Foto: Claudia Milena Pico

Claudia Pico

Facultad de Negocios, Gestión y Sostenibilidad  – programa de Economía del Politécnico Grancolombiano

Al parecer la sociedad contemporánea finalmente se ha ocupado de atribuir al arte y a la creatividad el lugar privilegiado del que debieron gozar a lo largo de la historia por su amplio potencial para generar valor. Este juicio se desprende de la reciente defensa de su contribución por parte del Banco Interamericano de Desarrollo y del actual gobierno en el entorno nacional.

Para entender si, más allá del discurso, el arte y la creatividad generan el valor que se les atribuye conviene revisar su valuación, su aporte implícito a la sociedad y las condiciones históricas en las que surge. ¿Cuál es el valor del arte o qué es lo valioso en la economía naranja? ¿Por qué si durante décadas, e incluso siglos, se alabó el aporte del arte a distintos entornos sociales solo hasta ahora surge un repentino interés por su valor?

Iannis Varoufakis, el célebre exministro de finanzas griego, se refirió a la acepción de valor contemporánea que se centra mayoritariamente en el valor de cambio, esto es, en lo que pagamos por las cosas y llamó la atención sobre la tendencia que se tiene a dejar de lado el valor experiencial, ese valor intangible que dota al arte de su carácter especial.

Una rápida mirada a los informes sobre los aportes de la cultura a la economía muestran que el mismo es modesto ya que genera únicamente 2,1% del empleo a nivel nacional y un valor agregado de 3.21%. Lo anterior, porque considera únicamente el producto terminado, el valor de cambio y no todo el proceso de creación, producción y exhibición que tiene un potencial de generación enorme.

Aunque estas cifras sugieren que podría ser poco estratégico apostarle a un sector de bajo crecimiento y con bajo potencial de generación de empleo en el país, el discurso busca sacar provecho del valor intangible del sector, valor que por supuesto es susceptible de acumulación y que se convierte en un mecanismo por excelencia para comunicar mensajes. Sin embargo, conviene advertir, como lo hicieron Adorno y Horkheimer, sobre el riesgo de masificar las formas de arte y sus mensajes, riesgo que puede destruir la fuente de su valor, la diversidad.

Tal vez el arte y los artistas han entendido eso desde hace siglos y en consecuencia sus lógicas de producción y reproducción, en su mayoría se alejan del discurso de lo que hoy llamamos economía naranja. En consecuencia, si se busca promover este discurso se debe hacer desde la diversidad de formas de expresión cultural, de lo contrario, podríamos estar transitando hacia una subestimación aún mayor del aporte del arte a la sociedad.