I
Varias veces en los últimos nueve meses me he repetido la frase: “Este puede ser el lugar más hermoso que he conocido en mi vida”. La he repetido en ciudades, en playas, islas, desiertos, montañas, valles. En ríos y mares. En calores que derriten y en fríos que congelan.
Me pasa eso porque hace nueve meses, luego de haber dejado mi trabajo, emprendí un viaje en carro por el mundo junto a Lina, la mujer que amo.
La última vez que repetí esta frase para mí mismo, mentalmente, fue esta semana. Estábamos en el Caribe panameño. Terminábamos de subir los pocos escalones que nos llevaron a un mirador y una vez arriba me detuve a observar la inmensidad que estaba frente a nosotros. Miles y miles de palmeras y árboles silvestres hacían parte de la triple frontera entre el verde de la montaña, el dorado de la playa y el azul intenso del mar. La brisa soplaba fresca y los sonidos de las aves y las olas rompían el silencio. Estábamos contemplando el paraíso desde un palco privilegiado.
En este viaje nos acompañaba Max Van Rijswijk, un holandés que salió de su casa hace 13 años con el sueño de tener su propia empresa en tierra caliente. Recorrió Asia, Sudáfrica, Venezuela, Brasil, México y Costa Rica buscando oportunidades de inversión en turismo y ecología. Pero fue Panamá el lugar que lo enamoró y donde decidió probar suerte. Ese día éramos sus invitados. Max, a quien hoy consideramos un gran amigo, es el propietario de este y otros paradisíacos sitios en el Caribe.
Y es que los lugares, por hermosos o feos que parezcan, no son nada sin la gente. En este viaje que emprendimos lo mejor que nos ha pasado es hacer amigos a cada paso y vivir las culturas locales de la mano de las personas que las conocen. Pero esta vez no fue un local. Fue un extranjero quien nos hizo pasar días maravillosos en el país al que hoy quiere como suyo y al que llegó un día sin nada más que ganas de cumplir sus metas.
Siento que tengo mucho en común con este hombre. Por eso le pedí unos minutos de su tiempo para que me contara sus experiencias de éxito. De cómo logró construir un imperio con el que casi todos sueñan.
Conversamos en su casa de Ciudad de Panamá –donde mi esposa y yo somos huéspedes hace unas semanas- y en una de sus fincas en el Caribe y le pedí autorización para contar su historia en este espacio.
II
Max Van Rijswijk tiene 41 años, mide 1,90 mts y su cabello castaño claro ya deja ver algunas canas que se asoman. Sus ojos son de un azul tan profundo como el mar que baña sus propiedades y, según he visto hasta ahora, su mayor riqueza es la amabilidad y el don de buena gente que lo caracteriza.
En su perfecto español me contó que un día del ya lejano 2002, luego de haberse topado con el paraíso de sus sueños en Bocas del Toro, viajó de regreso a Holanda a buscar inversionistas para comprar un terreno en ese lugar y así empezar a desarrollar su proyecto de vida. Era un muchacho de 29 años tratando de convencer a mucha gente con mucho dinero para que invirtiera su capital en tierras aún desconocidas, pero con el potencial que sólo un visionario como él pudo haber identificado.
“Se rieron en mi cara. Me dijeron: ¿Noriega? ¿Paso de Drogas? ¿República bananera? Nooo!”, dice Max mientras los recuerdos siguen llegando a su mente. Pero todo estaba dado para ser exitoso y él no podía dejar pasar la oportunidad. El Canal de Panamá, una de las zonas libres más grandes del mundo en Colón y los gringos recién salidos por el cambio de siglo eran motivos suficientes para convencer a cualquiera.
“Pasé mucho tiempo tratando de crear una buena imagen de Panamá en Holanda. Fui a los medios de comunicación, escribí artículos, publiqué en los medios e hice seminarios. Tres años después todo estaba listo, conseguí el dinero para comprar mi primer terreno en el Pacífico. Y un año y medio más tarde, el mismo lugar que había comprado en centavos lo vendí en dólares”, recuerda. Y luego de este vino otro. Y luego otro. Y otro. Cada sitio más hermoso y con más potencial que el anterior.
III
Pero, ¿qué pueden tener en común un millonario holandés y un viajero colombiano que quiere recorrer el mundo viviendo dentro de un carro?
Los dos dejamos todo y salimos de nuestras zonas de confort a encontrarnos con la felicidad, a luchar por nuestros sueños. A los dos alguien nos dijo que nuestras ganas de tragarnos del mundo eran imposibles y que era mejor conservar nuestros trabajos que darle vuelo a ideas locas de irse a viajar.
“No lo recuerdo bien. Pero mi mamá me dice que desde los 4 o 5 años de edad yo estaba hablando sobre tener mi propia playa tropical y hoy estamos en una de ellas. Esta es una de mis preferidas y me encanta compartirla con ustedes, que son mis nuevos amigos. Los viajes, los negocios y la vida misma me han enseñado una cosa: si quieres algo en la vida y eso cabe en tu cabeza, puedes lograrlo”, me dice mientras caminamos con su perro Coco a través de las palmeras en Playa Colorada, la misma que minutos atrás veíamos desde la cima.
Escuchar a este hombre me inspira, aunque lejos estoy de querer tener millones en tierras y tantas cosas que mi memoria no alcance a recordar. Max Van Rijswijk habla cuatro idiomas y dice que en los viajes ha encontrado la felicidad.
Como en Panamá, donde se casó con Martha Lucía, una colombiana que ama y complementa su vida desde hace seis años. O en los más de 40 países en todo el mundo que ha visitado, de los que ha aprendido un poco y en los que dice sentirse cómodo sin importar a qué tipo de cultura local se enfrente.
Viajar, dice, lo hace feliz, le da libertad y le abre la mente. “No puedo estar entre cuatro paredes y mi solución para eso es viajar”, asegura. Y más de acuerdo no puedo estar yo.
Max me dice que es un soñador. Pero lo interrumpo para hacerle una pregunta que lo deja en silencio:
“¿Con qué sueña alguien que lo tiene todo?”
Calla. Piensa. Entrelaza sus dedos.
“Qué pregunta me haces ¿ah?” “Creo que mis sueños ahora apuntan a dejar de tener tantas cosas y disfrutar más las que tengo. Porque la plata y las posesiones sólo hacen bulla, y esa bulla a veces trae problemas. Quiero hacer un viaje largo, gozar de la compañía de mi esposa y fascinarme con los pequeños detalles de la vida”.
Ahora Max tiene nuevos planes para devolverle a Panamá mucho de lo que este país le ha dado. Quiere hacerlo emprendiendo de proyectos de conservación de la naturaleza en algunos de sus terrenos en la Costa Atlántica. A través de sus empresas y fundaciones creadas por él mismo, está emprendiendo campañas proteger la diversidad de las tierras que compró algún día con el objetivo de construir y desarrollar proyectos en ellas.
“No podría dormir en paz si llego a verter concreto en el hogar de jaguares, monos, panteras, tapires, osos perezosos, aves de todo tipo. Ahora lo que quiero es conservarlos y hacer lo posible para que nadie en esta vida toque estas tierras”, dice.
Se refiere a las 1000 hectáreas de tierra al lado del pueblo Calovébora, en la provincia de Veraguas, distrito de Santa Fe, que forman parte importante del Corredor Biológico Mesoamericano, que empieza en Belice y se extiende por toda Centroamérica hasta Colombia.
Playa Colorada, el lugar donde sus enormes huellas, las de su perro Coco, las de Lina y las mías quedaron marcadas en la arena dorada, también es foco de su atención para conservar la biodiversidad. Este lugar es uno de los preferidos en el Atlántico por las tortugas Leatherback para poner sus huevos luego de darle la vuelta a todas las aguas del planeta.
V
Se puede ser sencillo, humilde y buena gente teniendo mucho: esa es la principal enseñanza que nos deja nuestro nuevo amigo Max. Hoy nuestro pequeño carro casa está guardado junto a su flamante Jaguar Xjs convertible, mañana no sabemos. La idea de seguir conociendo gente como él, rica o pobre, joven o vieja, nos hace no querer parar de viajar.
Si puedes soñarlo, puedes lograrlo.
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