Hace dos semanas mi esposa Lina y yo regresamos al país luego de dos años viajando por América en carro. Como entre Panamá y Colombia no existen carreteras tuvimos que enviar nuestro pequeño carro-casa en un barco, recogerlo en el puerto de Cartagena y regresar conduciendo hasta Palmira, Valle del Cauca, nuestra ciudad.
Atravesando las carreteras de regreso a casa me di cuenta que mi suegro tiene una especie de súper poder, uno de esos que hoy en día protagonizan series de televisión. El papá de mi esposa tiene una memoria vial que el mismísimo Waze envidiaría y que le alcanza para recordar cada detalle de las rutas de Colombia como si fueran un rincón más de su casa. Freddy, así se llama mi suegro, es camionero.
Cada que llamaba a preguntar por dónde íbamos y cómo estábamos, nos daba con exactitud satelital señas de nuestra ubicación y describía con lujo de detalles lo que seguía en el camino. Que cuidado con la fotomulta que sigue después de la subidita. Que dos gasolineras más adelante, en Aguachica, Cesar, venden la gasolina más barata de toda Colombia y tienen que llenar el tanque. Que ahí a la vuelta de donde están hay un restaurante que se llama La Chinita y luego unos cultivos de palma. Que en los 10 kilómetros que siguen no se puede andar rápido porque esa carretera está muy mala y daña las llantas. Que…
Freddy lleva 30 de sus 50 años moviendo todo tipo de cargas por montañas, valles, sierras, costas y llanos de este país. Más de tres décadas ganándose la vida con la profesión que heredó de su padre y que le ha permitido hacer de sus seis hijos personas de bien.
En el tiempo que llevo de conocer a mi suegro nunca lo he visto tomarse unas vacaciones. Él sabe que debe aprovechar cada día laboral como si fuera el último porque cada tanto estalla un paro que lo deja sentado e improductivo como está ahora; como ha estado desde hace casi mes y medio. Y es que cada once meses que los dirigentes de su gremio deciden alzar su voz de protesta y silenciar los motores, su propia vida se agrieta tanto como se agrieta el país.
Lo reconozco como un hombre trabajador, que no se le arruga a nada y que ha escrito su biografía a base de historias vividas en los caminos. Hoy su nevera, con un tarro de agua como único habitante, es el reflejo de un país desabastecido. Los recibos de servicios públicos acumulados, el bolsillo vacío y la zozobra de un día más frente al televisor esperando que algo ocurra, solamente pueden ser un símbolo de que en Colombia muchas cosas andan muy mal.
Porque mi suegro y miles de sus compañeros están en medio de una lucha de poderes entre un gobierno que hunde un puñal en la economía de los ciudadanos cada vez con más fuerza, y un imperio económico que mueve millones de dólares al año y que siendo consciente de su poder es capaz de estreñir el sistema productivo de Colombia, causarle graves daños e incluso hacerlo colapsar.
Cada que serpentean el país cargados de materias primas, de combustibles, de la comida que usted y yo nos comemos, del cemento para remodelar la casa, de la harina para el pan, del carro nuevo que alguien ya encargó, de químicos y de tantas otras cosas, estos hombres están aportando al desarrollo de este proyecto de país. Porque cada que estiran el brazo para pagar esos peajes de precios abusivos están haciendo su contribución para que existan más y mejores carreteras.
Cuando llegamos a su casa, Freddy me contó que el gobierno quiere meter a la fuerza a una multinacional de nombre Impala, la misma que ya controla el transporte fluvial en el río Magdalena; que han aumentado peajes hasta en un 180% y que cada vez es más difícil renovar una licencia de conducción. Me contó cómo funciona el cartel de la chatarrización y me dejó la sensación de que su gremio reconoce a Pedro Aguilar como una especie de caudillo.
Me dijo también: “esta semana tuve que salir a camellar arriesgándome y aguantándome que mis compañeros me gritaran hijueputa y vendido. Porque si no ya esta situación no se puede aguantar más viejo Andrés”; y me contó sobre las no pocas veces que ha visto al Esmad moler a palos a colombianos en muchos rincones del país.
Personalmente quiero decirles que apoyé el paro pero quiero que se acabe en condiciones que dignifiquen y le den valía a la labor del camionero. Pero no del que acumula camiones como si fueran carritos en una repisa, sino del que se levanta a las tres de la mañana a cargar para luego salir a conducir hasta que caiga el sol.
Al presidente sería bueno recordarle que la ausencia de guerra no significa paz. Y preguntarle que si le parece poquito las cartas que le escribieron los niños con cáncer en Cali para ver si alguien les pone atención antes de morir; que en este país la plata no alcance y que el Esmad siga matando así, como fumigando cucarachas.
No le conté a mi suegro que iba a escribir sobre él. Cuando nos despedimos me dijo que no sabría qué hacer si algún día tiene que dejar por fuerza la profesión que ama y lo que mejor sabe hacer en la vida. “Pues será poner un puesto de empanadas viejo Andrés. Porque ¿qué más se hace en Colombia sino es rebuscársela, ah?»
Este es mi suegro Freddy, se los presento
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