Por: Sergio Hernández Muñoz, secretario académico Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano
He descubierto que perdí, tal vez, la única alegría social que me quedaba, mi pasión por el fútbol.
Nada de lo que he visto es justificable; tiene que haber mucha frustración, desesperanza e incomprensión para perderle el miedo a la muerte, no solo la propia, si no la del otro, en un acto de irracionalidad, desespero y cobardía.
Sin embargo, esa alegría no solamente me la quitaron esos jóvenes disfrazados de hinchas, también lo hicieron esos jugadores que olvidan la lealtad cuando enfrentan al colega de otro equipo; me la quitaron los técnicos que llenos de miedo por no perder sus puestos se dejan manosear de más de un directivo; me la quitaron esos mismos directivos que se olvidaron el deporte por los negocios y; sin embargo, les temen a sus propios hooligans.
Esa alegría que genera el fútbol también me la quitaron los locutores perversos que posan de estudiosos y eruditos sin saber todo el daño que les hacen a esos jóvenes que viven o quieren vivir de este deporte; me la quitaron esos representantes que ilusionan jovencitos ofreciéndoles una vida llena de atajos y después se quedan con el retorno de sus esfuerzos; me la quitaron los directivos del fútbol nacional que se han enriquecido mientras han empobrecido el fútbol.
También me quitaron la alegría esos ídolos de barro que posan de súper estrellas; me la quitaron los dueños de los medios que creen que transmitir el fútbol vale tres veces más que el entretenimiento amplio que ofrecen las cadenas transnacionales en el mundo, me la quitaron los braveros que nos hacen pensar si voy al estadio o me pongo la camiseta del equipo amado.
Para quienes por herencia seguimos al equipo desde Unión Indulana, Atlético Municipal y Atlético Nacional hoy es una vergüenza saber que se atentó contra la vida de un ser humano por situaciones del contexto, pero ajenas al fútbol, se invadió la cancha no para celebrar un triunfo si no para perseguir a un aficionado de otro equipo, desde las tribunas no celebramos un gol si no que le dimos paso a la violencia, no cantamos nuestras consignas si no que hicimos un llamado a la muerte.
Tengo pena con mi padre que me enseñó que hinchar es vitorear a mi equipo, tengo dolor por mis hijos a los que les inculqué este amor por un deporte, por un club y por una camiseta de los que hoy no pueden sentirse orgullosos por culpa de todos aquellos que me quitaron esa alegría por el fútbol.
Somos reflejo de la inequidad social que es la madre de nuestra violencia, somos víctimas de la corrupción que justifica «el todo vale», somos reflejo de una cultura que valora tanto el poder, que todos queremos ejercerlo por mano propia, así sea por cinco minutos: el portero que no permite el ingreso, el profesor que se cree que tiene la única verdad, el funcionario público que considera que servir es un acto de sumisión y por lo tanto niega cumplir su función, el jefe que confunde liderazgo con sometimiento, el politiquero que cree que presupuesto es igual a botín, etc.
Tal vez pueda disfrutar otras ligas, que no es lo mismo, tal vez me entere de los resultados por los medios evitando seguir esas otras realidades del fútbol, tal vez encontremos que el fútbol femenino si nos de alegría sin tragedias, tal vez volvamos a las canchas del fútbol aficionado para ver a los nuevos y futuros virtuosos que ojalá maduren en nuestro medio y no se pierdan en los espejismos del fútbol internacional.
¡Gracias fútbol!