Por: Juana DíazGranados Alvarez, estudiante de segundo semestre del programa de Derecho del Politécnico Grancolombiano. Semillero de Derecho y Empresa.

Cuando pensamos en el ejercicio del Derecho, invariablemente reconocemos que esta es una de esas profesiones desagradecidas. Una profesión en la que aquellas personas que, sin tener ningún tipo de formación profesional en el área, se sienten capacitados, autorizados e, incluso, mejores abogados que nosotros; una en la que siempre existirá la otra parte que es vencida, por lo que siempre existirá un descontento de algún ciudadano. Esta fama nos la hemos ganado a pulso porque, aunque los abogados defensores de la verdad y la justicia somos más, los visibles para todos los ciudadanos son los que utilizan las normas en beneficio propio, los que actúan violando las normas frente a nuestros ojos o se escudan en la ley para cometer sus fechorías.

Sin embargo, y aunque siempre seamos los malos en la película de alguien más, está en nuestras manos cambiar la visión que el mundo tiene de nosotros como abogados y del valor de la justicia, la equidad y el respeto, algo que sólo puede ser logrado a través del estudio y el buen ejercicio de la profesión.

¿Cómo, entonces, podremos lograr ser excelentes abogados y probarle a todos que los buenos somos más? Aquí es donde el conocimiento de Genaro Carrió, Ángel Ossorio y tantos otros grandes juristas entra en juego, pues no sólo se limitaron al estudio de las normas, sino que sabían que necesitaríamos una guía más allá de la memorización de leyes para ayudarnos en el terreno fangoso y minado en el que nos adentramos cuando decidimos orientar nuestra vida hacia este camino.

Tal es el caso de Roca Junyent (2007), quien nos plantea con mucho énfasis la importancia de la vocación, la humildad y la capacidad de servicio para la consecución de un resultado favorable en un caso, que en últimas es lo que todos queremos, ganar casos o impartir justicia.

No obstante, la mera vocación no es suficiente, algo que nos plantea Carrió en “Cómo Estudiar y Cómo Argumentar un Caso” (1995). Plantea allí que es imperativo el conocimiento del derecho para el ejercicio profesional (p.15) y que no es responsabilidad de nadie más que de nosotros mismos obtener justicia, pues ni de jueces, ni de contrapartes, ni mucho menos de legisladores podemos depender para hacer bien nuestro trabajo. Sin este conocimiento y la aplicación correcta de las normas “la administración de justicia podría ser sustituida con ventajas por la Lotería Nacional” (p. 19).

Nos brinda entonces ciertos lineamientos a seguir, tanto al estudiar un caso como al argumentarlo en la corte –algo que como todos sabemos se hacía de manera escrita hasta hace muy poco y apenas está cambiando a la oralidad- para poder enfrentarnos al ejercicio profesional sin morir en el intento. Estos pueden resumirse de la siguiente forma:

Todas estas directrices parecen obvias, pero para nosotros como estudiantes de derecho, a los cuales se les enseñan leyes y no cómo aplicarlas, no lo son tanto. Bien diría Carrió que:

“Uno de los defectos graves de la forma como se enseña el derecho en nuestras universidades es que, por lo general, no se lo presenta desde ninguno de esos puntos de vista que permiten ver al derecho en un contexto práctico… Se lo presenta desde el punto de vista de los profesores de derecho, punto de vista éste, que explícita o tácitamente rechaza o excluye aquellas perspectivas pragmáticas —y si no las excluye las neutraliza…”. (p. 28)

De ahí que estos textos y autores sean tan importantes en nuestros inicios dentro del quehacer como juristas, pues si desde muy temprano se nos hace conscientes de la importancia de la aplicación de las leyes, más posibilidades tendremos de desempeñarnos óptimamente en un futuro. De la misma manera, entre más pronto interioricemos que el cambio en la manera de impartir justicia depende de nosotros, más pronto podremos poner en acción todo lo aprendido para lograr cambiar la concepción que se tiene de nosotros, y de paso, el mundo.