Esa noche me quedé en casa de uno de mis mejores amigos, Óscar Cardona Márquez. Todavía éramos colegiales y me acomodé en unos sillones de la sala, ya para dormir. Eran esas épocas en las que un equipo de sonido era lo máximo. Y él lo tenía. Yo no. Y quería escucharlo. Y él, sin saberlo, me dijo muy amablemente, que si me dejaba algo de música. ¡Sí!, dije de inmediato. ¡Camilo Sesto!
Óscar tenía el casete, que para esa época era lo máximo en grabación, lo puso y se fue a su habitación. Yo me quedé allí, con los ojos más abiertos que nunca para no dormir, porque quería extasiarme con cada una de las tonadas de Camilo Sesto. Para esa fecha, ya era el ídolo de mi vida. Y me llenaba el alma con cada frase, con su voz, con esa pasión con la que cantaba, con ese amor y ese desamor, ese dolor y esa felicidad.
“Algo de mí, algo de mí, algo de mí, se va muriendo. Quiero vivir, quiero vivir, saber por qué, te vas amor… Te vas amor, pero te quedas, porque formas parte de mí….”, escuchaba extasiado cada vez que tenía la oportunidad, aunque yo no tenía novia, ni la había perdido, ni mucho menos formaba parte de mí.
Pero era eso que le pasa a uno de adolescente: uno se enamora del amor. Uno vive un mundo que le llena el corazón sin saber por qué. Y a mí me llenaba el amor y el desamor de Camilo Sesto, me extasiaban Nino Bravo, Raphael, Julio Iglesias, Miguel Bosé y tantos otros que supieron en su momento cómo llegar a las fibras más íntimas del corazón de los humanos, hasta que se hicieron ídolos por sí mismos.
Pero Camilo Sesto era el ídolo de los ídolos. El día después de que se fue a los brazos de Dios, vi una foto que publicó alguien en Twitter. A su derecha había alguien que le estaba entregando un premio por la mayor cantidad de discos vendidos. A la izquierda había un jovencito, flaquito, menudito, que creí que fuera su hijo, pero que después supe que era Miguel Bosé. Un hombre a quien Camilo Sesto le entregó muchas de sus composiciones para que se hiciera famoso.
Sesto parecía no querer la fama en un momento. Por eso le daba lo que producía a los demás. Pero el mundo habría de reconocerle su grandeza.
Un día llegó a Colombia. Su casa disquera me programó una entrevista con él en una suite del Hotel Tequendama. No podría ser mejor la vida. Iba a conocer al ídolo de mi vida y le iba a poder preguntar lo que se me ocurriera.
Llegó el día. Entré a la suite y nos sentamos con los promotores de la casa disquera en una salita. Había una puerta al frente. Sabía que por ahí debía salir. Esperamos un tiempo y yo no perdía la mirada de aquella puerta. De pronto se abrió. Salió de allí Camilo Sesto. Yo quedé estupefacto. No pude musitar palabra. Lo vi, cerré mis ojos, los abrí y lo volví a ver.
Lo que me estaba pasando no era lo de un fan. Era lo de un hombre decepcionado. Lo vi, con su pelo largo, pero extremadamente maquillado, y pensé que así no lo había imaginado jamás.
No me pregunten qué le pregunté, ni qué escribí después. No lo sé. El hecho es que en ese momento, el ídolo de mi vida, me parecía que ya no era el mismo.
Salimos de la suite y los promotores de la casa disquera no disimularon, sino que me dijeron ¿Qué le pasó? Los tenía acostumbrados a sorprender a los artistas con peguntas distintas. Pero ese día, fui un fracaso.
No supe qué responderles. Pero igual, me aseguraron las entradas para el concierto de esa noche. Y fue allí cuando entendí. Todo era parte del perfomance. Había un inmenso globo, que se abrió de lado a lado y del cual salió Camilo Sesto, igual que lo había visto en la suite. Y apenas dio su primera melodía, supe que estaba ante el ídolo de mi vida.
Esa noche lloré, lo confieso. Lloré de emoción. Estaba ante el más grande de los grandes y escuchando lo que yo quería.
El sábado pasado me enteré de que Camilo Sesto se fue a los brazos de Dios. Me dio duro. Y hoy, con el alma entera, le doy gracias y le digo que por él conocí el amor, que por él mi adolescencia sigue intacta en mi imaginación, que por él lloré sin saber por qué, soñé, viví, canté y llené mi alma de amor.
Gracias Camilo. Gracias. Fuiste el más grande y tuviste la humildad para que otros vivieran tus sueños. Les diste a grandes de la canción el impulso que necesitaban para ser grandes. Nos haces soñar, aún desde el cielo, y nos haces entender que hay una palabra que debemos clavar en el alma y es ‘amor’.