Jeison Duvan Peñaloza, Estudiante Programa de Derecho y Gobierno del Politécnico Grancolombiano. Miembro semillero de investigación.
En los últimos días se ha generado un debate acerca de la existencia o no de un humedal (Madre Agua) en el sector contiguo al bosque Bavaria en la ciudad de Bogotá D.C. Por otro lado, en el cercano municipio de Chía – Cundinamarca se discute si uno de los últimos humedales que quedan corresponde o no a un espacio natural. Un conflicto concierne a un enfrentamiento entre partes: entre los grupos ambientalistas y la Avenida Guayacanes en el primer caso y la Troncal de los Andes en el segundo.
Si bien ambos proyectos corresponden al sector de infraestructura vial, la materia de discusión podría ser debida a la construcción de un centro comercial, un proyecto de vivienda o hasta un colegio, el punto es que nuestro conflicto con los humedales no es de carácter particular, es de carácter social. Posiblemente si no escucháramos de estos espacios por alguna noticia del momento o porque casualmente vivimos cerca, no sabríamos de su existencia o bien los confundiríamos con un terreno baldío sin importancia.
La historia de Bogotá con los humedales es tan antigua como la ciudad misma, a medida que la población fue aumentando la extensión de estos espacios fue reduciéndose al punto de quedar unos cuantos en condiciones bastante vulnerables debido a la presión antrópica de hoy día. Por suerte, en las últimas décadas se han generado herramientas para su protección y conservación: Leyes, Decretos, Políticas, Resoluciones, Planes de Manejo, etc. Recientemente, en 2018, a nivel local fueron designados 11 de los 15 humedales de Bogotá como un Complejo Urbano de Importancia Ramsar, categoría reconocida internacionalmente por la convención del mismo nombre. Pero más allá de los beneficios que esta inclusión pueda traer, se encuentran las consecuencias negativas derivadas de la falta de reconocimiento para los demás humedales, no solo aquellos 4 que no quedaron incluidos en la lista de la convención, sino aquellos que no son considerados inclusive como tal. Bogotá tiene más que 15 espacios para ser catalogados como humedales y es posible que se cree el imaginario de que solamente se trata de 11.
Además de su desconocimiento, hay otra evidencia del conflicto que como sociedad tenemos con los humedales: aunque las confrontaciones presentadas al principio parecen similares, muestran una sutil diferencia. En el caso de Bogotá se discute de si existe o no un “humedal” aledaño al bosque Bavaria, en el caso de Chía la discusión se basa en si el humedal es o no “natural”. Bajo esa tendencia, podrían generarse cuantas discusiones se quiera: si el humedal natural es beneficioso o no, si el humedal es beneficioso, si se podría obtener un aprovechamiento mayor del terreno o no, etc. Siempre que queramos su intervención, encontraremos una causal.
Pero estas controversias son tan constantes como pasajeras mediáticamente hablando. Hoy es el humedal Madre Agua, hace un tiempo era la reserva Thomas van der Hammen, el humedal Tibabuyes o Juan Amarillo, el Burro (y el Burrito) entre varios más. Y es que estos ecosistemas no han ganado la importancia que se debe y que radica no solo en los diferentes bienes y servicios ambientales que proveen, tales como: almacenaje de agua, regulación de inundaciones, recarga de acuíferos, retención y exportación de nutrientes, recreación, entre muchos otros, sino también en el hecho que son el hogar de gran cantidad de especies tanto migratorias como locales que merecen de todo nuestro respeto.
La salvaguarda de los humedales no debe corresponder a unos pocos grupos ambientalistas o particulares. Como sociedad debemos generar aquella conciencia colectiva que derive en asimilar la importancia de estos vitales espacios naturales de manera tal que su protección se haga tal y como lo hiciésemos con un bien privado o propio; solamente cuando llegue ese momento, las discusiones casi bizantinas ya mencionadas cesarán, la toma de medidas jurídicas para su conservación pasarán a un segundo plano de importancia y, si no es demasiado tarde, podremos disfrutar de estos pacíficos lugares sin miedo a perderlos definitivamente.