La tuna es pícara. Te enreda: te sube y te baja, pero no te deja caer porque te sube tanto, que caes en algodones cuando deja de sonar.
Hay tenores, hay gracia, hay sentimiento, hay ritmo, que no vale de nada si no es porque detrás hay una buena cantidad de hombres y de mujeres que están allí solo para hacerte reír, cantar y disfrutar.
La tuna es irónica, es graciosa, es inteligente. Es una cadena de anécdotas, ciertas o no, que están hechas solo para que puedas disfrutar.
La tuna no es solo el cúmulo de cintas de la capa, que tienen su propio significado, como por ejemplo el del número de novias que ha tenido el jovencito que las luce. También es una de las máximas expresiones del cantar con gracia, que nos llega al corazón.
«Cuando la tuna te dé serenata/ No te enamores compostelana/ Que cada cinta que adorna mi capa/ Guarda un trocito de corazón/ Ay tra la la lai la la la/ No te enamores compostelana/ Y deja la tuna pasar/ Con su tra la la la la». Así cantan Compostelana, hombres y mujeres, jóvenes y menos jóvenes, con esa pasión que transmite vida, felicidad.
Mientras las guitarras, las bandurrias y los laúdes llenan el salón con sus cuerdas, y el unísono coro canta a voz en cuello, uno o dos hombres deben salir al ruedo. Cuando son dos es una especie de reto mutuo, para ver quién hace sonar mejor y con más gracia sus panderetas.
Mientras uno salta y baila haciendo sonar su pandereta con el codo, la rodilla y el pie, el otro se escurre en el suelo, dobla sus piernas en él y echa hacia atrás su cuerpo, quedando boca arriba, golpeando su cuerpo con su instrumento, con un ritmo perfecto.
Entre tanto, sus compañeros se mecen de lado a lado, tocan y cantan, ríen con tanto entusiasmo, que uno quisiera que fuera un espectáculo de nunca acabar.
La tuna es pasión, es alegría, es magia, es la máxima expresión de un pueblo cuando le quiere gritar graciosamente a otro que lo ama, que somos iguales, que somos uno solo, que, como la tuna, la vida se vive en plenitud.
Cuando se ve una tuna, la vida es una sola: llena de paz. Es estar inmerso en el amor por el universo, decirle al mundo que lo amamos, gritar que nuestro cuento es amar.
Una tuna no solo es española. También lo es colombiana o latinoamericana, si en el corazón tiene ese grito inmenso que llama al mundo a amar a los demás y a vivir felices.
No hay tuna que no haga reír. No hay tuna que no nos llene el alma y nos haga sentir dueños del mundo con una sola canción.
Con la tuna, siempre habrá una mañana de carnaval. Y eso no lo pueden hacer sino hombres que estén conectados con el corazón al Dios en el que cada uno crea, para seguirle el juego de enamorar a los demás, de hacerlos creer en la vida, de levantarles el ánimo hasta convencerlos de que son capaces de mover al mundo.
Así es que, si en algún momento está deprimido, no lo piense más: ponga una tuna, la que quiera, por Youtube, o, mejor aún, vaya a verla donde quiera que esté.