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Aunque colgarse una mochila para atravesar continentes ajenos siempre resulta admirable, la hazaña no es del mismo tamaño cuando viajas con un pasaporte del “primer mundo” que con uno de un país “paria”. No es igual tener todas las puertas abiertas que tocar una y otra vez para abrir una rendija y poder pasar.

Claro, salir de la “zona de confort” – y todos esos términos que adoran los blogueros de viajes-, dejar una rutina y desprenderse de lo material, no resulta poca cosa. Pero si a eso le sumas pedir fastidiosas visas, aguantar malas caras e incluso soportar con la paciencia de Job las mismas bromas de mal gusto de siempre (como si nosotros echáramos en cara a cada conocido lo peor de su lugar de origen), la vara se sitúa más arriba.

Y aunque en Colombia creamos que la imagen ha cambiado, aún nos reconocen con la misma eterna historia: Pablo Escobar, drogas, cocaína. ¿Para qué Procolombia intenta vender al país como destino turístico cuando la serie Narcos, de Netflix, tira todo por el suelo?

Haciendo escala en San Francisco me encontré con que hasta venden sus camisetas a lo Che Guevara

Ya de tantas veces de escuchar estos comentarios, no sabes muy bien cómo reaccionar o cómo seguir siendo políticamente correcta. Ya lo hablábamos entre algunos blogueros: ¿Qué estrategia usar la próxima vez que nos hagan el mismo “chiste” y se echen a reír? Porque estamos hartos de tolerar tanta ignorancia frente a un tema tan sensible. Al final llegábamos a la conclusión de que tal vez lo mejor sea tener listo el as bajo la manga. “¿Alemán? ¿Qué tal Hitler, eh?”, y sonreír con sarcasmo.

Claro, eso no se le dice a quien recién acabas de conocer. Pero, ¿por qué nosotros sí debemos soportarlo? Será entonces que la diplomacia es de un solo lado, y también aplica dependiendo de la nacionalidad…

Por eso no admiro tanto a las decenas de mochileros europeos que pululan por el sudeste asiático… porque pienso: si tuviera ese pasaporte, ¿qué no haría con él? No perdería un solo segundo de mi vida. Si muchos tuviéramos ese pasaporte… tendríamos la vida arreglada.

Sería un sueño: no tener que dar explicaciones de por qué viajamos, de si queremos extender una visa o no y para qué, de si tenemos los recursos para solventar nuestro viaje, de si tenemos algo que “nos ate” en nuestros países para no quedarnos a vivir más allá de donde nacimos.

https://www.instagram.com/p/BTeMtWajT2-/?taken-by=viejaqueviaja

En Camboya conocí a un suizo que venía bajando en bicicleta desde su país, y en la aventura se había tardado año y pico. “Cómo haces para financiarte?”, le pregunté. “Pues tengo ahorros. Cuando se me acaban, regreso a Suiza, trabajo un mes o un par de meses y me vuelvo a ir”, contestó. Al leer mi cara de resignación cuando pensaba “claro, en francos suizos, ¿quién no?”, agregó: “Nací en el lugar correcto del mundo”. Y sí.

Para los mochileros latinos, en cambio, los ahorros no soportan un viaje de este tipo. Mientras en los países de monedas fuertes puedes aguantar un trabajo que no te guste por poco tiempo, en Colombia los plazos de ahorro son largos, y más teniendo en cuenta que no te pagan horas extras y que pasas allí demasiadas horas sin la debida retribución, solo por mostrar “compromiso con la empresa”.

Además de vencer el qué dirán, la presión social para obtener un puesto importante (y poder mostrar que tienes dinero y por tanto, éxito), y para las mujeres, el repetitivo «¿te vas sola?».

Por eso, y después de conocer tantos mochileros, sigo admirando a los latinos, aunque es verdad que unos lo tienen más fácil que otros (porque ante las autoridades migratorias, hay categorías de categorías dentro del grupo).

Aunque si conociera a mochileros afganos, norcoreanos, palestinos o somalíes me quitaría el sombrero, con reverencia incluida: su estigma es mucho peor que el de los colombianos.

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