Amante de la literatura y la política. Futuro cronista y reportero de la cultura en Colombia y el mundo, con conciencia analítica y critica. Embajador #Diferencer por la Excelencia.
Cuando arribé a México la experiencia de un vendaval atravesó mi cuerpo; una tromba de colores, acentos, vestimentas y sabores me dibujaron una sonrisa aniñada que apenas se entreveía dentro los miles de individuos que llegaban al Benito Juárez, un aeropuerto robusto y anciano, puesto en funcionamiento en 1963 y que transporta al año más de 47 millones de usuarios.
CDMX es una ciudad que todo el tiempo está contando cosas, es una metrópoli atravesada por letreros gigantes, unos cuadrados y otros brillantes que solo se prenden en las noches. Es como un bombardeo de luces incandescentes que incitan al consumo mordaz, luces de un mercado desbordado que llevan la visión de un anuncio a otro.
Es una ciudad que navega bajo los rieles de la industrialización: Metro, Metrobus, Tranvía, taxis rosados y ciclovías dignas de corredores citadinos. Allí son 21 millones de habitantes, Bogotá tiene siete millones y aunque, día a día, se protesta por el transporte público, conocer la infraestructura de movilidad de la capital mexicana permite entender el problema que debe resolver la administración de la capital colombiana.
Los mexicanos aman sus tradiciones, para ellos, los indígenas son sagrados. Por doquier encontré muestras escénicas de sus bailes arcaicos. Es una ciudad que está atravesada por la estaca del folclor, o mejor aún, por la penca del Maguey; un bejuco que utilizaron los Aztecas para hacer remedios, construir sus bases piramidales, atravesarse la nariz, tejer ropa y otra infinidad de usos que la creatividad azteca encontró.
Bogotá es una ciudad que fue construida sobre humedales, en Ciudad de México las edificaciones se sostienen sobre lo que alguna vez fue un lago; sin embargo, se mantiene en pie resistiendo; por ejemplo, la visita de un millón de devotos a diario a La Basílica de Santa María de Guadalupe. Otra fecha de gran peregrinación es el famoso 12 de diciembre, donde alcanzan a llegar alrededor de diez millones de feligreses.
México es un país donde el catolicismo late al ritmo de rancheras y música de banda, caminando por las calles fue muy común escuchar alabanzas a la virgen de Guadalupe a ritmo de guitarras y acordeones.
A los mexicanos también les han puesto la rodilla en la cara. Han sufrido el flagelo de la violencia, el capitalismo grosero manifestado en su prontuario narcotraficante. La cultura ostentosa y brillante se tomó, al igual que Colombia, las calles aztecas.
Nuestra Colombia no es muy distinta de México, somos parientes, nos crió la España colonizadora. Hemos sido víctimas del cáncer de las malas administraciones que desde el siglo XX ha sido una enfermedad que azota a los pueblos de habla hispana. La corrupción es una constante en la Latinoamérica convulsionada de estos tiempos, el que no lo crea solo tiene que darse una pasada por los titulares de prensa de los diferentes países.
La sociedad mexicana sí que está viva
Las instituciones culturales tienen cuero grueso, algunas prácticas como el paseo en los canales en Xochimilco se viven y se disfrutan entre flores de todos los colores, las barcas que algún día fueron el sistema de trasporte de los Aztecas hoy pasan de generación en generación, y se les unen los mariachis que llegan de España, a principios del siglo XVI, cantando y ahora haciendo equilibrio.
Con una Corona de 25 pesos mexicanos, la cerveza que también tomamos en Bogotá, se puede disfrutar el picante, este lo ves en cada plato, chile de todos los colores. Los lugareños se ríen cuando ven al forastero probar sus platos, gozan de la violencia gastronómica mexicana.
A Ciudad de México hay que entenderla como una inmensa torta y en ella miles de capas de pan, algunas amarillas, otras negras, pero en total, un sancocho cultural que está determinado por sus indígenas, la arquitectura y el episodio negro de la colonización, otra similitud con nuestra Colombia: resistencia, resistencia, resistencia.
Ahora entiendo un poco más de la cultura mexicana, pero entiendo mucho mejor la mía, luego de crecer con El Chavo y llegar a la tierra que mayor influencia tiene sobre nosotros, me ha hecho comprender que la mejor manera de aprender es viajando. Las trasnochadas, la discusión entre amigos, las cátedras que fácilmente se convierten en misas de ilustración, hoy valen más la pena. Fui un embajador #Diferencer por excelencia del Politécnico Grancolombiano.