El año pasado, por curiosa y porque muchos me lo habían recomendado, llevé a Maximiliano, mi Golden Retriever de año y medio, a donde dos personas que aseguran hablar con animales. Según varios conocidos, los encuentros eran una revelación que los dejaba al borde del llanto, casi una epifanía sobre la manera de pensar y de sentir de sus perros. Confieso que me emocionaba pensar en todo lo que Maxi diría. Pero en mi caso, la experiencia en ambas ocasiones fue muy distinta. Trataré de resumir ambos encuentros.

La primera persona a la que consulté fue a mi apartamento. Mientras Maxi jugaba con un muñeco, ella afirmaba que el perro le decía que tenía un fuerte dolor en las patas delanteras, que no le gustaba su cama, que debía dormir en otra área del apartamento (me pareció extraño porque él nunca ha puesto problema para dormir en su cama. Sin embargo, la cambié de lugar y el resultado fue desastroso), que cuando se portaba mal en el parque era porque la mente se le bloqueaba y entraba en una zona oscura (muy raro), que viajaba incómodo en el bus del colegio (deducible), que le faltaba concentración (deducible, cualquiera que sepa algo de comportamiento animal se dará cuenta de que Maxi se desconcentra con facilidad). En fin, nada concreto.

La segunda persona me atendió en su consultorio. En esa ocasión mientras Maxi, que había llegado con sed, lamía con su lengua la poca agua que salía de una pequeña fuente que había en el consultorio, ella aseguraba que él le estaba diciendo que no sentía dolor en las patas delanteras pero sí en la mitad de la columna (todo lo verifiqué con el veterinario y no es cierto), que le molestaba el sonido del soplador con el que lo limpiaban en el colegio (al 99% de los perros les molesta el soplador), que viajaba incómodo en el bus (el 99% de los perros van incómodos en el bus del colegio), que el concentrado que comía le gustaba pero que le daba mucha sed, que a veces se portaba mal en el parque porque creía que era un juego. En ese momento del encuentro muchas cosas no me cuadraban. ¿Realmente Maxi estaba hablando con ella mientras lamía la fuente, se movía por el espacio y olfateaba el tarro de galletas? Así que quise preguntar por situaciones más concretas para probarla: ¿cómo le va con tal perrita? (yo sabía que muy bien). “Ya no le gusta jugar con ella porque huele mal”. Luego le pregunté por otro Golden de ocho años que Maxi adora y respondió: “Dice que ahí van. La relación tiene días buenos y malos”. En ese momento supe que realmente no se estaba comunicando con mi perro, era imposible que Maxi dijera eso. Dijo muchas otras cosas. Todo muy general y obvio.

Creo que las dos personas que consulté saben de veterinaria, etología y conducta animal y, por la edad, la raza y el comportamiento del perro, deducen muchas cosas. No niego que tengan el don para hablar con animales (creo que todos lo podemos tener), pero de lo que sí estoy segura es de que con mi perro no hablaron. O tal vez él no quiso hablar con ellas. A los pocos días entendí que no necesito que nadie hable con Maximiliano y que debía tener confianza y certeza en la fuerza de nuestra comunicación. Supe que nuestra relación no requiere de intermediarios. Si uno conoce a su perro y hay un vínculo amoroso profundo siempre sabrá lo que él necesita.

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