Los dos miembros del Esmad llevaban a uno de los retenidos hacia una tanqueta cuando un policía se les atravesó en el camino y le dio un bolillazo en las piernas al indefenso ciudadano. Uno de los miembros del escuadrón se abalanzó de inmediato hacia el agente, lo empujó con las dos manos sobre el pecho, lo increpó, y sus compañeros, de lado y lado, tuvieron que separarlos. Eso nos comprueba que en la Policía no solo hay malos. También hay buenos que se la juegan por los ciudadanos.
Después de un 9 de septiembre lleno de dolor, vandalismo y muerte, decenas de personas salieron a las calles al día siguiente en Bogotá y otras ciudades para protestar de una manera distinta a la del día anterior: arriesgándose a un contagio por covid, se dispusieron, en unión, a limpiar los CAI de su barrio, a barrer, a pintar, a levantar escombros, en un tácito rechazo a los violentos que quieren sembrar terror, pánico.
Otras decenas más convirtieron unos CAI de Bogotá en bibliotecas, se acomodaron a su alrededor e hicieron plantones, en una clara demostración de que la protesta sí se puede hacer en paz, con símbolos y no con piedras, palos, bala y cuchillo.
A una de las marchas llegó un padre de familia buscando a su hija con rejo en mano. La encontró y le ordenó regresar a la casa de inmediato, en un hecho que dejó sin saber qué hacer a los uniformados que estaban alrededor. Aunque la chica finalmente narró que no estaba entre los protestantes, eso nos puso a pensar si habría padres que hicieran lo mismo, sin rejo claro está. ¿Saben los otros padres en dónde están sus hijos? ¿Saben lo que están haciendo? ¿Pueden controlarlos?
En otro de los hechos, un puñado de personas se unió de las manos para rodear un CAI en Bogotá y evitar que lo vandalizaran. Una lluvia de piedras cayó sobre ellos y tuvieron que huir porque los violentos no respetan a nadie, ya que su propósito es desestabilizar, como se lo han ordenado personajes escondidos en la sombra y agazapados en las redes sociales.
La indignación de millones de personas por el asesinato de Javier Ordóñez a manos de la Policía, que unos miles querían hacer evidente en las calles con plantones, velatones y representaciones pacíficas, quedaron ahogadas entre las piedras, los gritos, los incendios, los gases, el humo y la zozobra que generaron aquellos que, como títeres, obedecieron las órdenes de vandalizar, quemar, romper y robar.
La muerte de un hombre se rechazó con 13 muertes más, cientos de heridos, miles de millones de pesos en pérdidas, que no fueron originadas por quienes querían ejercer su legítimo derecho a la protesta, sino por quienes hicieron violentas las manifestaciones y por asesinos de la policía que dispararon contra la humanidad de inocentes jóvenes, varios de los cuales ni siquiera estaban protagonizando la batalla campal de esa funesta noche para el país.
Los familiares de Javier Ordóñez siguen haciendo llamados a la no violencia, pero ni siquiera por respeto a ellos se detuvieron los delincuentes ni los asesinos. Si esos violentos estuvieran en realidad indignados por la muerte del estudiante de abogacía, hubieran escuchado y lo hubieran pensado dos veces antes de actuar. Pero no. Ellos buscan el caos y la desestabilización, con lo que ganan terreno los titiriteros que los manejan en la sombra.
Así las cosas, debemos estar claros en que somos millones los colombianos que estamos indignados, supremamente indignados, con el asesinato de Javier Ordóñez y el de los 13 jóvenes más de aquella noche, pero que no nos representan aquellos vándalos, pagados o no, que son verdaderos delincuentes y que sembraron el terror.
Twitter: @VargasGalvis