La última década del siglo XX dio origen a la internet y como resultado de su invención, la edificación de la industria digital. Ese logro ecuménico y sin precedentes marcó un antes y un después en el desarrollo de una sociedad hiperconectada y en línea, de allí que emergieran nuevos hábitos de consumo en las personas, además de abrir contextos inexplorados de trabajo y nuevas formas de acceso a la información, que consolidaron un mundo globalizado como el que hoy esta frente a nuestros ojos.

Así bien, esa puerta que hace más de 30 años se abrió corroboró que el ser humano ha logrado escalar en la pirámide evolutiva gracias a su indiscutible capacidad intelectiva en el marco de la resolución de problemas, aun así, debe ser vital preguntarse en tiempo presente ¿Cómo ha impactado el entorno digital en la salud de las personas y en su desarrollo fisiológico y psicológico?, pregunta que difícilmente se hubiese planteado tiempo atrás, ya que no se divisaba como una posible problemática de salud pública, sino que por el contrario, se contemplaba como una innovación social que facilitaría en gran medida la vida de los seres humanos.

Ahora, este extraordinario fenómeno de la hiperconectividad y la industrialización digital ya ha dejado algunos elementos que no merecen pasar inadvertidos y que requieren ser abordados desde un marco científico, sobre todo en los aspectos relacionados a la salud mental y física, advirtiendo a la población mundial de los posibles riesgos y repercusiones negativas en la salud derivados de la creciente popularidad de la internet y el uso excesivo de la misma, sumando también la pandemia como disparador de la necesidad de conexión en las personas a lo largo y ancho del mundo.

En el informe digital 2022, realizado por We Are Social y Hootsuite, se concluyó que actualmente el 62,5%% de la población mundial, equivalente a 7.910 millones de personas, son ya usuarias de internet, una cifra increíble añadiendo que un ciudadano del común  pasa alrededor de 7 horas en promedio conectado a la red o en algún ordenador consultando la web, siendo casi un tercio de un día productivo el que se dedica a esta actividad. Por lo que no es ilógico afirmar que pueden presentarse afectaciones en nuestra salud.

Así pues, no es ajeno que una actividad tan repetitiva y cotidiana como lo es la conexión permanente a los entornos digitales provoque sensaciones y sentimientos de tensión física y/o emocional. Es allí donde el estrés surge como una respuesta fisiológica natural ante un desafío o demanda del contexto que esté atravesando la persona en su ‘modus vivendi’, sin embargo en el momento en que la situación supera y desborda el umbral de tolerancia del individuo, dicho evento puede incurrir en frustración, ansiedad, inquietud, distorsiones de pensamiento y de allí derivar en una enfermedad como la depresión o los cuadros de pánico y angustia; que en apoyo a la pandemia se desbordaron, dado lo anterior se puede concluir que en entornos digitales el  término correcto que se acuña ante la respuesta de activación tanto cognitiva como fisiológica se le denomina ciberestrés .

Un mensaje de texto en WhatsApp, Facebook, Instagram, Telegram, Teams o cualquiera de las redes sociales existentes o de trabajo que se encuentren en el mercado y estén añadidas en los dispositivos móviles u ordenadores, puede marcar una desconexión e interrupción infinita de nuestras demás actividades, sumado también a la información exacerbada de titulares como la situación de conflicto armado que está viviendo el mundo o el calentamiento global que no se detiene, denominando a este fenómeno como “infoxicación digital”. Agregando hechos particulares como el robo o filtración de información de la intimidad de las personas, situaciones que vienen en aumento, cuyo resultado deja un marcado daño en la salud de la población nativa digital.

Un estudio liderado por la organización Kaspersky Labs en España, Estados Unidos y Canadá concluyó que una gran parte de la población es consciente y reconoce que padece ansiedad por la permanente conexión con la vida digital. En España, específicamente, del total de los encuestados el 77% considera sentirse afectado; mientras que en el mundo la cifra no varia mucho siendo del 75% en comparación. Cabe resaltar que a nivel demográfico el ciberestrés afecta en doble proporción a los usuarios entre 16 y 24 años que, a los individuos de más de 55 años, lo que evidencia la necesidad imperativa de estrategias gubernamentales que fomenten la desconexión digital tanto en los contextos laborales y académicos como en las demás áreas de ajuste de las personas. Igualmente se ha demostrado que el uso excesivo de móviles, ordenadores y tablets genera una afectación considerable en la corteza prefrontal de los niños causando problemas de concentración y deterioro en los niveles atencionales a largo plazo.

Por otra parte, y de acuerdo a los avances en la psicología frente a los estudios del comportamiento humano, ya es una realidad hablar de una adicción a la internet (AI) o ciberadicción para ser exactos, siendo definida como la dependencia psicológica caracterizada por un incremento en las actividades que se realizan por medios virtuales o digitales, generando incomodidad y malestar cuando la persona no se encuentra en línea, viene acompañada de resistencia permanente y negación de su problemática. Pero esto no es nuevo. En 1995, el Psiquiatra estadounidense Ivan Goldberg ya lo describía como el uso compulsivo y patológico de la Internet.

Pero, ¿cómo definir una conducta adictiva?, se hace entonces necesario precisar los síntomas característicos de un comportamiento adictivo tomando como ejemplo a Griffiths (1996), quien plantea la estructuración de seis síntomas específicos, 1) importancia sobrevalorada, 2) cambios en el estado del ánimo, 3), tolerancia, 4) abstinencia, 5) conflicto y 6) reincidencia. Ahora bien, frente al contexto de la ciberadicción se señalan algunos criterios más puntuales como son gastar más tiempo del planeado en internet: invertir mayor tiempo en actividades que ameriten estar en constante conexión, invertir más tiempo en internet que en situaciones sociales, intentos fallidos en detener o disminuir el uso de internet y la sensación de abstinencia. Esto en la configuración de un posible diagnóstico de ciberadicción. Es claro que se debe profundizar ya que esto varia de persona a persona y debe ser evaluado por un profesional competente. Actualmente el DSM-5 (manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales por sus siglas) ha incluido una categoría en los trastornos no relacionados a sustancias en donde se designan las llamadas adicciones conductuales como la ciberadicción, por tanto, el entorno globalizado y de hiperconectividad ya cuenta con especial atención en el campo clínico por su repercusión.

Para terminar, se sugiere proponer alternativas que fomenten el cuidado integral de la salud tanto física como psicológica. Para ello es necesario psicoeducar y promover hábitos desde las mismas organizaciones, sectores productivos y sistemas sociales en prevención y promoción de la salud, puesto que sin salud mental no hay salud total. Además, se debe garantizar la desconexión digital y hábitos saludables de uso de redes.

No obstante, nada de lo anterior funcionará si no existe conciencia plena del impacto de la vida digital en la cotidianidad, es decir, sin autonomía, disciplina y reformulación de hábitos de las personas el camino seguirá siendo sinuoso, estrecho y complejo.

Por: Erik Fabian Rico Castillo, Profesor Tiempo Completo del programa de Psicología – Politécnico Grancolombiano