Shangri-La es una palabra tibetana que traduce algo así como “paraíso terrenal”, y en algunas regiones de Asia parece que cada hotel, restaurante, hostal o agencia de viajes, se llama “Shangri-La”.
El Shangri-La es un lugar ficticio inventado por el autor británico James Hilton en su novela “Horizonte Perdido” (1933). Hilton hablaba de un apartado reino budista llamado Shambala, un idílico paraíso montañoso donde siempre reinaba la paz y la armonía.
Y así, el nombre de Shangri-La se convirtió en una especie de símil para cualquier sitio de singular belleza natural, especialmente en Asia. Varias regiones en India, Nepal, Tíbet y China, entre otros, aseguran que James Hilton, se inspiró en sus paisajes para describir este paraíso terrenal.
Pero todo parece indicar que la verdadera fuente de inspiración del autor británico viene del norte de Pakistán, un país más asociado a actos de terrorismo, violencia y radicalismo islámico, que al jardín del edén – versión budista.
Glaciares y caminatas por las montañas.
El norte de Pakistán es una región totalmente diferente del centro y sur del país. Es un territorio verde y montañoso, muy similar al norte de la India, Nepal o Tíbet; sus habitantes practican el “Ismailismo”, una versión mucho más tolerante del islam que contrasta con las corrientes más radicales del sur. Y lo más importante, es que, por lo menos hasta hace poco, esta era una zona pacífica y alejada de los estragos del terrorismo que azotan al resto del país.
Allí confluyen 3 grandes cordilleras de los Himalayas: Las Pamir, el Hindu Kush y el Karakoram, con lo cual fue, en algún momento, un paraíso de escaladores y montañistas que buscaban conquistar célebres picos como el K2 y el Nanga Parbat. En los años 60 y 70, la región se convirtió en una parada obligada en la “ruta hippie”, el camino que hacían los hippies desde Europa hacia la India.
Rumbo al campo base del Nanga Parbat (8,126 metros), uno de los picos más icónicos del mundo
Recorrí estas tierras hace unos años cuando hice ese mismo recorrido, desde Barcelona a la India. Y sí, encontré algo muy parecido al Shangri-La: grandes valles con imponentes montañas nevadas por doquier; enormes cascadas y glaciares sin fin; frágiles puentes colgantes que solo había visto en películas de Indiana Jones; gente curiosa y muy alegre de ver viajeros; verdes bosques y ríos cristalinos; grandes explanadas donde oficiales del ejército jugaban polo; lagos azul crema y verde esmeralda, y hasta imponentes fuertes y palacios, supuestamente construidos por los hombres de Alejandro Magno en su recorrido hacia la India, en donde hasta hace poco habitaron orgullosos reyes guerreros.
Castillo de Altit, residencia de los reyes de la región.
Viajar por estas regiones es sumamente complicado: a veces, la única forma de llegar al norte es en un pequeño y turbulento avión. Yo tuve suerte y pude unirme a un convoy militar que durante dos días recorrió la famosa – y tortuosa – “carretera del Karakoram” (Karakoram Highway) en su camino hacia China. En muchos lugares no hay caminos, y en otros, hay algunos en las que prefería mantener los ojos cerrados para no ver los horrendos precipicios por los que estaba seguro que mi jeep iba a caer; más al norte, a solo unos kilómetros de las fronteras con Afganistán, Tayikistán y China, habían excelentes carreteras (construidas por los chinos) pero ningún tipo de transporte, con lo cual, la única opción era caminar durante horas.
Desafortunadamente el Shangri-La pasa por un mal momento. Pakistán se ha convertido en un destino casi vetado para el turismo internacional, y el terrorismo, que hasta hace poco solo se veía en otras partes del país, ha tocado sus puertas. Por ahora, Shambala, este idílico reino perdido, seguirá por fuera del radar de muchos viajeros. Esperemos que pronto sean ellos, y no los violentos, los que gocen de este verdadero paraíso.