(Solo para amigos y familiares… y para aquellos a quienes les haya pasado lo mismo)
Fue una tarde mágica. Mi hijo Iván, de 10 años, se había estado preparando para ese día, como si fuera el mejor de su vida. Estaba muy ansioso.
En la mañana se bañó y se cambió, para ponerse el traje elegante que luciría en el Mont Festival de Película 2015, organizado por su colegio, el Montferri, en el teatro del British School, en Bogotá.
No quiso que lo acompañara a la ruta. Y cuando se iba a despedir en el ascensor me dijo que estaba nervioso e hizo los cálculos: van dos padres por cada alumno, entonces va a ir mucha gente. Y él iba a ser el presentador principal.
Le dije que estuviera tranquilo. Que a todos nos dan nervios antes de un gran evento, pero que lo importante no es pensar en la cantidad de personas que lo están viendo, sino estar seguro de lo que uno va a hacer y a decir. Mientras uno esté seguro de eso, se le van a quitar los nervios tan pronto como empiece la función.
“Estaba nervioso cuando íbamos a salir con Gabriela (la otra presentadora principal). Pero dije ‘¡buenas tardes!’ y fue como si el miedo se me saliera por la boca”, dijo después de la función, señalando con la mano como cuando uno exhala.
El Mont Festival lo hacen todos los años y es una gran presentación de bailes y coreografías de cada uno de los salones del colegio y del grupo de Lúdica. El tema de este año era el de las películas.
Cuando se subió el telón vi salir al centro del escenario a mi hijo con su compañera, cogidos de gancho, y fue cuando dijo duro, con voz segura, ‘¡Buenas tardes!’. Luego dio la bienvenida y presentaron el primer acto del día.
Desde ahí empecé a vivir esa magia. Iván se batía en el escenario como todo un profesional, decía sus líneas claras, con ritmo, con gracia, con una actitud envidiable que mereció varios aplausos cerrado de las cerca de 500 personas que conformaban el público.
Atrás nuestro empezaron a hablar de él. ‘Qué actitud’, dijo una persona. ‘¡Que niño tan pilo!’, comentó otro. Y todo eso me hacía revolver el corazón de emoción y de orgullo.
De un momento a otro Iván ya estaba cambiado para participar del baile de Shrek, con su curso, y momentos después tenía otra vez el traje de gala presentando otra parte de la función.
Llegó el baile final, el del grupo de Lúdica, al cual pertenece, y ¡vaya sorpresa! Era el elegido para estar en el centro, bailando rodeado de todos los demás, con su profesora Yuli, de danzas. Lo hizo con energía, bien. Y al terminar tomó el micrófono para anunciar que iban a hablar los directivos.
Él y Gabriela se quedaron en el centro mientras los directivos le hablaban a los presentes y luego Iván pidió que lo dejaran hablar, tomó el micrófono y explicó que el baile y la danza es lo que más le gusta y que esa pasión había nacido gracias a la profesora Yuli… No pudo terminar de hablar y rompió en llanto de emoción. La profesora Yuli lo alzó y lo abrazó fuertemente, mientras el público aplaudía emocionado y yo me secaba las lágrimas en mi asiento.
Luego de ello, Iván se calmó rápidamente, tomó el micrófono y con su compañera Gabriela despidieron el espectáculo e invitaron al del próximo año. El público los aplaudió sinceramente y yo seguía escuchando los elogios que el público iba haciendo de mi hijo.
Me parecía estar viviendo una de esas películas en las que el protagonista mete a última hora el balón en el aro, el público lo aclama y lo saca en hombros y padres e hijos se confunden después en un solo abrazo de emoción y de orgullo. Como lo hicimos con Iván al final.
Fui al sitio donde estaban entregando los estudiantes a los padres, lo alcé, lo estreché entre mis brazos tanto como pude y le dije, con las lágrimas a flor de piel, que estoy superorgulloso de él.
Cuando íbamos saliendo, conocidos y extraños lo felicitaban y su madre y yo caminábamos a su lado como si quisiéramos gritar ¡él es mi hijo!!! ¡Es mi hijo!!!, con ese orgullo de padre y madre, luego de una tarde-noche mágica que jamás se olvidará.
@VargasGalvis