Hace once años el tarot se convirtió en mi maestro. Uno silencio, poderoso, discreto, que me pedía mirarme profundamente. Un maestro que no exige y al que es imposible mentirle. Tenía 21 años y la inquietud por el tarot apareció de repente, como un anhelo  guiado desde muy dentro de mi corazón que me pedía ser escuchado. Quería conocerlo, verlo, descubrir qué tenía para darme. Jamás me habían hecho una lectura y en mi familia nunca se habló del tema, pero el deseo de reconectarme con su estructura despertó en mi interior. Y digo reconectarme, porque intuyo que es una relación que se estableció en un tiempo muy lejano.

Intuía que esas cartas contenían algún secreto sagrado y no entendía por qué las usaban como oráculos que de manera irresponsable vaticinaban crisis, accidentes, envidias e infidelidades. El 12 de diciembre, cuando cumplí 22 años, el novio que tenía en ese momento me regaló mi primer tarot. Era un tarot astrológico con imágenes muy bellas que me abrió el camino a este conocimiento. Antes de comprar un libro que me enseñara o predeterminara mi manera de ver las cartas, quise relacionarme con esas imágenes desde mi instinto. Verlas, observar sus detalles, sentir la información que encerraba cada nombre. Quería que me hablaran. Sin embargo, sentía que algo faltaba. Meses después una película cambió mi manera de entenderlo: La Montaña Sagrada, de Alejandro Jodorowsky. Al final del DVD aparece él, un hombre de barba blanca y voz afable, explicando el tarot de Marsella con una profundidad que jamás había escuchado. Me cautivó y, al día siguiente, compré La danza de la realidad, su autobiografía, y luego me sumergí en La vía del tarot.  Como si la espiral diera otra vuelta, el día de mi cumpleaños 24 de nuevo recibí otro tarot. En esa ocasión mi hermana, sin saber que yo lo quería, me regaló el tarot de Marsella que en 1997 restauraron  Alejandro Jodorowsky y Philippe Camoin. Las imágenes, tan distintas a las de mi tarot astrológico, me inspiraron de inmediato.

Así comencé un trabajo interior profundo. Primero con los arcanos mayores (22 estados de conciencia de los que hablaré luego) y más tarde con los arcanos menores. Entendí que el tarot propone una búsqueda psicológica profunda y que cada arcano devela un secreto de mi inconsciente que algunas veces era sencillo asumir e integrar, y otras veces casi imposible atreverme si quiera a reconocer. Este un trabajo eterno, que jamás finaliza y que no conduce a conclusiones predeterminadas ni metas absolutas.

Creer que se conoce el tarot es caer en una trampa en la que no permitimos que sus arcanos sigan mostrándonos en qué va nuestro camino, cómo vibra nuestra conciencia, para qué suceden ciertas situaciones y dónde están los nudos que no nos permiten realizarnos. Caminar con el tarot es atreverse a andar por una vía de autoconocimiento y de realización. Hoy, esa vía me ha conducido a crear este blog en el que no solo hablaré del sagrado trabajo que nos propone el tarot, sino de otras herramientas de sanación que me han ayudado y que ahora espero los ayuden a ustedes. Aquí comienza este camino.

@laVvioleta

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