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Por María Paula Castiblanco Rincón, estudiante de Comunicación social – Periodismo del Politécnico Grancolombiano, creo fielmente en las historias que me cuenta la cultura, la gastronomía y las voces escondidas. Confío en que a través de mi ejercicio de investigadora y periodista lograré darle un giro al reconocimiento de la identidad de mi país. Soy #Diferencer Poli.

María Paula Castiblanco Rincón

Anualmente se le ha rendido homenaje a una bebida a través del reconocido Festival de la Chicha, celebrado en los primeros días de octubre o noviembre. Este año, a puertas de su preparación, lo más probable es que la localidad de Santa Fe haga una pausa en el evento debido a la contingencia que estamos viviendo por la covid-19.

Hoy rescato su historia a través de palabras que logran reflejar la importancia de la Chicha en la cultura bogotana.

“Facua”, como le llaman los muiscas al producto ancestral derivado del maíz y la miel de caña, ha dejado fuertes hitos en los primeros barrios de la capital colombiana.

La chicha remonta sus orígenes en territorios chibchas, una bebida prehispánica que en épocas coloniales (y en la actualidad) era elaborada por mujeres y servía como sustento de las mismas, allí empezó a crearse un movimiento de lucha y permanencia en Santa Fe.

Junto con el guarapo, hacían parte de la alimentación diaria de los indígenas y los trabajadores. Desde el siglo XVII estas bebidas fermentadas fueron catalogadas de inmorales no solo por los efectos que producían, sino por ser famosas en los sectores populares. Al momento de consumirla ya no importaba qué etnicidad existiera, pues lograba reunir pueblos y así ganó un significado social importante.

Santiago Rojas Lemus, antropólogo de la Universidad Nacional y autor del texto académico ‘La chicha: persecución, bebida y poder’, explica por qué es tan importante y cómo ha logrado evitar su erradicación: “Para mi la chicha es un símbolo de resistencia, más allá de una bebida y una tradición gastronómica indígena que ahora podría ser vista como campesina, eso es la resistencia hecha objeto, algo físico, porque se niega a desaparecer”. Desde la conquista del continente americano, la colonización, la independencia y luego la república, los españoles impusieron oposiciones a productos e ingredientes a los que toda la gente podía acceder por su bajo costo, estos antecedentes desataron la persecución represora de los saberes de la cocina autóctona.

Así, era una nueva forma de disfrutar una bebida, era algo que no podría ser industrializado porque perdería su sentido de producción, la carga de emociones y transmisión de conocimientos que un chichero de verdad sabía transmitir en una cocada de chicha. Santiago Rojas lo compara así: “es como si tomáramos vino sabor a limón, puede disfrutarse, pero ¿dónde queda su autenticidad?”.

En 1889 la fundación de la cervecería Bavaria, después “La Pola” en honor a Policarpa Salavarrieta, desbancó el primer puesto de chicha en La Perseverancia, los trabajadores de la fábrica eran del proletariado y ellos mismos defendieron la bebida ancestral. El barrio a pisos de los cerros orientales guarda la memoria política de Jorge Eliécer Gaitán, el líder del pueblo, bebedor también de facua, influye aún más al sentimiento de fuerza y lucha de las “clases marginales” que hoy en día siguen buscando reivindicación a través de la gastronomía con el Festival de la chicha, el maíz, la vida y la dicha.

Quince días antes del festival se realiza un ritual en la laguna de Guatavita, liderado por un indígena de la comunidad muisca de los hijos del maíz “Chutafaba”. Los chicheros llevan sus totumas o botellas de chicha recién fermentadas para agradecer por un año más de celebración y que así el dios Fu bendiga su producto. “El barrio La Perseverancia ya se apropia de su bebida, la chicha que preparan allí no va a ser la misma de otros barrios o de las comunidades muiscas, pero reconoce su herencia que no se puede quitar de la chicha”, enfatiza Santiago Rojas.

Hace 32 años las calles de “La Perse” son testigos de la aglomeración de gente que va a disfrutar de la herencia gastronómica indígena. A pesar de haberse convertido en una festividad turística y de estar rodeada de barrios “más élites” como el Centro Internacional o La Macarena, no ha perdido su esencia obrera y resistente al enfrentarse a la administración local, pues esta ha sido una limitante grande en las actividades que se planean llevar a cabo. El festival significa la verraquera y esperanza de invertirle a un evento que les asegura un ingreso económico, que les promete visualizar su cultura desde los alimentos.

A pesar de que la chicha haga parte del recorrido turístico por el centro histórico, debería ser más importante para la capital. Es una bebida que no va a desaparecer por su fuerza popular, más allá de la variedad de sabores, colores y excentricidad en que la presentan, seguirá siendo del pueblo que ha resistido al pasar del tiempo. “Bogotá debería tener su Día de La Chicha, un reconocimiento patrimonial más allá del festival. Dejar de satanizarla, asociarla a los términos cochinos y negativos… ha sobrevivido a la represión, así como reconocemos otros platos como el ajiaco, debemos reconocerla, nos pertenece”, señala Santiago Rojas Lemus.

Lo más importante por estos días es cuidarnos, pero no debemos olvidar la memoria y aquellos eventos que hacen de nuestra ciudad una puerta abierta a la interculturalidad. Otros eventos que espero podamos asistir y disfrutar en el 2021 son:

  • Feria Internacional del Libro de Bogotá
  • Rock al Parque
  • Festival de Verano
  • Festival de Cine de Bogotá

Por ahora, todos a cuidarnos y tomar todas las medidas para preservar la vida, ya pronto podremos volver a ser partícipes de nuestros eventos culturales propios de cada región.

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