¿Es verdad que existe un dinosaurio que tiene el cuello tan grande que le llega al cielo?, preguntó Santiago*, sentado a mi lado y tratando de hacer la mayor cantidad de preguntas, aunque eso significara demorar el bocado del almuerzo. Sí, tenía hambre, pero de respuestas, a sus ocho años.

Al frente, su hermano, de 10 años, estaba en el mismo plan. Pero tenía preguntas más graves y sorprendentes: ¿Es verdad que Pablo Escobar voló un avión?

Rápidamente se nos unió otro chiquitín, de 7 años, buen bailarín, despierto, y también lleno de preguntas. ¿Es verdad que El Chavo se murió?

Mientras le respondía a uno, el otro ya estaba haciendo una pregunta más, con un afán, como si quisieran aprovechar al máximo al huésped improvisado, al que le decían profe, aún sabiendo que yo no lo era.

Alrededor, otra veintena de niños y niñas disfrutaban del almuerzo con el que ese día se celebraba la donación que había logrado recaudar la Red de Solidaridad Sin Límites, para la Fundación Cristiana Sin Límites, a la que ellos pertenecen.

Niños de la Fundación Cristiana Sin Límites recibieron la donación de 6 millones de pesos que recolectó la Red de Solidaridad Sin Límites para ellos (Foto: Roberto Vargas)

Llegamos allí a las 8:30 de la mañana, porque mi hijo Iván había sido invitado como presentador del acto, previsto para todo el día. Entramos, lejos de imaginarnos que íbamos a vivir uno de los más hermosos días.

Mientras empezaba la transmisión por Facebook Live, alguien puso salsa choque y como resortes se levantaron de sus sillas cerca de una decena de chiquillos, a quienes no había que pedirles que salieran al baile. Y empezaron a hacer el paso perfecto, acompasados algunos y un poco desordenados otros, pero todos con un envidiable swing.

Estaban felices. Como también se divirtieron cuando una conferencista habló sobre el maquillaje y sus maestras les dieron crema, labiales y delineadores para que practicaran entre sí. A mí me tocó un hermoso chico de 8 años, tierno y avispado, que me llenó de crema el rostro y lo esparció con sumo cuidado, hasta cuando me pidió que le ayudara porque me había dejado muy blanco. Le di un pañuelo y él, cuidadosamente, corrigió su trabajo, mientras Katy* hacía lo mismo con mis manos.

Algunos salieron hasta con dos cejas, o chicos con labios rojos por el labial con el que estaban aprendiendo-jugando.

Todos son niños de los que podemos ver en una calle con sus padres o en un centro comercial o en un pueblito o en un barrio cualquiera de la gran ciudad. Solo que ellos hacen parte de los niños llamados vulnerables. Han tenido que batirse en una dura realidad, con sus padres ausentes, o drogadictos, o niños víctimas de delitos innombrables.

Pero usted, sabiendo esto, está con ellos y solo ve esa fe que tienen en el futuro, esas ganas de vivir, esos rostros vivarachos, esas sonrisas angelicales, esa esperanza, esa nobleza, esa picardía, esos corazoncitos que se quieren llenar de amor, igual que nuestros propios hijos.

Ya en la tarde llegó uno de los momentos más hermosos que haya podido vivir en mi vida. Se anunció la presentación de un cantante, que apareció con su compañero en el teclado, y empezó a cantar temas que no había escuchado en mi vida, pero que me llegaron profundamente, porque hablan del amor a Dios, de la entrega de Él a los demás, de la esperanza, de la vida, del futuro, del presente, del corazón, de las ventajas que tiene pedirle ayuda al Espíritu Santo, al Señor.

Soy católico, pero esta música cristiana me llegó al alma. Y uno de los temas lo empezaron a cantar los niños, con energía, con amor, con fe. Vi esos rostros y se me llenó el alma de amor. Quería abrazarlos a todos.

Alguien dijo ‘abracémonos todos’. Conformamos entonces un círculo, de pie, nos mecimos de un lado al otro y cantamos con amor. Nuestras almas se fueron fundiendo, los brazos arriba, rompiendo el viento a derecha y a izquierda y luego todos fueron abrazando a un niño, sin que nadie les dijera nada y yo hice lo mismo con un chiquillo que estaba a mi lado.

Me hice a su lado, pasé mi brazo sobre sus hombros y con mi mano en su brazo lo apreté hacia mí y empecé a sentir una gran energía. Sentí cómo le estaba transmitiendo esa energía a ese chico, lo tomaba con más fuerza como si quisiera fundir nuestras almas en una sola y cantamos, y nos mecimos de lado a lado, y después se me escurrieron unas lágrimas de puro amor. No solo por aquel chico, sino por todos aquellos que estaban allí.

Cuando me iba, sentí la necesidad de abrazarlos a todos. Y lo hice con quienes aún quedaban allí. Pero con cada abrazo le pedía a Dios por ese ser que tenía entre mis brazos, para que le ayudara a cumplir sus sueños. Porque todos lo tienen. Sueñan en el mañana, en lo que van a hacer, en lo que van a vivir, en lo que van a lograr. ¡Gracias Dios por ese día!

*Nombres cambiados por ser menores de edad