Estábamos viendo en los noticieros cómo los vándalos destruían lo que encontraban a su paso, cómo en Cali se estaban entrando hasta en las casas para robar, cómo atacaban en muchos sitios sin que la policía o el Esmad los pudiera contener.
Eran pasadas las 7 de la noche del histórico 21 de noviembre de 2019. En ese momento al país le llegaban con dolor las noticias de los vándalos, después de haber visto durante todo el día un ejemplar comportamiento de cientos de miles de personas que en todo el país marcharon en paz, con cánticos, con bailes, con comparsas, con expresiones teatrales, con silenciosas expresiones de personas que se sentaron en el pavimento, vestidas de blanco, para expresar su insatisfacción, o con el andar en cámara lenta de un grupo de personas para decir que el arte estaba presente allí.
Y cuando estábamos viendo eso, por lo menos en Bogotá, empezamos a escuchar el sonar de las cacerolas a nuestro alrededor. No era en el televisor, era en nuestro barrio. Eran nuestros vecinos. ¡Eran cacerolas!
Alguien había llamado en redes sociales a hacer sonar las cacerolas. En principio se dijo que para rechazar a los violentos que estaban azotando varios sectores de la ciudad. ¡Perfecto! Pero los ciudadanos, los buenos ciudadanos, se encargaron de demostrar que sí iban al cacerolazo, pero para unirse, además, a la protesta que durante todo el día habían protagonizado estudiantes, campesinos, indígenas, personas de bien que no están de acuerdo con el rumbo que está tomando el país.
No alcanzaron a pasar minutos, cuando las cacerolas se empezaron a oír en el occidente, en el oriente, en el sur, en el norte.
Alguien empezó a hacer sonar su cacerola, o su olla, o su sartén. Nunca sabremos quién lo hizo primero. Pero lo que sí quedará escrito en la historia es que a esa cacerola siguió otra, y otra, y otra, y una más….
En principio, el sonido provenía de las ventanas, de las puertas de varias casas, pero después se empezó a trasladar a las calles. Y pasó lo que nadie había previsto: el abuelo, la abuela, el niño, el papá, la mamá, los primos, salieron a la calle, con la confianza de que estaban en su barrio y viendo que sus vecinos estaban haciendo lo mismo. Nadie les dijo que lo hicieran. Simplemente lo quisieron hacer.
Unos iban en pantaloneta, otros con ruanas, muchos, pero muchos, con ropas de casa o de dormir, lo que significa que fue un sentimiento sincero que los fue levantando de sus sillas, de sus camas, de sus comedores y los llevó a la calle a protestar.
Y allí, en la calle, se encontraron con los vecinos. Y esos vecinos con otros vecinos. Y se unieron en un solo cantar, como el de ‘Bella Ciao’ o, mejor aún, como el Himno Nacional., como ocurrió en Ciudad Alsacia.
Todos iban felices. Qué más hermoso que protestar felices. Como iban en familia, se la pasaron muy bien. Muchos de ellos, que se levantaron para hacer sonar su cacerola en la ventana y que luego decidieron salir a la calle, resultaron caminando hasta Corferias, para seguir expresando con alegría su descontento.
Pero ninguno de ellos, pienso yo, estaba consciente en ese momento de que con cada paso que daban, con cada acción, estaban escribiendo una página de la historia de Colombia, porque lo que pasó la noche del 21 de noviembre de 2019 en Colombia fue verdaderamente histórico. Nunca había pasado. Y ahora los libros de historia deberán decir que eso ocurrió ese jueves en el que el pueblo habló.
Quienes hicieron sonar sus cacerolas dejaron en segundo plano a los violentos y se volvieron protagonistas. La noticia, entonces, ya no eran las acciones vandálicas, como querían los violentos, sino la reacción de un pueblo que tomó las riendas de su futuro. Que tiene a Colombia en su corazón y en su alma y que decidió dejar la pasividad, para volverse protagonista de su propio futuro.
En adelante, la pregunta será: ¿Qué estabas haciendo el 21 de noviembre de 2019? Y todos tendrán una historia. Porque esta fecha quedó grabada en mármol, en la historia de Colombia y en el corazón de los colombianos.
Twitter: @VargasGalvis