El 5 de agosto del año pasado apareció en mi vida (y en la de mi esposo) Maximiliano, un Golden Retriever de 55 días que nos conquistó de inmediato. Aunque antes habíamos tenido perros, este era el primero de los dos como pareja, lo que significaba que, de alguna manera, nuestra relación iba a cambiar. Después de seis años juntos le abríamos espacio a otro ser. Estábamos emocionados y el cachorro aprendía rápido. Sin embargo, los primeros días fueron terribles. No sabíamos cómo adaptarnos a nuestra nueva rutina y teníamos pavor de habernos equivocado. Por esos días de crisis, en los que me obsesioné con César Millán (el conocido encantador de perros), lo oí decir en uno de sus programas algo que me tranquilizó: “No tienes el perro que quieres, tienes el perro que necesitas, déjalo enseñarte”. Ese día supe que el ego me había enredado una vez más y que  Maximiliano sí era el perro que necesitábamos.

Esto es lo que mi peludo y amoroso maestro me ha enseñado en estos primeros 365 días de nuestra relación.

 

  1. Estoy aprendiendo a no juzgar a nadie ni a nada basada en juicios del pasado. Los humanos tendemos a ver los hechos y las personas basándonos en experiencias pasadas que nos impiden ver a los demás y a las circunstancias como realmente son. Maximiliano me ha enseñado que el pasado ya pasó y que no me puede afectar. Él sabe vivir en el presente y jamás me juzga cuando me equivoco. Olvida y sabe ver a los demás como realmente son.
  2. Aprendí a confiar. En los primeros meses de nuestra relación lo vigilaba constantemente porque tenía miedo de que se orinara donde no debía o mordiera algo que no podía. Siempre que desconfiaba Maximiliano cometía algún error, lo que afianzaba mi desconfianza. Un día, cuando él tenía unos tres meses, lo miré a los ojos y le dije: “no puedo vivir así, voy a confiar en ti”. Dejé de pensar que iba a hacer algo malo y él dejó de hacerlo. Nunca más se orinó donde no debía ni mordió objetos prohibidos. Desde ese momento siempre lo miro a los ojos. Nos comunicamos mejor así.
  3. Me ha enseñado a soltar el control. Uno de los momentos más frustrantes y difíciles en nuestra relación sucedió entre los nueve y los doce meses de Maxi. En ese tiempo él dejó de obedecerme en el parque y comenzó a portarse realmente mal. No podía entender por qué si era un perro tan bueno en el apartamento, en el parque no me hacía caso y comía maniáticamente palos y bolsas plásticas que nos mantenían en el veterinario. Reaccioné con rabia y desespero. Y entre más lo hacía, él peor se portaba.Después de muchos meses comprendí que el problema estaba en mi energía y que tenía que relajarme. Salir al parque se había convertido en una tortura y, de nuevo, no estaba dispuesta a seguir así. Gracias a los consejos de un maravilloso entrenador, decidí que no forzaría que él viniera hasta mí, pero que si lo hacía lo premiaría con una galletica. Sabía que si iba a soltarlo tenía que hacerlo desde el corazón, a los perros no les puedes mentir, ellos conocen tu energía. Así que dejé de llamarlo y de buscarlo, yo sencillamente caminaría hacia adelante y él vería si se quedaba atrás o me alcanzaba. No fue fácil romper el ciclo, pero al poco tiempo la situación había cambiado. Él venía hasta mí sin que yo se lo pidiese ni lo obligara.Nuestras salidas ahora son maravillosas y ambos disfrutamos de nuestra compañía. Aprendí que el amor es libertad. Si amas a alguien, suéltalo y sigue hacia adelante. Él vendrá a ti si así lo quiere.
  4. Aprendí que por más que trabajes un tema no quiere decir que lo hayas solucionado. Por más que me repetía una y mil veces que había hecho de todo para solucionar la situación en el parque, no era cierto (otro enredo del ego). Siempre hay algo nuevo que puede hacerse. Cuando nos calmamos las opciones se abren y las soluciones aparecen.
  5. Aprendí que está bien tener espacios en el día para la relajación y el consentimiento. Después de cada paseo o comida Maximiliano se relaja, se acuesta patas arriba y me pide que lo consienta. Estoy tratando de seguir su ejemplo, de permitirme tener espacios de ocio para mí. Desde que lo hago me siento muchísimo mejor.
  6. Aprendí a abrirme más a la gente. Gracias a Maximiliano ahora conozco a mis vecinos y a sus perros. Realmente disfruto cuando nos encontramos y charlamos un rato.
  7. La lección más importante que aprendí es que permitir que otro ser llegue a mi vida no me limita ni me quita mi libertad, no es una carga, como mi ego me hizo creer por muchos años. El amor nos expande. Cuando vibramos en amor todo es posible, todos caben, todos somos uno. ¡Gracias Maxi!

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