He evitado hablar del tema con amigos y familiares. No he querido controvertir, aunque siempre que me preguntan digo que SÍ. Voy a votar SÍ en el plebiscito del dos de octubre. Los que leen mi blog saben que trato de ser una juiciosa practicante de Un Curso de Milagros, en el que el maestro Jesús nos recuerda la importancia de no hacer real lo que no lo es. Pero en el que también se habla de que el ataque jamás está justificado, de que siempre es posible elegir la paz y de que el único camino es el perdón. No el perdón cristiano, no el que nos enseñaron en el colegio y en nuestra casa. El perdón que propone Jesús en el curso es un perdón más elevado, uno que no exige arrepentimientos ni busca la falla en el otro. Un perdón en el que me hago responsable del mundo que estoy proyectando.
Un perdón en el que perdono porque comprendo que el otro, ese que veo como mi verdugo, no es sino un espejo. El proceso de perdón que propone el curso, basado en la ilusión de esta realidad dual, no es fácil, pero tampoco imposible. Es un acontecimiento que puede darse en un segundo, en semanas, en meses o en años, pero surge siempre que el corazón esté dispuesto a hacerlo.
Votaré sí porque quiero darle una oportunidad al amor, porque quiero recordar que la luz que está en mí también habita en los guerrilleros de las FARC, aunque para muchos esto suene a sacrilegio. Si Jesús no exigió arrepentimientos, si jamás condenó ni pidió castigos, si nunca dudó de que todos somos uno, por qué voy a hacerlo yo. El miedo al cambio hace que la gente se incline al no y lo disfrace de muchos argumentos. Estigmatizamos a los guerrilleros, hacerlo es más fácil que atrevernos a ver el crudo espejo que ellos nos muestran.
He leído con asombro que muchos cristianos y católicos votarán por el NO. El argumento más temible es que siguen viendo en las Farc al oscuro enemigo, causante de todos los males y peligros. Atacan, desde una superioridad moral, porque no creen que puedan cambiar. No creen que el mismo Dios que nos cobija a todos también los cobije a ellos. No son capaces de darles una oportunidad porque, en el fondo, tampoco se la pueden dar a ellos mismos.
Hace poco leí una carta de monseñor Libardo Ramírez argumentando que votaría NO en el plebiscito. No sigo ninguna religión, pero me pareció incoherente que un monseñor, un predicador de la palabra de Cristo, opte por el NO. No perdonar, juzgar, ver la paja en el ojo ajeno, pedir castigos, fomentar la diferencia y seguir creyendo en el pecado no tiene nada que ver con las enseñanzas de Jesús.
Jesús nos enseñó a no tener enemigos. Y en estos tiempos tan polarizados, en los que el ego gobierna con toda su fuerza, creemos que nuestros enemigos son las FARC, y nos olvidamos, como le oí hace poco a un jesuita muy inspirado, que a veces nuestros enemigos son nuestras parejas, nuestros padres o nuestros jefes. El ego siempre ataca, el ego siempre quiere tener la razón, el ego siempre nos va decir que no perdonemos. No perdonar nos aleja del amor. Nos mantiene en el conflicto. Nos excluye de la paz al hacernos creer que el problema está afuera.
Tampoco estoy de acuerdo con el movimiento “No más Álvaro Uribe” que crearon algunos simpatizantes del SÍ. Es solo otro truco del ego. Lo hace desde una orilla que, a simple vista parece mejor, pero que no es otra cosa que el mismo odio disfrazado. No es el camino. Ninguna forma de rechazo tiene sentido. Con sus defensas y ataques, siento que el alma de Uribe clama por amor. En vez de juzgarlo y agredirlo con pensamientos (que en el fondo me agreden a mi misma), prefiero enviarle luz.
Votaré SÍ porque quiero ser coherente y porque hacerlo también es asumir un compromiso social mayor. Es un acto que me recuerda que todos los días puedo elegir el perdón y que la paz debe irradiarse desde adentro. En los problemas que parecen agobiarme, en la relación con mis supuestos enemigos, en la observación de mis pensamientos más sombríos, puedo elegir siempre la paz.