Diariamente estamos rodeados de información que habla de la alegría como la cantidad de algo, nos indican que debemos tomar una alta dosis de esta alegría “envasada” en lo que alguien considera nos hará felices: viajes, ropa, joyas, comida, alcohol, sexo, drogas, hijos, trabajo, entre otras. Todo esto es una invitación a “consumir” “alegría” y “ser felices”. Sin darnos cuenta, hemos aceptado esta invitación, emprendiendo un viaje guiado por el hedonismo y tomando una serie de decisiones que seguro no nos harán felices en el largo plazo, pues buscan únicamente el placer inmediato. Así, asumimos que no es posible experimentar otro tipo de emociones, y por tanto rechazamos la tristeza, el enojo, la ira, entre otras. Consideramos erróneamente que dichas emociones carecen de sentido y de utilidad; incluso llegamos a pensar que si experimentamos otras emociones distintas a la alegría, estas experiencias emocionales deben ser evitadas por medio de conductas adictivas, de automutilación o automedicación entre otras.

Es importante preguntarnos si esta invitación a ser felices se ha convertido en una obligación y si el imperativo de ser felices nos ha conducido por rutas en las que seguramente ponemos en riesgo nuestra salud mental puesto que nos aleja de nuestra naturaleza, la cual se encuentra profundamente imbricada con la biología en donde las emociones tienen un origen neuroquímico, cognitivo y fisiológico a fin de permitirnos adaptarnos de manera exitosa a nuestro ambiente.

Desde este marco, es importante saber, que la única emoción posible no es la alegría y que las demás emociones juegan un rol importante en nuestro día a día. La vida no es lineal, por tanto los pensamientos y las mociones fluctúan para hacer frente a esta realidad cambiante. Entonces, permitirnos sentir diversas emociones, expresarlas y dejar que cumplan su función adaptativa, nos llevará a tener un adecuado balance físico, emocional, mental y espiritual, esta armonía y estado de equilibrio de seguro traerá alegría y por tanto gozaremos de salud mental.

Por:

Angela Gissette Caro, docente del Programa de Psicología del Politécnico Grancolombiano