Carolina Jurado Bernal, Coordinadora Oficina de Inclusión del Politécnico Grancolombiano.

La pandemia del coronavirus es sin duda una de las situaciones mas difíciles que ha vivido la humanidad en las últimas décadas; sin desconocer que el mundo ha sorteado diferentes eventos que lo han retado. La complejidad y el impacto de la situación actual nos pone en posición de activar un sin número de recursos personales, familiares, educativos, económicos y sociales que no tienen precedentes.

Si bien son muchas las aristas desde las que se podría ver la situación, en esta oportunidad detendré la mirada en la salud mental de los jóvenes universitarios que optaron por la presencialidad como alternativa para su proceso formativo y, que se han visto forzados a continuar sus periodos académicos a través de canales virtuales. Partiendo de las diferentes reflexiones que se venían haciendo previo al coronavirus alrededor del incremento de casos de suicidio, y más allá de los casos, de la salud mental como una preocupación en salud pública, el distanciamiento social como medida de contingencia para el virus, ha puesto a nuestros estudiantes en situaciones de tensión que acentúan de manera importante los diferentes cuadros emocionales por los cuales ya venían transitando.

Muestra de lo anterior son las cifras dadas por la Organización Mundial de la Salud para quienes entre el 10 y el 20 % de los jóvenes tienen algún problema de salud mental y no necesariamente todos están diagnosticados y, los que lo están, no todos recibe el tratamiento adecuado. Al margen de esta situación que de por sí ya era alarmante, llega el covid-19 y con el virus las medidas gubernamentales de aislamiento y las consecuentes estrategias institucionales para mitigar el impacto de esta situación en las dinámicas cotidianas de miles de estudiantes.

Sin desconocer las bondades que la educación a distancia o virtual tiene para cientos de personas, la mediación de la tecnología en los escenarios de enseñanza supone una barrera para que el docente pueda identificar estudiantes que están atravesando momentos difíciles en medio del confinamiento. Si en condiciones normales los docentes apelaban al poco o nulo conocimiento en términos de salud mental dentro de ejercicio pedagógico, la presencialidad sí daba algún tipo de ventaja al permitirle identificar, a través de la conducta no verbal, algunos signos de alarma que pudieran reflejar problemas emocionales en sus alumnos.

En este orden de ideas, la situación actual, de manera incuestionable, posiciona al docente en un rol donde su función no solamente se remite a la transferencia de contenidos teóricos; lo invita a reinventarse y robustecerse en su rol de mentor y guía. Los jóvenes, hoy mas que nunca, necesitan que sus docentes, más que excelentes profesionales, sean excelentes personas. Seres humanos empáticos, flexibles, abiertos a la escucha y dispuestos al apoyo. Conscientes que no todos estamos preparados de la misma manera para afrontar los cambios y, reflexivos frente al reconocimiento que trabajamos día a día con una población que antes de la crisis, ya estaba en la mira de los estudios sobre salud mental.

Por el lado de las familias el panorama no es muy diferente, sin bien todos estamos en casa, cada uno esta viviendo su propia realidad y, en los casos de estructuras familiares con historias de distanciamiento afectivo, dudo mucho que la crisis haya logrado subsanar las grietas existentes en la relación, lo que sitúa aun más a nuestros jóvenes en posiciones de vulnerabilidad que aumentan sin duda, el riesgo de desarrollar trastornos afectivos o disparar aquellos ya existentes.

Con estas líneas más que dramatizar la situación busco llamar la atención de todos frente a lo que nuestros jóvenes pueden estar esperando de nosotros, tanto desde lo educativo como desde lo familiar. Es una invitación para el docente a ir más allá, a identificar esos jóvenes que no están asistiendo a los encuentros sincrónicos o que no están respondiendo con las asignaciones académicas; a los familiares y amigos a leer entre líneas e identificar esos cambios en la conducta habitual de nuestros seres queridos que se salen de lo esperado. En cualquiera de los dos casos, es una invitación para que docentes y familiares estén atentos a la salud mental de los jóvenes y, de requerirlo, busquen la asesoría profesional necesaria para conducir y orientar de la mejor forma esta situación.

Es esperable que cambiemos, nunca habíamos estado expuestos a un escenario de la dimensión y la magnitud que el covid nos ha expuesto; la situación nos exhorta a crecer, a reinventarnos, a redescubrirnos, a encontrar formas de encuentro personal y familiar diferentes a las habituales, a gestionar procesos de enseñanza y valoración de lo aprendido más allá de la hoja y el papel.

Al final de este proceso, los docentes habremos cuestionado nuestras formas de enseñanza y de evaluación como las habíamos conocido, resurgiendo en procesos de aprendizaje mas conscientes, analíticos y argumentativos. Como familias, habremos generado nuevas estrategias para acercarnos, para organizarnos y para acompañarnos; siempre pensando en el otro y cómo desde mi posición puedo ayudarlo a ser mejor persona y a sobrellevar la crisis de la mejor manera posible.