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¿Qué pueden soñar nuestros jóvenes colombianos?
Aunque la respuesta a esta pregunta siempre estará incompleta por la complejidad de lo que un sueño implica en una población tan variada – a veces vulnerable o vulnerada – y con realidades tan diferentes, sí podemos entender que la mayoría de nuestros jóvenes quieren pertenecer. Y este deseo de pertenecer también es complejo porque sus contextos no son los mismos y, por la misma razón, sus intereses varían considerablemente de un territorio a otro, de un estrato al otro, de un grupo familiar o social a otro. Están quienes desean hacer parte de las élites que manejan el país o de las que quieren y pueden fácilmente salir de él; hay otros que solo quieren pertenecer al grupo de los exitosos en lo que emprenden; unos, con sueños más simples para los que vivimos en las grandes ciudades, aspiran con llegar a estas urbes y, a través de oportunidades académicas o laborales, realmente pertenecer a ellas. Pertenecer a un grupo, a una comunidad, a una ciudad, a un país, a un mundo global o glocal son sueños comunes en los adolescentes y como sociedad debemos promoverlos y darles o enseñarles las herramientas y estrategias para que, según su contexto, sepan cómo alcanzarlos hoy y a lo largo de su vida.
Sigamos con las preguntas – tal vez retóricas – para desarrollar el tema: ¿qué competencia del siglo XXI les podría facilitar mucho más ese “pertenecer”? Indudablemente la que les permite comunicarse con otras culturas, entenderlas, interactuar con ellas, expresarse, ampliar sus círculos académicos, laborales y personales: el manejo de al menos una lengua extranjera. Cualquier lengua que aprendan les abrirá estas puertas; sin embargo, es evidente el énfasis que desde el Estado y la escuela se le ha puesto al inglés, por encima de los demás idiomas. Este interés no es caprichoso, ya que obedece a la preponderancia de esta lengua franca. En el mundo hay alrededor de 1.400 millones de hablantes de inglés y solo 380 millones corresponden a hablantes nativos. Esta primera cifra, que crece cada día, nos debe hablar por sí sola: hay casi 3 veces más de hablantes de otros idiomas que aprenden inglés para hacer parte del mundo globalizado. ¿Por qué entonces excluir a nuestros jóvenes de esta realidad?
Al hablar de excluir, no solo me refiero a no tener la oportunidad de salir del país – lo cual tampoco debe ser minimizado y reservado para unos pocos. Considero acá la exclusión de contextos que van desde el entretenimiento, pasando por el acceso a la información y el conocimiento y llegando a la posibilidad de mejorar su situación laboral. Para dar soporte a esta tesis, traigo otros números y datos: el 80 % de la información guardada en los computadores de todo el mundo está en inglés y el 40 % de los usuarios de Internet se comunican en inglés a través de computadores, tabletas o teléfonos inteligentes. Según el PLI (Power Language Index por sus siglas en inglés, o Índice de Poder de las Lenguas), el inglés, a pesar de no ser el idioma más hablado en el mundo, es considerado el más poderoso, por encima del mandarín, el español y el francés, en cinco importantes variables: geografía, economía, comunicación, conocimiento y diplomacia. En casi toda la literatura de ciencias naturales, exactas, de las humanidades, de las artes y de otras disciplinas, el inglés sobrepasa incluso al mandarín. Según el Índice de Competitividad Internacional del Foro Económico Mundial, en 4 de los 10 países con las economías más competitivas se habla inglés como idioma oficial y en otros 5 de estos países, la población tiene un buen dominio de este idioma.
Los anteriores son solo unos números y datos generales. Si indagamos en cada sector, encontraremos más cifras que nos pueden motivar o preocupar, según sean las realidades y perspectivas en esta materia. Por mi experiencia de más de 25 años como docente universitaria de inglés, aunque trato de irme por el lado positivo del optimismo y la motivación, a menudo caigo más en la preocupación – que sí me quita el sueño – al ver que no hemos podido avanzar lo suficiente en la enseñanza de esta lengua extranjera y, así las cosas, estamos muy lejos de soñar con incluir una tercera lengua en los currículos, iniciativas y políticas. El problema grande es que estas políticas parecen no tener continuidad y se han convertido en iniciativas de cada gobierno y no de Estado. Ha faltado rigor en la investigación y evaluación constante de las mismas y no se ha involucrado lo suficiente a todos los actores que conocemos sobre el tema, no solo por nuestra formación como docentes e investigadores, sino por nuestra experiencia en las aulas presenciales o virtuales.
Pero, por el respeto al interrogante inicial que me planteé y que les da importancia a los sueños de nuestros jóvenes, no me quiero quedar en la queja. Yo, por mi parte, sueño con que seamos más propositivos y proactivos desde la academia y nos pensemos como un todo que no desarticule los colegios y escuelas de las universidades. Nosotros, desde la universidad, podemos compartir experiencias y generar más espacios de diálogo y reflexión en los que prime la responsabilidad de ser realistas al caracterizar a la mayoría de nuestros niños y jóvenes y a los docentes que tienen el contacto directo con ellos. Este debe ser sin duda el primer paso para la creación de estrategias que en primera medida generen la motivación en ellos de aprender, enseñar, aprender a aprender y aprender a enseñar, según sus contextos. Sin este gatillo, no veo posible seguir poniendo en un papel, en una ley o un decreto niveles que deben ser alcanzados, pero que difícilmente son alcanzables en una sociedad mayoritariamente local, a la que aún le falta algo de coherencia, algo de organización y mucho de comprensión – en todos sus sentidos y connotaciones – para volverse glocal y global.
Finalizo con la pregunta: ¿cómo contribuimos – o podemos contribuir – como sociedad a que los sueños de nuestros jóvenes se cumplan y no nos quiten el sueño?
Por:
María Constanza Rodríguez Barón
Docente de la Escuela de Educación e Innovación