Nos hiciste esperar el día que naciste. O mejor sería decir, desde la noche anterior. Tu mami y yo, en el área de maternidad, hasta inventamos juegos para pasar el tiempo mientras esperábamos. El médico llegaba y examinaba. Aún falta, nos decía.
Esa noche no había sino una madre embarazada en la Clínica del Country: tu mami. Y un padre ansioso de entrar al quirófano para verte nacer. A la madrugada regresó el médico y examinó. Es hora de que nos cambiemos, me dijo. Y entramos a una sala contigua para ponernos el traje de médico.
Un poco después llegaste a la vida y te amé desde el primer instante. Con tu mami nos trasladaron a la habitación, en donde, mientras ella descansaba de la dura jornada, te alcé, puse tu cabecita en mi hombro y te mantuve así hasta el amanecer, porque no quería separarme ni un segundo.
Hoy, 17 años después, ya no te puedo alzar, pero mi corazón sigue sintiendo aquella incomparable emoción de esos primeros segundos de tu vida que me unieron a ti por toda la eternidad.
Aquel primer día soñaba y le pedía a Dios que fueras un hombre inteligente, grande de corazón, de alma, de pasión, comprometido, entregado a los demás, dispuesto a darle al mundo lo mejor, siempre para su bien.
Y empezaste a comprobarnos que así iba a ser, desde muy pequeño: Desde cuando armabas rompecabezas en un santiamén, o desde cuando te pusimos uno de ellos al revés a ver qué pasaba y lo armaste igual.
Me dejaste boquiabierto cuando a los cinco años ya cantabas y bailabas con pasión el Wavin’ Flag de K’naan y David Bisbal en pleno comienzo del mundial Sudáfrica 2010: “En las calles/ muchas manos/ levantadas/ celebrando/ una fiesta/ sin descanso/ los países/ como hermanos. Canta y une tu voz, grita fuerte que te escuche el sol… El partido ya va a comenzar, todos juntos vamos a ganar. Unidos, seremos grandes, seremos fuertes, somos un pueblo, bandera de libertad, que viene y que va, que viene y que va, que viene y (…)”.
Por aquella época, la mami encontró el colegio Montferri, en donde te matriculamos desde primero, y fue allí en donde encontraste y conocimos tu verdadera pasión por el arte.
Cuando llegaste por primera vez al Montfestival (el festival artístico que es tradición cada año), tu madre, tu hermano y yo quedamos fascinados con tus presentaciones, porque supimos que esa pasión no era pasajera. La llevas en el alma. Tu pasión y tu mundo están en el espectáculo, el público, la entrega en un escenario.
Ya te admirábamos por esas presentaciones, pero llegó un año en el que, en uno de los Montfestival, a tus 10 años, ante unas 500 personas, te desenvolviste como un profesional, con tu amiga Gabriela, presentando el espectáculo y sacando a cada momento un aplauso de amor y de ternura entre un público que te amó por tus genialidades.
Y lloré a montones cuando al final, en medio de una salva de aplausos, te abrazaste a la profesora Yuli, y entre lágrimas le agradeciste por haberte llevado a ese gran momento desde sus clases de danzas. Ella descubrió que eres un artista. Un verdadero artista.
Por tu propia cuenta encontraste después que en una academia enseñaban doblaje y pediste que te inscribiéramos en los talleres. Fuiste tan bueno en ello, que los mismos profesores te dieron consejos de casting, te contrataron para algunos doblajes y luego ganaste el concurso del mejor doblaje infantil en el festival internacional en el que también te premiaron por ser el mejor de la gala.
No hay duda: naciste para ser artista. Y para ser grande.
Año a año seguiste actuando, bailando y presentando en el Montfestival, en donde fuiste adquiriendo esa madurez que hoy demuestras y que te hizo ganar el corazón de un público que te vio nacer como artista.
Tus padres salíamos orgullosos de cada presentación y cuando íbamos al lado tuyo nos daban ganas de gritar: ‘él es mi hijo’, ‘él es mi hijo’, pero los padres lo evidenciaban rápidamente y decenas de ellos se nos acercaban para felicitarnos por ti.
Debo confesarte que con el Montfestival de este año, el último porque te graduaste bachiller, estuve muy, pero muy ansioso. Sabía que lo ibas a hacer muy bien, no me cabía duda alguna, pero se me arrugaba el corazón al saber que era el último. Y yo no estaba listo para ver ese momento.
Te vi grandioso en el escenario. Todo un profesional. Manejaste las situaciones con total naturalidad, tuviste carisma, encajaste muy bien con tus compañeros de escena y con el público.
Llegó entonces el momento difícil. El de la despedida. “Esto está por terminar. Y en mi caso, literalmente está por terminar -dijiste-. El Montfestival desde que estoy chiquito ha sido un evento muy importante para mí, porque me ha dado lo que amo, me ha dado el amor al arte, me ha dado la razón de ser. Me ha dado ese amor de sentir al público, de sentir a cada uno de ustedes, de sentir el escenario, el arte, porque para mí eso es la vida. Para mí el arte es vida. Pero yo le quiero dar gracias a cada uno de ustedes que está aquí, por acompañarme en mi último Montfestival”.
Mientras decías eso y te aplaudían, por detrás de ti empezaron a tomar posiciones la máxima cabeza del colegio, doña Consuelo; el rector, tu tocayo Iván Vargas; y la vicerrectora, Andrea Mora.
Luego viste que la mami también subió al escenario y rompiste en llanto. Fue un momento hermoso, seguido de ese homenaje que te hizo el colegio en ese instante, con la placa que habrás de tener siempre con orgullo como testimonio de la gran huella que dejaste.
Me emocioné también cuando entre el público hubo gritos de “síííííí”, cuando doña Consuelo les preguntó si se acordaban “cuando él era bien chiquitico y bailaba con unas chicas grandototas”.
De entre ese mismo público se escucharon “bravoooo”, gritos y aplausos cuando doña Consuelo dijo: “Yo creo que has dejado huella y creo que eres una persona que por donde vayas, vas a dejarla. Eres un gran talento. Además, eres un gran ser humano. Así que te quiero mucho y creo que todos te queremos. Un aplauso para Iván”.
Mi corazón latía a mil, el nudo en la garganta no me dejaba musitar palabra y solo le daba gracias a Dios por ese hijo al que amo con el alma entera.
Iván, ya eres un artista. Viene ahora el proceso de aprendizaje al que ya escogiste entrar. Vienen momentos de duras jornadas que te irán llevando por los caminos que escojas y por los que te abra Dios.
Viene el reto mayor: hacerse profesional en tu área, la actuación, entregarse al público para que con cada presentación que tengas transmitas amor, paz, felicidad, teniendo como faro y guía a cada ser humano, a cada espectador, a cada persona a la que quieras llegar con tu mensaje. La entrega a ellos te dará el triunfo. Porque no hay mejor artista que aquel que le llega al alma a cada ser y le conquista el corazón.