de los pasajeros.

Si uno entra a la habitación a esa hora y dos horas después tiene que estar abajo, no se sabe qué hacer. Si se duerme, puede que no se despierte a tiempo. Si se queda despierto (en caso de que lo resista) y como hicieron algunos, a la mañana siguiente no valdrá nada.

Me curé en salud: puse el despertador del celular y llamé a recepción para que me llamaran a las 4:15. Y, evidentemente, el teléfono sonó. Quedé parado al lado de la cama, contesté y una voz amable de una chica me dijo que en la puerta estaba el señor con la cena que había solicitado. ‘Gracias’, dije. ¡Eran las 3:15 de la mañana! Colgué y me acordé que no había pedido nada. Abrí la puerta y no había nadie. Me recosté en la cama a aprovechar esa horita y fue como si hubiera pasado un segundo cuando escuché el concierto del celular y del teléfono, ahora sí, para despertarme. Cogí mi maleta y bajé.

Todo el mundo estaba comentando lo de la cena. “Pedí la comida y me llegó a las 3:45 y fría. Ahí la tengo entre la maleta”, dijo uno. “Pedí la comida, me quedé esperándola pero llegó hasta ahora. Ahí me alcancé a comer unas papitas antes de bajar”, dijo otro. “¡Ya estaba dormido cuando me despiertan para la cena!”, se quejó uno más.

Cada uno firmó el recibo de salida, que decía que la habitación había costado 145.000 pesos por esas horitas.

¡Daño en el otro avión!

Los pasajeros, en el primer avión, ya iban perdiendo la paciencia y se iban parando de sus puestos.

Al llegar otra vez al aeropuerto me encontré con otra fila. “¿Para qué es?”, pregunté. “Para la indemnización”, dijo un señor. Me reí y me fui a averiguar adelante. Alcancé a escuchar que el señor decía “¡no cree!”. Pero él tenía la razón. Nos dieron una compensación de 200 mil pesos que pueden ser utilizados en otro viaje.

Cuando íbamos subiendo al avión, una señorita de la aerolínea nos iba dando una tarjeta en la que Avianca pedía disculpas por lo ocurrido.

Dormidos o semidormidos, nos acomodamos en las sillas. Cerraron la puerta. Y entonces se escuchó la voz del piloto que decía: “Tendremos unos minutos de retraso para salir, porque hay una falla en el sistema de refrigeración…” y ahí sí fue Troya. Todo el avión se convirtió en un solo grito de protesta.

“Pero tenemos dos sistemas de refrigeración y podemos operar con uno solo. Sin embargo, vamos a hacer la revisión”, alcanzó a decir.

Por fin arrancamos hacia Cúcuta y llegamos, nueve horas después de haber abordado el primer vuelo. Los pasajeros aplaudieron, pero no para felicitar al piloto en este caso, sino para celebrar que por fin hubiera terminado la odisea. “Sí se puede”, “Sí se puede”, corearon una y otra vez.

@VargasGalvis