Después de más de 5 mil muertes civiles, ¿por qué aún no hay una intervención más drástica de la comunidad internacional en Siria?

La semana pasada se reunió en Túnez el auto-declarado grupo de «Amigos de Siria». Representantes de más de setenta países buscaron opciones para acabar con la brutal violencia con la que el régimen del Presidente Bashar al-Assad ha reprimido las manifestaciones de la «Primavera Siria». Pocas fueron las conclusiones de la reunión y al parecer, ninguna lo suficientemente contundente como para cambiar el curso de las cosas en el país. Hasta ahora, el papel de la comunidad internacional en este conflicto ha caracterizado por su inactividad, una inactividad que ha rayado en la complicidad, particularmente por parte de Rusia y China.

Pero, ¿por qué no se ha actuado con más firmeza en contra del régimen de al-Assad? Personalmente creo que nadie está verdaderamente interesado en derrocar al presidente sirio. Las razones son varias y variadas; he aquí algunas de ellas:

– Estados Unidos e Israel buscan un gobierno fuerte, estable y secular en Siria; no quieren arriesgar a que otro país vea el ascenso de partidos islamistas como ya está ocurriendo en Egipto, Túnez y Libia después de sus propios levantamientos populares. Si esto llegara a suceder, la paz firmada entre Siria e Israel podría verse amenazada, y con ella, la estabilidad de la región.

– Sin la mano fuerte del dictador, las tensiones entre la élite chiita y la mayoría suní podrían desembocar en una guerra civil de mayores proporciones similar a la que hoy amenaza la estabilidad del Iraq pos-ocupación y que podría encender la mecha de más confrontaciones en el mundo árabe. Esto podría catalizar una especie de guerra fría  entre musulmanes, especialmente entre Arabia Saudí (Suní) e Irán (Chiita).

– Rusia tampoco quiere la caída del gobierno de Bashar al-Assad, tradicional amigo del Kremlin. Esto significaría la pérdida de importantes vínculos comerciales en Siria, principalmente derivados de la venta de armamento, y del acceso al puerto de Tartus, uno de los últimos puertos amigos para embarcaciones rusas en el Mediterráneo. Por estas razones Moscú ha impedido cualquier decisión en contra de Damasco en el Consejo de Seguridad.

Finalmente, las intervenciones armadas son extremadamente costosas, en términos económicos y políticos. Con una Europa que no soporta la muerte de sus militares en suelos extranjeros, una Liga Árabe fraccionada e incapaz de movilizar una fuerza militar, y unos Estados Unidos que no quieren ningún protagonismo en el derrocamiento de otro gobierno en el mundo musulmán, es difícil ver una intervención armada que detenga la matanza de civiles inocentes en Siria. Si esta se llegara a presentar, creo que estaríamos ante otro escenario en donde la defensa de los derechos humanos primó sobre los intereses políticos y económicos.