Tendría yo entre 9 y 10 años cuando los ladrones se ensañaron conmigo. Era un niño cachetón, más bajito que el promedio, al que su mamá vestía con la camiseta metida entre pantalonetas arriba de la rodilla. Y puede que la pinta haya sido un imán para los atracadores, pero créanme, en esa época me robaron muchísimo.

Un día, por ejemplo, me mandaron a comprar una caja de arroz chino a un restaurante cercano a mi barrio, en Palmira. Como si supieran para dónde iba y dónde llevaba el billete de $5.000 color morado, con la estampa de Rafael Núñez impresa, dos tipos grandes me agarraron los brazos, metieron su mano a mi bolsillo y se llevaron lo del almuerzo sin decir nada. Lloré de los nervios hasta que llegué a casa.

Luego, otra tarde, otros dos me pegaron una patada en las costillas y me hicieron volar de la bicicleta todo terreno de mi mamá, que me había prestado para ir a comprar una pintura al centro. Después me arrancaron de la cabeza una gorra coloridísima de los Charlotte Hornets que me gustaba mucho y otro día una pandilla de niños me mandó caminando descalzo para la casa, luego de robarme las zapatillas con cuchillo y palo.

Fui creciendo y estos episodios disminuyeron, hasta que nunca más me volvieron a atracar. Incluso, llegué a pensar que una racha como esa era difícil de igualar y creía que nada me haría recordar la horrible sensación de ser un blanco andante para los ladrones. Pero me equivocaba.

En pocos días voy a cumplir seis meses viajando en carro por las carreteras de Colombia; sin parar. Como ya les conté en entradas anteriores de este blog, mi esposa y yo renunciamos a nuestros trabajos para emprender un viaje en el que pretendemos llegar a Alaska en una camioneta, dentro de la cual dormimos  y cocinamos.

Conozca AQUÍ  Renunciamos y Viajamos, mi proyecto viajero.

Quisimos conocer primero nuestro país, llenarnos de él y contarles a los extranjeros las maravillas que hay en este territorio arropado por una bandera tricolor. En este tiempo hemos recorrido casi 8.000 kilómetros de cordilleras, valles, montañas, nevados, campos, ríos, desiertos, playas, pueblitos y ciudades. Viajar por Colombia ha sido una experiencia que ni en sueños esperábamos.

Pero cada que salimos a las carreteras sentimos que unos asaltantes legalizados están esperando nuestro paso para abordarnos. Son ladrones amparados por el Estado y el GPS anuncia su aparición para que con tiempo alistemos el dinero que tendremos que dejarles en sus gordísimas arcas.“Peaje a 500 metros”, nos dice la voz con acento ‘españolete’ de la señora que hace los anuncios en nuestro sistema de posicionamiento.

Los hay de varias categorías y todos tienen el amarillo como color común. La mayoría son atendidos por personas amables que casi siempre tienen una sonrisa y un saludo, pese a que devengan sueldos miserables.

La frecuencia con la que aparecen es impresionante; están por todas partes. A veces se ven venir en medio de caminos espantosos por donde uno pensaría que es difícil encontrar un humano. Pero ahí están ellos. Listos para meter su gran mano a tu pequeño bolsillo y decirte que no tienes otra opción más que pagarles.

Y díganme si este cobro de a poquitos no se ha convertido en un hueco, que digo hueco, un hoyo negro financiero en sus economías, así estén viajando como yo o yendo de una ciudad a otra a trabajar, a una terapia médica, a cine, a hacer compras. A lo que sea.

Por ejemplo, el peaje más caro que pagamos en Colombia queda en la vía Bogotá – Villavicencio. Hermosa carretera, valga decirlo. El monto del atraco en esta parte del país es de 13.300 pesos, dinero que a una pareja de turistas le alcanzaría para dos corrientazos con agua de panela y postre en la carretera, para una entrada al Parque Tayrona, para 6 pasajes en Lancha de Cartagena a Tierrabomba, para ocho pasajes en metro en Medellín, para… Y si viaja ida y vuelta siga sumando.

Porque hablando de viajes, y no siendo suficiente la manera de robarnos con los precios de la gasolina, si algo hacen los peajes es desestimular el turismo, porque desmotivan los viajes por carretera al tiempo que encarecen los pasajes en bus.

Y si bien es cierto que Colombia goza de una infraestructura vial aceptable, también es deber del Gobierno garantizar que así sea. Pero podrían cobrar precios justos y subsidiar el resto, como lo hacen Ecuador, Perú y Chile, donde viajando por carretera uno puede conducir horas enteras sin encontrar un peaje, y cuando toca pagar, el impuesto no supera los US 1,50.

Estoy a pocos días de abandonar Colombia. En total durante este viaje frené y estiré el brazo para dejar mi dinero en 90 peajes, uno de ellos dentro del casco urbano de la ya carísima Cartagena. El promedio del pago fue de 4 dólares. Y quisiera seguir recorriendo y conociendo las maravillas de mi país, pero con estas pescas milagrosas agazapadas en casetas amarillas no hay presupuesto que aguante. Y el camino a Alaska es muy largo.

Para terminar mi diatriba contra estos sinvergüenzas, les hago a ustedes la pregunta que la banda española Barón Rojo cantó en 1982 en su tema ‘Son como hormigas’:

“¿Cuándo recibiremos alguna buena nueva del poder?
¿Cuándo? Creo que nunca, pues desde siempre nos tocó perder”

PD: Este domingo en www.renunciamosyviajamos.com iniciaremos un viaje de 45 días a Cuba. Nos sentimos afortunados de llegar a la isla en un momento histórico para su gente, cuando todos se preguntan qué pasa con Fidel y cuando se estrechan las manos con el imperio. Hay poca o ninguna conexión a internet, trataré de escribir en este espacio sobre la experiencia. Si no, en marzo les cuento.

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