Álvaro Rodríguez Hernández. Docente de la Escuela de Comunicación y Gestión de la Información.

Director de PoliRadio, PoliDeportes y Sala Contacto del Politécnico Grancolombiano.

Al leer las noticias y ver lo que pasa en el mundo, al ver las intervenciones de las personas en las redes sociales y al observar las relaciones interpersonales cotidianas, se evidencian una serie de síntomas de lo que vamos a catalogar como la enfermedad del odio.

Ataques terroristas, masacres y actos violentos; publicaciones agresivas, difamatorias y hasta amenazas en redes sociales; actos discriminatorios, abusos de poder e injusticias son los síntomas de esa enfermedad que la Real Academia Española ha definido como: “Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”.

Uno de esos síntomas, las masacres, han sido catalogadas por la Organización de Naciones Unidas como crímenes de odio. Esto llevó a que el Secretario General de la ONU, António Guterres, se pronunciara al respecto: “tenemos que tratar el discurso de odio como tratamos cualquier acto de maldad: condenándolo, negándonos a amplificarlo, contrarrestándolo con la verdad y motivando a los perpetradores a cambiar su actitud”.

Manifestaciones de la enfermedad del odio

La primera manifestación es la misandria. Ese odio o aversión hacia los hombres se da en diferentes escenarios y se manifiesta desde la discriminación, pasando por la humillación, hasta llegar a la agresión o el homicidio. De la misma manera, una segunda manifestación es el odio hacia las mujeres el cual se denomina como misoginia y también  puede desencadenar hasta el feminicidio.

Abordemos una tercera manifestación, el odio hacia la homosexualidad o las personas homosexuales, la homofobia, esto ha generado la violación constante de los derechos de la comunidad LGBTI, incluyendo el derecho a la vida. También hay un naciente odio a la heterosexualidad, lo cual consideraremos como la cuarta manifestación.

A estas cuatro manifestaciones se suman los odios que surgen desde la religión, la política, las clases sociales, los gustos deportivos, las nacionalidades y, muy seguramente, usted puede enumerar otros tópicos que generan esta enfermedad del odio en la sociedad, una enfermedad moral que culmina generando tragedias.

Hoy es necesario formar a nuestros niños y niñas en resiliencia, tolerancia, y fomentar en ellos la comprensión y el perdón. Actuar en justicia y enseñarles a obrar siempre desde el amor. Debemos enseñarles qué es el amor y fortalecer su inteligencia emocional, pero recordemos que la mejor manera de enseñar es desde el ejemplo, así que lo primero que debemos hacer es que nosotros, los adultos, cambiemos y demos ejemplo.

La familia y la escuela tienen una responsabilidad ineludible, una responsabilidad que se refleja en la renombrada frase de Pitágoras: “Educad al niño y no será necesario castigar al hombre”. Erradicar la enfermedad del odio es un compromiso de cada uno de nosotros, y aquellos que insistan en actuar desde el odio, tendrán que someterse a la justicia y a la sociedad, aceptando su error, pidiendo perdón y reparando el daño que perpetren.