Debo empezar por decir que trabajo para la Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano, que tiene más de 13 años de experiencia en educación virtual, y que lo que escribo está motivado por la experiencia que el mismo Poli ha desarrollado en esta modalidad.
¿Por qué digo que en defensa de la virtualidad? Porque por motivo de la pandemia, muchas instituciones educativas, públicas y privadas, de todos los niveles, desde la primaria hasta los posgrados, se vieron obligados a buscar alternativas no presenciales para continuar con sus proyectos educativos y los programas académicos de sus estudiantes.
Lo anterior originó que se improvisaran gran cantidad de interacciones entre docentes y estudiantes, más relacionados con las plataformas que les servían de canal, que con modelos pedagógicos y didácticos que realmente previeran las facilidades o dificultades de los aprendizajes.
Pareciera que responsabilizo a la tecnología, pero quiero dejar en claro que no es así. Simplemente, muchos docentes a quienes ni interesaba ni tenían competencias informáticas para la educación, les tocó improvisar y aprender contra el tiempo algunos tips que les permitieran mantener sus cargos y contratos.
Por otro lado, muchos estudiantes de los que siempre dijimos que eran nativos digitales, descubrieron que no estaban preparados para estas nuevas formas de interacción y que no se podían confundir con sus experiencias en redes sociales.
Con ese contexto, para las instituciones de educación, especialmente las del nivel superior, la decisión inicial consistía en encontrar una plataforma que le garantizara impartir las clases, algunas veces pensando más en conservar a sus estudiantes que en asegurar la calidad de sus proyectos educativos.
Y entonces surgió el termino facilista de denominar virtualidad a todas las interacciones entre estudiantes y docentes asistidas por tecnologías de información y comunicación, reemplazando el salón de clases por un aula asistida por TIC en la que los profesores siguen instruyendo a sus estudiantes y estos últimos participan o preguntan si lo necesitan. Entonces lo importante era asegurar que el canal estuviera dispuesto y que de alguna manera las dos partes siguieran sintiendo que estaban en clase.
Pero aparecieron otras problemáticas: la falta de habilidades tecnológicas incluso para manejar los dispositivos, la concurrencia de dispositivos en los hogares y la capacidad instalada para la conectividad en los mismos, la baja interacción social y las nostalgias por la misma… todo ello bajo el pomposo nombre de virtualidad.
Aparecieron pronto los agotamientos físicos, los déficits de atención, las intromisiones de los padres con los educadores, los cambios forzados de horarios, las dobles obligaciones de estudiantes y docentes de atender lo escolar y lo familiar al mismo tiempo.
Lo anterior, potenciado por el largo confinamiento, la ansiedad y los síndromes de abstinencia de todo tipo, que dividían la opinión entre continuar en la distancia y protegernos del Covid-19 y la de no condenar a niños, adolescentes y jóvenes a un encierro peligroso para la salud mental. Ambas posiciones, con argumentos válidos, enmarcadas en un lento proceso estatal para controlar el virus y vacunar a tiempo a todos los grupos poblacionales.
Todo lo anterior llevó a padres, directivos educativos, estudiantes, docentes e incluso medios de comunicación a generalizar todas las experiencias, uno, como virtuales y dos, como negativas. Pero como dicen por ahí: “ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”.
Evitemos las confusiones
Más que citar autores que los hay y muy buenos, voy a basar mi disquisición en la experiencia de lo que conozco y sobre las siguientes premisas: no toda la educación asistida por TIC es virtual, la mayoría de cosas que implementaron (improvisaron) muchas instituciones de educación en el país no corresponden a la educación virtual, lo que tampoco quiere decir que este mal, si no que no pueden convertirse en experiencias que generen un estigma de una modalidad que ha permitido que más colombianos tengan acceso a la educación superior y como profesionales contribuyan al desarrollo cultural, social y económico del país.
Empecemos. No es lo mismo virtualidad que asistencia remota. La asistencia remota atiende la misma interacción de la asistencia física sólo que lo hace por medio de las tecnologías de información y comunicación. Por lo tanto, el rol del docente es el de mediador entre sus estudiantes y el conocimiento y permite desde la exposición oral ilustrada (mal llamada magistralidad) hasta metodologías diversas de trabajo personal y colaborativo, talleres, seminarios y hasta conceptos más actuales como aula invertida, entre otras.
La virtualidad, por su parte, implica una relación diferente entre docente y estudiante, aquí el primero es más un tutor y el segundo es más autónomo en su proceso de aprendizaje. Los dos comparten un material educativo previamente desarrollado por la Institución que debe asegurar la actualidad y pertinencia temática, pero más allá de eso, debe garantizar que el estudiante interactúe con sus pares, amplie su indagación en los temas de clase y encuentre en el docente quien resuelve la duda y retroalimenta su comprensión y aprendizaje.
Los dos por medio de las TIC, pero la presencialidad remota para el encuentro sincrónico fundamentalmente y la virtualidad para la interacción sincrónica y asincrónica con profesores y pares; la primera centrada en el conocimiento del profesor y la segunda centrada en la exploración del estudiante.
Lo anterior, implica que tanto docentes y estudiantes conozcan primero lo mínimo de las herramientas para el aprendizaje digital y las técnicas para el aprendizaje autónomo; luego establezcan un plan de trabajo para cada módulo (forma de desarrollar el contenido académico) en el que se asegure un material mínimo de conocimiento temático, una base amplia de refrentes bibliográficos dispuestos en bases de datos de acceso directo a textos vigentes y pertinentes, encuentros sincrónicos y asincrónicos con sus docentes y con sus pares para desarrollar trabajo colaborativo, muy en sintonía de lo que actualmente se conoce en educación como conectivismo y bancos de preguntas o proyectos de aula que más allá de calificar unas respuestas deben medir los grados de comprensión temática del estudiante, lo que engloba su comprensión lectora, su pensamiento crítico, capacidad de análisis, argumentación para la respuesta e integración con el medio en que se desenvuelve.
La presencialidad física y remota se programa en periodos semestrales con programación de seis asignaturas por semestre que se cursan paralelamente y que suponen que el estudiante tiene el tiempo suficiente para la dedicación de que, por cada hora de acompañamiento del docente, tenga dos horas de trabajo autónomo para la indagación, el análisis, el desarrollo de los deberes en lo que a su vida académica se refiere. La virtualidad por su parte supone la flexibilidad horaria necesaria para que el estudiante curse dos o tres módulos al mismo tiempo en el que por cada hora de acompañamiento docente debe contar con tres horas de trabajo autónomo, lo que conlleva que su periodo académico se divida en dos bloques para ver las mismas seis asignaturas que ve el estudiante de presencial.
Esto último pensado en que el estudiante de la modalidad virtual busca una mayor flexibilidad para hacer sus estudios. Dicha flexibilidad va desde evitar desplazamientos en horarios fijos, poder consultar el material educativo en horarios de su preferencia, preparar a conveniencia trabajos y pruebas académicas, evitar costos adicionales por vivienda y alimentación al no estar en cercanías de una IES presencial, facilitar la interacción y la formación incluso para personas que tengan algún nivel de discapacidad física, consultar de forma permanente los recursos bibliográficos y referénciales que le brinda la Institución, obtener respuesta pronta de sus tutores independientemente de los momentos propios de los encuentros sincrónicos.
Pero la virtualidad va más allá, no solo genera otro tipo de aula, también recrea procesos didácticos diversos gracias a las mismas tecnologías de información y comunicación como simuladores para experimentar la validez de procesos y procedimientos, e-books para tener experiencias interactivas con las fuentes del conocimiento, mooc´s para preparar certificaciones y evaluaciones, recorridos digitales para aproximarse a espacios en los que se generan los productos propios de su área de conocimiento y profesión, entre otros.
Con lo anterior no intento decir que la virtualidad es mejor o peor que la presencialidad, creo que cada una tiene sus fortalezas y obviamente sus oportunidades de mejora, así como hay auditorios que prefieren una u otra, lo que sí quiero es pedirles a mis lectores que nos ayuden a no usar con tanto facilismo y mala voluntad el término virtualidad.
Porqué hablo de mala voluntad, porque en el afán de volver a la realidad de antes de la pandemia, muchos han acumulado experiencias, para ellos negativas, que resumen como una gran culpa contra una modalidad que ni siquiera
fue la que se aplicó en su momento.
Ahora bien, esas experiencias durante la pandemia nos deben servir para que, más allá de la modalidad, el nivel educativo y el tipo de Institución hagamos una gran reflexión sobre:
- La educación en Colombia
- El papel de las Instituciones
- La política de control o de promoción de las autoridades estatales
- El rol del docente
- La autonomía del estudiante
- La especialización temática
- Los niveles de fundamentación, aplicación, análisis e investigación en el proceso educativo.
Sabemos que en todos los niveles hay Instituciones que lo están haciendo bien, que hay muchas buenas prácticas por recoger y por aprender, las cuales nos deben servir para fortalecer una y otra modalidad.
Que cuando hablemos de virtualidad pensemos en la posibilidad que tienen muchos colombianos de acceder a la educación superior sin el sobrecosto del desplazamiento a los grandes centros urbanos, sin la limitación del horario de la jornada y la clase, con la posibilidad de aprender motivado por su propio interés de crecer personal, familiar y socialmente, que incluso permite acceder a quienes por razones laborales tienen que desplazarse permanentemente, que tienen que trabajar para pagar sus estudios, que añoran terminar la carrera que empezaron o continuar su formación superior, que como cabezas de familia sólo disponen de horarios muy especiales para poderse educar, en últimas, de todo ese talento humano que seguro le podrá aportar mucho al país.
Queda faltando por hablar de otro gran mito, “la educación virtual es más barata”, sobre la cual me referiré en otro momento, pero que por ahora pediré que no se confunda valor de la matricula con condiciones de calidad, ya que la virtualidad tiene las exigencias propias de su canal de comunicación y otra de las funciones sustantivas de la educación superior es la proyección social y con ella la responsabilidad social.
Por: Sergio Hernández Muñoz, secretario académico Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano