Por @karlalarcn
Para mucha gente en Colombia, ser emprendedor o decir que se va a crear una empresa está asociado a la imposibilidad de conseguir trabajo.
-¿Crear empresa? ¡No sea pendejo! -Me decía un amigo mientras se quitaba la gorra y se rascaba la cabeza. Seguía intentando convencerme en vano.
-Consígase un trabajo y ya. Algo de escritorio donde esté tranquilo y no se joda. Así no sea en su carrera. La verdad es que nadie lo prepara a usted para todo lo que se viene cuando se decide a ser emprendedor. Siempre habrá un incrédulo esperando que usted caiga. Las jornadas laborales son de mínimo 12 horas. Aprenderá más que en cualquier universidad y nadie entenderá su cara de felicidad al atender su primer cliente.
Esta es una historia que puede ser la suya o la de cualquiera. La historia de cómo perseverar y alcanzar un sueño.
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– Crear empresa es el arte de crear algo con plata de otro haciendo que usted y ese otro se vuelvan millonarios.
La gente se reía y aplaudía mientras aquel conferencista se movía en el escenario haciendo gestos con la mano para que los presentes lo dejaran seguir con su discurso.
– ¿Saben cuánto vale su idea de empresa sin el dinero de ese otro?– preguntaba al público mientras mentalmente yo tenía una respuesta: ¡Ni mierda!
– Cero, su idea no vale nada.
Quince minutos después ese tipo se bajaba del escenario con algunos miles de dólares más en su cuenta ganados diciendo lo que todo el mundo ya sabía. Así somos los humanos, entendemos las cosas solo hasta que otra persona las dice. El mensaje se nos clava mucho más en la cabeza cuando hay que pagar por escucharlo.
Llevaba menos de una semana con la idea de ser emprendedor y ya tenía en la cabeza con qué contaba y qué debía buscar. La lista era básica, tenía un computador, conexión a internet, la liquidación del hotel donde tendía camas y lavaba baños más 3 dólares de la historia que conté anteriormente y una idea que valía lo que el conferencista dijo: CERO.
Lo que no tenía, o mejor, lo que necesitaba para empezar mi empresa casi triplicaba la lista de lo que ya disponía.
Debía crear una estrategia, si quería tener éxito. Tendría que trabajar duro y rápido, si no, seguramente en menos de un mes tendría otra cosa más: ¡HAMBRE!
Mi estrategia se basaba en 2 frentes:
-Conseguir dinero
-Vender mi idea
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¡Hay tantas cosas en la vida más importantes que el dinero! ¡Pero cuestan tanto!.
Groucho Marx
Estaba recién desempleado con tres agravantes: me quedaba dinero para vivir un mes, tenía 3 dólares para crear mi empresa y necesitaba tiempo para trabajar. Ahí nació la pregunta, ¿dónde conseguir trabajo?
Buscando en internet, encontré un anuncio:
“Se necesita empleado para trabajar de lunes a jueves de 8 pm a 4 am. Salario mínimo más propinas” Motel Cris.
La dirección era cerca de mi casa, el anuncio estaba en internet hacía pocos minutos y era la oportunidad ya que podría trabajar de noche y dedicar todo el día a mi proyecto. La oportunidad estaba servida.
Llegué al motel, que no era más que un bloque de cuartos pequeños, todos en un primer piso. En la entrada una garita de celador, con un computador viejo y al fondo una oficina con un letrero en neón que decía -Recepción-. Golpeé en la puerta de aquella oficina y me abrió una señora de unos cincuenta años con mirada triste y ojeras profundas que en ese momento tomaba un chupón profundo de un cigarrillo que olía a barato.
– ¿Por qué quiere el empleo? –me preguntó ella mientras miraba la punta encendida del cigarrillo.
– Quiero crear una empresa y necesito trabajar en el día en mi proyecto y conseguir algo para subsistir en la noche. Vivo cerca de acá y sería perfecto para usted por qué ya he trabajado en un hotel haciendo camas.
– Ok. Déjeme su currículo. Puede irse y lo llamaré.
Dos días después estaba empezando mi primer turno en aquella oficina penetrada de humo. Esa misma noche, mis únicos clientes fueron dos parejas de amantes buscando amanecedero. Los gemidos iban y venían mientras yo llenaba una hoja de
El salario del motel me servía para vivir, pero necesitaba más dinero para poder crear mi empresa. Sabía también como podía hacerlo: Estudios médicos.
Lo había escuchado de muchas personas, era algo que todos negaban pero era sabido que muchos los utilizaban como una manera “fácil” de conseguir dinero.
Los estudios médicos consistían en ir a una especie de hotel de una compañía farmacéutica, quedarse allí por varios días o un fin de semana mientras probaban una medicina especifica en su cuerpo. Usted se inscribe, lo llaman a un examen médico y si lo pasa, puede hacer el estudio médico que generalmente empieza los viernes en la tarde y sale el domingo en la mañana durante 4 fines de semana. Al final tendrá una compensación económica por “sus servicios” prestados a la ciencia.
Me inscribí y fui aceptado para empezar el estudio médico. Durante 4 fines de semana estaría recluido con 20 personas más. Lo primero que usted esperaría encontrar en los personajes que se inscriben a este tipo de estudios son personas urgidas por el dinero. Gente necesitada. Me sorprendió ver que muchos buscaban dinero para un viaje de vacaciones a Cuba, otros para comprarse un computador o inmigrantes buscando dinero para viajar de vacaciones a su país. Muy pocos iban por necesidad.
Mientras se está recluido, usted puede hacer lo que quiera. Unos jugaban cartas, otros veían TV. Si usted hubiera estado en la sala principal de ese lugar, me hubiera encontrado sentado en una esquina sin hablar con nadie, con toda mi atención dedicada a la pantalla del computador tejiendo mi sueño en una veintena de hojas en Word y más de 10 gráficas en Excel.
Un mes después recibía un cheque. Tenía 2000 dólares. El primer ahorro de mi sueño.
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“Las ideas no duran mucho. Hay que hacer algo con ellas”
Santiago Ramón y Cajal
Necesitaba apoyo. Necesitaba que alguien viera potencial en mi idea y que decidiera jugársela conmigo. Había que vender la idea.
Durante más de dos meses intenté sin éxito con organizaciones colombianas que ayudan a emprendedores. La burocracia en algunos casos así como la falta de visión me hicieron desistir en buscar apoyo en Colombia.
Buscando por internet me enteré de un encuentro de emprendedores en la ciudad donde vivo. Debía hacer una presentación y si las cosas salían bien, alguien se fijaría en mi idea.
Durante más de 20 días seguidos repase la presentación y las posibles preguntas en la oficina del motel. A veces llegaban clientes y les parecía extraño verme hablando al espejo, no me importaba. Era mi oportunidad.
El día de la presentación fui el primero que llegó al salón. Pensaba que seguramente para muchos de los que asistirían sería un tema sin importancia, un inmigrante colombiano hablando de una idea en un mercado que a nadie la interesaba. Hablar y compartir una idea de negocio es como el enamoramiento, necesitaba llamar la atención de una sola persona.
Éramos diez emprendedores. Yo era el único inmigrante. El presentador casi se muerde la lengua al pronunciar mi nombre. No me importaba yo solo miraba al frente con una idea clara. Quería que alguien me escuchara.
Un sitio web de prendas ecológicamente responsables, una aplicación móvil para buscar parqueaderos, un microchip para mejorar la técnica en el boxeo, esas eran algunas de las ideas que se presentaban esa noche.
Llegó mi turno. Empecé a hablar y algunos levantaron la mirada tratando de saber qué era lo que presentaba el tipo del acento raro. Empecé a compartir mi idea.
Lo primero fue hablar de cuál era el problema, cuál era solución y por qué yo era la persona idónea para resolver el asunto. Hablé del mercado que buscaba y su potencial. Todo parecía perfecto.
Di las gracias y terminé mi presentación. Hubo un silencio largo e incómodo. No hubo ni preguntas, ni aplausos. Desconectar el computador del proyector fue tortuoso. Bajé del estrado con la sensación de batalla perdida.
Me sentía confundido. Trataba de explicarme en qué había fallado. ¿Sería por mi acento? ¿Mi idea era una pendejada? ¿Realmente nadie ve una oportunidad de negocio en un país llamado Colombia? ¿Qué carajos iba a hacer después? Las preguntas pararon con un leve toque en el hombro.
Me pasaron una tarjeta con el nombre de una persona en francés. En la parte de atrás algo bien escrito en español:
“Llámeme. Veo potencial”
El señor del mensaje había vivido en Latinoamérica, sabía español y estaba buscando oportunidades de inversión. Le gustó mi idea, una idea que nació hace años, una idea que se pulió entre canecas de basura y en la oficina de un motel.
Solo quiero dejarle un mensaje: ¡Nunca, nunca se rinda!