De los muchísimos males que sufre Colombia, este nuevo post me hace traer dos a colación: la facilidad de olvidar y la falta o ausencia empatía. Tecleo desde la zona rural de Chiang Mai, la gran ciudad al note de Tailandia, donde Lina y yo estamos varados desde hace casi tres meses a causa del coronavirus.
Pasan tantas cosas en Colombia, y pasan tan rápido, que de un momento a otro lo que parece urgente queda atrapado bajo varias capas de nuevos sucesos: en un abrir y cerrar de ojos Colombia sepulta todo con la pesada tierra del olvido paleada por la bulla de los grandes medios. Por ejemplo: somos miles de colombianos los que quedamos varados en diferentes rincones del mapa sin posibilidad alguna de regresar a casa por el cierre de aeropuertos. La cifra crece en cada jornada, aumentada por los nuevos compatriotas que se registran en las embajadas a la espera de un turno para abordar un vuelo de repatriación, con la esperanza de quien espera una cita en la EPS.
El conteo empezó en más o menos 3.600 compatriotas desperdigados por todo el mundo, a quienes la pandemia nos cogió en viajes de turismo o negocios. Se fueron sumando los estudiantes, residentes en otros países y migrantes ilegales desesperados que vieron sus opciones de rebusque reducidas a cero y con ellas sus posibilidades de llevarse si quiera una comida diaria a la boca. Han regresado a Colombia más de nueve mil, según cifras de la Cancillería, y al día de hoy hay por lo menos otros diez mil desesperados por volver.
Seguro que a ninguno se nos olvidó, aún lo tenemos fresquito en la memoria, el show que hicieron recogiendo y exhibiendo a los 13 colombianos que estaban en Wuhan cuando esa ciudad era el foco del virus que pronto se convertiría en pandemia. El presidente los llamó por teléfono y les dijo héroes por el simple hecho de subirse a un avión oficial sin pagar un solo centavo, como si se tratase de los mismísimos mineros de Chile. Aún no se habían cerrado aeropuertos, cualquier podía ejercer su derecho de regresar al país. Bien que Colombia enfoque recursos en ayudar a compatriotas en medio de semejante emergencia, pero los que quedamos quisiéramos un trato similar, aunque los reflectores de Wuhan ya se hayan apagado. Se cerró el telón del show mediático de repatriación chino y la tierra del olvido tapó con toneladas de abandono a los que quedamos.
Se habla de los varados aquí y allá. La Cancillería saca pecho con la sumadora de repatriados: “hoy trajimos tantos”, “mañana aterrizarán cientos”,“en total regresamos a sus hogares a miles”. Pero lo que hacen no es más que darse aplausos frente al espejo, autocomplacerse por dejar aterrizar aviones cargados de colombianos endeudados por haber empeñado hasta lo que no tienen para poder regresar a casa. Porque los vuelos los pagaron ellos, hasta el último centavo. ¿Y los que no tuvimos con qué pagar? ¿Los que seguimos afuera viendo como cada vez se aumentan más y más los plazos para volver? ¿Qué va a pasar con nosotros? ¿Por qué solo se habla de los que llegaron y no se ofrecen soluciones para los que nos quedamos?
Nuestro tiquete desde Bangkok, la capital de Tailandia, costaba 2.860 dólares cada uno, dinero que no pudimos reunir. Más o menos 24 millones de pesos que nunca hemos tenido y que nadie nos prestaría. Primero nos hicieron firmar un documento en el que declaramos insolventes tanto a nosotros como a nuestras familias, y luego nos presentaron como única opción de retorno un vuelo humanitario de 12 millones de pesos por cada silla. Algo no anda bien con el concepto de insolvencia de la Cancillería. Por eso seguimos aquí, por eso lanzo la pregunta que titula este post. No nos queda otra que aguantar, y eso lo sabemos. Pero difícilmente vamos a poder lograrlo solos. El Gobierno Nacional destinó recursos por valor de 14 mil millones de pesos para ayudar a los colombianos varados con hospedaje y alimentación. Y sí, la plata llegó, por lo menos a Tailandia. Durante algunas semanas estuvimos bajo un techo seguro, acatando las medidas de cuarentena, gracias a la gestión del cónsul en este país. Pero se llegó el día en que nos dijeron no más, hay que desalojar; sálvese quien pueda. Y, al mismo tiempo, anunciaron que los aeropuertos estarán cerrados tres meses más: la cuenta hasta ahora va en septiembre. Sin hospedaje, sin comida, sin seguro médico, sin medicinas, sin atención para los adultos mayores, para las madres lactantes. Sufriendo discriminación en muchos países donde los mismos gobiernos se han encargado de señalar a los extranjeros como culpables de esparcir el virus. Comiendo una o dos veces al día, endeudados, sin saber a quién más estirarle la mano en busca de ayuda que nos permita aguantar. Otros durmiendo en las sillas de aeropuertos, acampando a las afueras de consulados bajo el frío del invierno. El motivo por el que no regresamos no es porque no queramos, es sencillamente porque los decretos de emergencia no nos lo permiten. No hay plata más que para camionetas, egoteca presidencial en redes y encuestas, armas para reprimir al pueblo a punta de bolillo y gas cuando no aguante más y se levante. Si los demás lanzamos un grito de auxilio no nos bajan de “atenidos”.
¿Por qué la Cancillería o la presidencia no responden a esa pregunta simple? ¿Qué va a pasar con los varados que no pudimos abordar los vuelos ‘humonetarios’, perdón, humanitarios? La respuesta la tienen siempre lista los que sufren de ese otro mal que carcome a Colombia como un cáncer: la falta de empatía. ¿Quién los mandó a irse? Los ricos fueron los que entraron el virus por los aeropuertos así que quédense por allá. ¿Por qué no se devolvieron cuando aún estaban a tiempo? Tanta gente muriéndose de hambre aquí y ustedes pidiendo plata para pasajes de avión y hoteles.
Sal en la herida, al caído caerle.
BONUS TRACK: Lina y yo estamos intercambiando libros por una noche de hotel o un plato de comida acá en esta lejura. Llevamos 6 años recorriendo el mundo y este libro autopublicado relata los primeros dos años de vida de nuestro proyecto nómada Renunciamos y Viajamos. El libro se llama ‘Renunciar y Viajar’, el trabajo donde brilla el sol. Lo enviamos desde Palmira, Valle del Cauca, a cualquier rincón del mundo. Aquí les dejo el link por si necesitan una dosis de inspiración viajera y, de paso, nos echan una mano para aguantar.
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