“El más terrible de todos los sentimientos
es el de tener la esperanza muerta”
Federico García Lorca
Con el paso de los años se ha vuelto más frecuente el hablar abiertamente de los problemas de salud mental y aquellas estrategias que posibilitan su cuidado. Aunque el camino apenas ha iniciado, estos espacios posibilitan que personas que necesitan atención psicológica y/o psiquiátrica empiecen un tratamiento que mejore su calidad de vida.
Sin embargo, el debate público aún está lejos de contemplar toda la complejidad de quién padece un problema de salud mental y de aquellos que acompañan a quien lo tiene. En el caso específico de la depresión se ha hablado de qué decir y qué no al comunicarse con quien la padece, muchas voces han mostrado que se trata de algo más que sólo estar triste y se han entablado grupos de apoyo. Aún así, nuestro entendimiento de la vivencia diaria de alguien que sufre depresión, su espacio cotidiano, relaciones familiares, sociales, laborales, aún parece muy lejana.
Vivir con depresión es entender que los resultados no son inmediatos, a diferencia de otras enfermedades cuyo tratamiento genera mejora casi inmediata, los tratamientos farmacológicos tradicionales de la depresión comienzan a hacer efecto en un promedio de 4 a 8 semanas. A la segunda semana de tratamiento muchos pacientes comienzan a sentir mejorías en varios de sus síntomas, pero los cambios a nivel anímico se demoran un poco más en aparecer. Adicional a eso, no todos los organismos responden igual a los medicamentos, teniendo que, muchas veces, pasar por diferentes medicamentos para encontrar aquel que tiene mayor efectividad y menos efectos secundarios. Pasa lo mismo con la psicoterapia. Los procesos psicoterapéuticos en psicología no son automáticos y requieren del compromiso del paciente para que tengan los efectos deseados. Con el psicólogo, la persona con depresión no va a encontrar una cura milagrosa a sus males, sino va a armarse de herramientas que le permitan entender qué le está pasando, cómo puede enfrentar aquellas situaciones que le han llevado a ese estado y cómo puede cuidarse para tener una mejor calidad de vida. Definitivamente esto no se hace en un par de semanas.
Entonces, ¿qué implica eso para la persona que padece esta enfermedad y para quienes lo rodean?, vivir con depresión o convivir con alguien que la padece comienza por reconocer que se está padeciendo una enfermedad o que una persona que amamos la sufre. Una enfermedad que exige volver a nosotros mismos, cuidarnos y darnos espacios; que nos demanda no buscar culpables o causas únicas, no es una elección, ni un castigo; que nos pide un alto a nuestro ritmo de vida, no porque no seamos capaces de enfrentar los retos que se nos presentan sino porque para enfrentarlos tenemos que encontrarnos sanos.
Vivir con depresión o convivir con alguien que la padece implica trabajar la paciencia y la constancia; enfrentarnos a nuestros miedos y cambiar cómo nos relacionamos con otros. No es fácil día a día levantarse y vivir cuando el cuerpo no quiere, ni lo es ver a la persona que amamos encerrarse a sí mismo y, a pesar de los esfuerzos, no salir de su cama. Es de constancia, de esperar con paciencia el efecto del tratamiento, pero al mismo tiempo ser activo a la hora de asumir la responsabilidad sobre este. Comprender que a través del tratamiento se cambiaran las rutinas, los hábitos de sueño y alimentación, así como los tiempos de descanso y el mismo sentido de la vida. No porque la enfermedad produzca esto en el sistema de quienes la viven, sino que como cualquier enfermedad- sea bien la diabetes o el estrés- demanda cambios en aquellos comportamientos que no nos benefician y la adquisición de unos nuevos que nos faciliten reducir sus síntomas o mitigar sus implicaciones en la vida y en la de los que nos rodean.
Vivir y convivir con alguien que padece depresión es transformarse, pasar por procesos de acompañamiento psicológico y psiquiátrico implica reconocer las fallas, los detonantes que incrementan los síntomas y nuestro rol en la enfermedad. Definitivamente no es fácil, ni automático. Convivir con alguien que se está transformando -deconstruyendo y construyendo- es reconocer que el otro no es una enfermedad ni se reduce a ella. Es una persona que como cada una de nosotras se transforma y, su actual vivencia le demanda evaluar los aspectos de su vida para poder superar lo que lo aqueja. En ese mismo sentido, las relaciones han de cambiar porque convivir con una persona que padece depresión es difícil: sus pensamientos negativos y/o críticos, su falta de esperanza en el futuro o de energía vital entre tantos otros síntomas que las personas que lo rodean no saben como manejar. Vivir con depresión es exactamente lo mismo: una tarea titánica que implica no sólo lidiar con todos aquellos síntomas, sino también con cómo eso que se está viviendo afecta y transforma cada una de las relaciones, metas y roles que se ocupan.
A fin de cuentas, vivir o convivir con la depresión ante todo implica tener compasión de nosotros mismos. Invita a amarnos y cuidarnos; invita a reconocer nuestras limitaciones, así como nuestras potencialidades e; invita a construir, con los otros, relaciones verdaderamente significativas.
Por:
Mg. Laura Milena Segovia Nieto, Docente e Investigadora del Programa de Psicología – Politécnico Grancolombiano.
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