Colombia y Guatemala tienen varias similitudes. De ello me he podido dar cuenta luego de estar viajando por el país más al norte de Centroamérica durante los últimos dos meses y medio.

Aquí le cuento como mi esposa y yo vivimos viajando sin ser millonarios

El primer ejemplo que se me ocurre es que, como en Colombia, la principal característica de los habitantes de Guatemala es su desbordada amabilidad. El “a la orden” y el “bien pueda siga” de nosotros los del sur podría perfectamente ser intercambiado con los ‘chapines’ (así se les dice a los guatemaltecos) por su “no tenga pena” y el “pase adelante” que hacen sentir bienvenido y bien atendido hasta al más extraño.

Además, ambos países tuvieron en suerte ser territorios de maravillas naturales que cualquier otra nación del mundo envidiaría. Y no siendo eso poco, los dos son cunas de una historia tan rica en cultura como cargada de violencia y un odio que aún salpica de sangre a su población.

Pero el domingo pasado Colombia y Guatemala encontraron en sus destinos un punto en común en el que sus habitantes decidieron los destinos de sus países para los próximos cuatro años: el 25 de octubre colombianos y guatemaltecos asistieron a las urnas de votación.

Y es aquí, con el perdón de mis compatriotas que siguen mirando por encima del hombro a pueblos más pequeños y “atrasados”, donde tengo que decirles que Colombia tiene algunas cosas muy importantes que aprender de un país como Guatemala.

Juzguen ustedes.

Luego de haberse volcado a las calles de todas las ciudades del país, sin vandalismo, sin poner un solo muerto, pero con mucha indignación y reclamos,millones de chapines tumbaron de sus tronos como fichas de dominó a los altos dirigentes del país que se robaban los recursos públicos y aumentaban sus riquezas mientras miles de indígenas se morían de hambre en las montañas.

Como una gota de agua que caía millones de veces sobre sus cabezas, los gritos de indignación en tantas jornadas de plazas públicas repletas terminaron por enloquecer a los mafiosos que gobernaban el país. La presión popular aplastó su imperios y hoy esperan sus juicios tras las rejas.

Un día, durante una manifestación pública, escuché a un tipo gritando en la calle que los guatemaltecos no estaban pidiendo la renuncia del presidente Otto Pérez Molina. “No queremos que renuncie, le estamos diciendo que está despedido. Porque el pueblo lo eligió. Fue el pueblo el que le dio trabajo. Y como no sirvió y fuera de eso nos robó, le estamos exigiendo que se largue”.

Menos de una semana después Otto Pérez presentaba su renuncia para al día siguiente ir a parar a la cárcel por corrupción, como lo hicieron su vicepresidenta Roxana Baldetti, casi todos sus ministros y decenas de funcionarios implicados en escándalos inocultables.

Y cansados de escoger a sus gobernantes entre los pelos de la misma perra que se robaba el pan al primer descuido del amo, el domingo los chapines eligieron en segunda vuelta  a Jimmy Morales, un desconocido de la política que a simple vista se subirá al poder más por el descontento de su gente contra los ladrones de siempre que por méritos propios.

Imagínese que Alerta o Don Jediondo un día aparecieran en un tarjetón y ganaran la presidencia. Pues antes de ser presidente, Jimmy Morales era comediante. Hoy no es más que el próximo valiente que se atreve a retar el poder de su pueblo unido.

En el segundo ejemplo, paradójicamente, uno de los protagonistas es un colombiano. Se trata de Iván Velásquez, un paisa reconocido en nuestro país por haber destapado ollas de diferentes niveles de podredumbre y por ayudar a juzgar casos de parapolítica y otras joyitas de esta variopinta vitrina criolla. Pues desde 2013 fue designado como director de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala, –Cicig- y su labor fue desenmascarar las redes criminales que el presidente Pérez y sus secuaces tejieron para desangrar financieramente al país.

Hoy por hoy Velázquez es una especie de semi-dios chibcha en tierra maya. Lo veneran, lo adoran y hasta lo piden en la presidencia.

El otro personaje en el cuento es Manuel Baldizón, quien encabezaba las encuestas a la Presidencia y cuya campaña, dicen, estaba financiada por dineros de dudosa procedencia. Pues resulta que el hombre echó por la borda su favorabilidad tras amenazar en sus discursos la estadía de Velázquez en la dirección del organismo que puso tras las rejas a los chicos malos. No hubo dineros calientes que pudieran pagar semejante error y Baldizón quedó fuera de la contienda en el primer round.

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¿Y qué tiene que ver Colombia? ¿Por qué deberíamos aprender? Mi viaje que está por terminar por territorio guatemalteco me ha mostrado que los chapines se dieron cuenta de que millones de gotas hacen una tormenta, lo cual nos falta a los colombianos. Mientras esa raza que aparenta ser tranquila y sumisa puso a su presidente de rodillas y luego tras las rejas, en Colombia nos seguimos llamando verracos cuando lo único que hacemos es gritar en mayúscula por redes sociales.

Cuando las protestas se van a las calles hay mucho muerto y vandalismo pero poca solución. Y en las urnas,  que es donde el pueblo tiene su máxima tribuna para limpiar la cloaca de la que salen los que gobiernan, siguen ganando el tamal, el ventilador y la teja de zinc. Ni ganan los que son ni se castigan los que nunca debieron ser. Las urnas en Colombia siguen siendo la puerta grande por la que salen en hombros las Dilians, los Roys, los Samueles y los Juan Manueles. Las elecciones siguen siendo el podio donde cuelgan medallas en los cuellos blancos de los granujas que matan a la gente en la puerta de los hospitales, desde donde se premian chuzadas, agroingresos, cinco mil falsos positivos y hospitales en quiebra como el Universitario del Valle.

  

Viajar tiene muchas cosas buenas y deja muchas satisfacciones. Pero definitivamente poder observar otras realidades y tener una mirada de ojos abiertos estando lejos de mi país es una de las que más agradezco. Y hoy Guatemala me enseña a mirar hacia mi país desde palco ajeno.

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