Por: @karlalarcn

La cuerda estaba bien tensionada, mientras la banquita comprada en Ikea se empezaba a tambalear. Aún tenía dudas y en ese instante se preguntaba sobre la decisión que estaba a punto de tomar, pero lo había deseado tanto, había anhelado llegar a ese momento, que así como lo dijera Pablo Coelho, el universo conspiró haciendo realidad su deseo. Sin darse cuenta, movió de forma torpe el pie derecho, la banca cayó hacia un costado, como si el mismo universo le hubiera propinado una patada. Su vida pendía literalmente de un “hilo”. Eirik utilizó como método de suicido el colgarse del techo de la casa de sus padres putativos en un apacible pueblito en Noruega.

Un grito ensordece a su padre quien sube hasta la segunda planta, abre la puerta y la imagen le genera estupor: su hijo agarrado con las manos de la cuerda pidiéndole a gritos lo salvara. El viejo logra acercar el escritorio para sostener a su hijo mientras sube y suelta el nudo que lo ataba a una muerte segura.

Al día siguiente, Eirik despierta en el hospital. Una enfermera le menciona que tuvo una pérdida de conocimiento y permaneció sedado por ese espacio de tiempo. Su padre había salido a comer algo. En la mesita auxiliar, dejó una hoja con algunos garabatos; la caligrafía era conocida para el muchacho. Le cautivó el título: Querido hijo… él continuó leyendo;

“Intente en estas horas sentado a tu lado, recordar cuántas veces vinimos juntos a este hospital y la verdad solo tengo guardados en la memoria dos momentos: el primero cuando te trajimos a una valoración después de arribar de Colombia, contigo en brazos y la otra, cuando tu mama nos abandonó y nos dejó solos pero preparados para batallar en este mundo.

La verdad no me gusta venir acá, no me gusta el color verde claro de las paredes, no me gustan las ventanas; pero la razón primordial por la cual no me gusta es el sentir que acá vengo a que me abandonen las personas más amadas de mi vida.

La primera vez fue tu mama, eras muy pequeño para recordarlo, pero muy cerca de la habitación donde te encuentras fue donde despedí a tu mama después de la penosa enfermedad que padeció. Te tenía conmigo mientras nos fundíamos los tres en un abrazo eterno jurándole a tu madre amor eterno y que serías para siempre el centro de mi vida.

Ese juramento no se lo hice a tu madre ese día, ni cuando supe sobre su enfermedad, esa promesa te la hice a ti, la primera vez que te vi, cuando a través de una cunita, me acercaste tu mano a través de las barandas como pidiéndome protección; tu madre sonrió en ese instante y sabíamos que éramos los elegidos por la vida para ser tus protectores, para llenarte de amor y proveerte de sustento para encarar una vida llena de desafíos.

Y si hablamos de desafíos, tú tuviste demasiados desde un principio; tu madre biológica te abandonó un día en el centro de adopciones, estabas solito en el mundo, falto de fuerzas, de cobijo y sobre todo falto de amor y esa última palabra, amor, es lo que siempre te brindamos desde el momento que fuiste parte nuestra, el amor puro y verdadero el cual, solo lo puede brindar una familia unida.

Siempre tuviste todo en tu vida, te llenamos de afecto, de valores, te brindamos las herramientas que necesitabas para desarrollar una vida normal, a su vez, te llenamos de conocimientos, de deberes para formarte como una persona íntegra, para ser una persona de bien.

Pero el tener todo en la vida se volvió en contra tuya y nuestra, como una espada de Damocles; esas mismas comodidades en la vida te hicieron pensar que lo tenías todo, que eras el rey absoluto, hasta mostrar desprecio por aquellos que te brindaron una oportunidad en la vida. El tenerlo todo te cegó, te hizo infeliz con el paso de los años, te hizo entrar en una nebulosa la cual desencadenó toda clase de conflictos entre tu familia y sobre todo, en ti mismo hasta llegar a esto.

Para buena parte de la humanidad no sería entendible, cómo un joven de 21 años se quiere suicidar porque no le encuentra sentido a la existencia, menos con la vida que tienes y la cual, 90 % de la humanidad quisiera tener.

Y si tu vida no tiene sentido para ti, es hora de que le des sentido a la vida de los demás. La vida querido hijo, va más allá de las cosas materiales; a la vida se le da sentido cuando ayudas a los demás a tener oportunidades.

Te voy a ayudar a confrontar tu realidad con la realidad que pudiste tener; vamos a Colombia a aprender cómo se vive con poco, a conocer como el sentido de la vida puede cambiar o ser encontrado cuando ayudas a los demás. Vamos a cumplir un sueño, el cual también era el de tu mama; ella me pidió lo siguiente: llévalo cuando sea mayor a su país, a conocer sus raíces y a valorar lo que tiene.

Querido hijo, ese día llego”

Esa tarde, padre e hijo se toman de las manos, honran la memoria de aquella mujer y se miran a los ojos prometiéndose compañía el uno para el otro; renovando ese amor puro y que jamás se acaba: el amor de un padre hacia un hijo.

Eirik es un joven de origen colombiano, fue adoptado por una familia noruega en Bogotá cuando aún tenía unos cuantos meses de edad. Desde siempre sus padres putativos le dijeron la verdad acerca de su origen; creció con todas las comodidades brindadas por un país como Noruega. Ya de mayor cayó en una depresión terrible, sentía que la vida perdía su razón de ser por el simple hecho de tenerlo todo y no tener necesidad de luchar por algo. Algo así como el animal cautivo en un zoológico: no hay que luchar porque el alimento siempre está ahí, el dinero está siempre ahí y las cosas materiales ayudaban a adornar una “jaula de oro” la cual, hasta el momento de su intento de suicido estaba bien construida pero de la cual él quería escapar.

Pero si el sueño de sus padres era que Eirik aprendiera a darle valor a su vida, él también tenía un sueño escondido, algo que pedía de adolescente a la hora de soplar las velitas de un pastel de cumpleaños: su sueño era conocer a su verdadera familia, saber por qué termino en una casa de adopción y el motivo por el cual su madre biológica lo dejo allí.

Mes y medio después, padre e hijo toman un vuelo que los llevó hasta Colombia, allí en Bogotá, intentan ubicar el centro donde fue dejado Eirik recién nacido. El centro ha cerrado desde hace un tiempo sus puertas y solo queda remitirse a Bienestar Familiar para saber si pueden encontrar alguna información concluyente sobre la familia biológica. El esfuerzo es en vano, ningún dato, ninguna dirección, ningún teléfono; nadie tiene información de la familia del muchacho. Esta vez, no pasó como el final de las películas o de los reportajes, no hay reencuentro ni familia a la cual abrazar. El sueño queda sin cumplir.

Después de los días de búsqueda infructuosa quedan dos semanas donde Eirik va a colaborar con una ONG la cual ayuda a niños en el sur de Bogotá. El primer día, al llegar a esas lomas polvorientas, se encuentra con una verdad ineludible, él pudo ser uno de esos niños a los que hoy les regala un plato de comida para subsistir. Intenta no sentirse apesadumbrado, pero es imposible al ver la mirada perdida de un niño de unos siete años recibiendo de su mano un poco de comida para poder paliar el hambre y resistir un día más.

Su español no es bueno, pero no hay necesidad de conocer el idioma para adentrarse en el corazón de esos niños que sufren desarraigo, desamor y falta de oportunidades. Después de ayudar con la entrega de alimentos, se refugia en sí mismo, mirando desde una ladera a la inmensa Bogotá, preguntándose si aún allí, en algún rincón, esa persona que le dio la vida aun existirá, si estará pasando necesidades y cuál hubiera sido su destino si su madre no lo hubiera entregado en adopción. Entregar en adopción a un hijo puede ser catalogado como algo inhumano, pero a su vez, puede ser una decisión correcta para una madre que quiere lo mejor para su hijo, pero por diversos motivos sabe que ella no puede cumplir con ese propósito.

Fueron dos semanas de aprender, brindar, compartir experiencias y sobre todo aprender a sonreír con lo poco o mucho que nos puede dar la vida. Eirik empezaba a sentir la verdadera felicidad, la cual está en ayudar a los demás. Él tuvo oportunidades y quiere ayudar a que muchos niños de escasos recursos las tengan.

Llega el día final de su estadía en Bogotá. En la tarde, en una humilde casa de una madre comunitaria al sur de la ciudad, se reúnen los voluntarios, gente de la ONG y niños del sector en una fiesta de despedida a ese muchacho de tez morena, el cual, de no ser por su ropa y su español extraño, podría ser confundido por un habitante más del sector.

Un humilde plato de arroz con pollo sella una alianza ineludible: Eirik irá de cuando en vez a trabajar con ellos y desde su país servirá de apoyo para la organización.

Más tarde en el hotel, el hijo le agradece al padre el haberlo llevado a Colombia, el brindarle la oportunidad de conocer ese otro mundo, un mundo tan distinto al que estaba acostumbrado. Le confiesa a su padre que acaba de cumplir un sueño, el sueño de entender qué la más grande felicidad está en ayudar a los demás. Esa noche los dos comparten una misma cama, un inmenso abrazo y una misma historia con un grandioso final.

Esa noche el papá de Eirik no puede dormir. Mirando a las estrellas por entre el velo de la ventana, recuerda a su esposa y de sus labios sale una frase final…

“mi amor, tu sueño se hizo realidad”

P.D. Eirik estudió medicina y ahora trabaja activamente en una ONG internacional dedicada a la defensa de los niños en varios países del mundo. Su padre, ahora abuelo aún lo acompaña. La carta es ahora un legado familiar para nunca perder el rumbo.

Twitter: @karalarcn