Daniel Goleman, en 1995, trajo al mundo el concepto de Inteligencia Emocional[1] con el cual declaró que el éxito de un líder no podía ser explicado, únicamente, por su coeficiente intelectual; sino que la verdadera clave para el liderazgo era la inteligencia relacional con los demás y la gestión de las emociones.
Y con esta declaración, el psicólogo, periodista y escritor estadounidense nos hacía una advertencia: “Ignorar estas competencias es un riesgo para nosotros”.
El tiempo pasó, y entre los años 2000 al 2010 diferentes autores como Nico Fridja, John Mayer y Schumpeter, con su columna en The Economist, han seguido resaltando el papel de las emociones en los equipos. Sin embargo, este no es un tema de conversación en la mayoría de los comités ejecutivos de las compañías.
Así, las metodologías de Coaching y la PNL (Programación Neurolingüística) empezaron a convertirse en una moda y surgió el boom de las certificaciones con las que se buscaba responder a la pregunta sobre el sentido de la vida y sus emociones. Y gracias a estos autores y a sus metodologías se tomó consciencia sobre un reto del que Goleman ya nos había advertido: las competencias blandas como el eje del liderazgo millennial. Sobre esto, el equipo conformado por la Ph.D Rashimah Rajah y los profesores Zhaoli Song y Richard D. Arvey afirmó, en 2011, que el éxito del liderazgo en el trabajo tiene un detonante en el uso de las emociones y cómo estas, al preceder la acción, se vuelven fundamentales para influenciar.
En efecto, del 2010 a hoy ha sucedido algo relevante: el ‘millennial’, aquella persona perteneciente a la generación nacida entre 1981 y 1995, pasó de su etapa de formación a trabajar, y empezó a ocupar posiciones de liderazgo a temprana edad toda vez que tiene en su ADN unas condiciones particulares, pues ha vivido -desde pequeño- la conexión digital.
Estas condiciones hicieron que los millennials tuvieran una forma particular de observar la vida, pues los hay de muchos tipos: los viajero, los ahorradores, los “geek”, o los perezoso, pero estos ya existían antes, la diferencia es que ahora son visibles para todo el mundo gracias a las redes sociales como Facebook, Instagram, Youtube o Snapchat, que cuentan con más de 2.200 millones de usuarios activos[3] y generan más de 300 horas de video por minuto[4].
En este mundo digital, los millennials han vuelto a exponer el concepto de las emociones y éste empieza aparecer como el ave fénix, recuperando su intensidad, su fuego, para volver a colocarse en el trono del liderazgo diferenciador. En un futuro muy cercano el líder tipo ROBOT, aquel que tomaba decisiones basadas solo en indicadores financieros, irá perdiendo influencia pues para el millennial empiezan a aparecer otros indicadores como el “nivel de compromiso”, que genera un valor agregado diferente.
Y es que la emoción tiene un papel importante cuando hablamos de transformación, de cambio. La emoción permite dar velocidad o lentitud a lo que planteamos en nuestro equipo, y por eso se vuelve el catalizador de cualquier cambio que queramos implementar. Hamdi Ulukaya (2019)[5] revindica el papel de que un CEO de esta era debe liderar, cuidar a las personas sobre el resultado neto.
Nos enfrentamos, entonces, a una época en la que ya no solo el driver organizacional es la ganancia financiera; ahora pensar en las personas y en los clientes es la MÁXIMA. Las emociones serán el nuevo petróleo de las organizaciones, serán el combustible para llevar a cabo las transformaciones a una velocidad nunca antes vista.
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[1] Goleman, Daniel. Inteligencia Emocional, Editorial Kairos (2002)
[3] Dato extraído de https://www.statista.com/statistics/346167/facebook-global-dau/
[4] YouTube Revenue and Usage Statistics (2018). Extraído de: http://www.businessofapps.com/data/youtube-statistics/
[5] Ulukaya, Hamdi (TED 2019). The anti-CEO Playbook. https://www.ted.com/talks/hamdi_ulukaya_the_anti_ceo_playbook