¿Cuáles son los signos más frecuentes que se pueden presentar cuando hay violencia hacia la mujer? Es importante primero conocer que más de las dos terceras partes de los actos violentos perpetrados contra las mujeres son cometidos por sus parejas o sus exparejas. El hogar es un contexto de riesgo para la mujer. Puede también verse por una superioridad física del hombre, una subyugación de la mujer e impunidad de las agresiones en el seno de la familia.
En estos actos se puede observar una cronicidad: hay una baja autoestima, asertividad deficiente de la persona víctima de la violencia, escasa iniciativa, adopción de conductas de sumisión, entre otras. Estas características se presentan de forma progresiva y se agravan con el tiempo. Por ejemplo, se presentan insultos, violencia psicológica, aislamiento de la víctima y agresión física.
La cronicidad está dada entonces por la percepción de peligrosidad, influyendo en la no denuncia, muchas veces por el pensamiento de que el agresor va a cambiar o porque se justifican un poco sus conductas. Hay otra característica importante en la continuidad y es que, una vez sucedido el primer episodio, se incrementa la probabilidad de una nueva agresión y la violencia en la relación ya es utilizada como una estrategia de control, en este caso, hacia la mujer. Y ahí empieza la minimización del problema, hay una habituación, indefensión aprendida, resistencia a reconocer que quizá se fracasó en esa relación de pareja, temor al futuro y a la soledad.
Además, en esa violencia que se da hacia la mujer, los niños también pueden ser víctimas, toda vez que viven en ese contexto donde está el victimario, y de manera directa o indirecta pueden experimentar a futuro esas secuelas como pesadillas, temores nocturnos o bajo rendimiento escolar, pero también emociones o sentimientos de culpa.
De otro lado, hay un marco psicosocial que también sostiene y mantiene esa violencia, principalmente por los estereotipos de género que existen en la sociedad. Esta violencia también se puede dar transgeneracionalmente y mantenerse, quizás porque se calla por vergüenza o miedo a la estigmatización social, porque cuando la mujer trasgrede su rol de género sumiso, el hombre percibe la amenaza de pérdida de su rol de poder, y las mujeres no tradicionales son estereotipadas por eso, como poseedoras de características masculinas, porque toman el control y no se quedan calladas frente a esta situación.
Es importante mencionar que la cultura de la violencia también delimita lo que debe aprenderse por medio de las normas, los estándares y los modelos a seguir. Además, la cultura es la que nos pone los refuerzos o castigos por medio de la moral, la política y la religión. Hay un imaginario social frente a la violencia y es esa naturalización, posiblemente genera una perspectiva de que es un instinto incontrolable y que eso hace parte de una relación de pareja cuando no es así, o esos comentarios de que a las mujeres les gusta que las maltraten, o que la misma mujer asume eso como una conducta normal.
Hay tipologías de violencia como la violencia sexual, que podemos observar dentro de la pareja, donde no hay una relación sexual consentida y que la mujer simplemente tiene que cumplir y satisfacer esa necesidad sexual porque él es su esposo o su pareja, cuando no lo desea. También tenemos la violencia patrimonial, donde existe la amenaza frente a la corresponsabilidad económica, pensando muchas veces que “si me separo, él me dijo que no me va a ayudar con la crianza de los hijos económicamente o me va a quitar la casa”; entonces empieza el chantaje y esa manipulación desde lo económico, que entraría como una violencia patrimonial.
Entre tanto, la violencia psicológica, que es la más frecuente y en la que observamos el asedio, el abuso verbal, las amenazas y la intimidación. Las consecuencias de esa violencia repetitiva desencadenan lesiones psicológicas que disminuyen la capacidad para interpretar la realidad y pueden generar, a largo plazo, trastorno de estrés postraumático, una indefensión aprendida donde la mujer no es capaz de tomar sus propias decisiones frente a lo que está sucediendo porque siente que no tiene la capacidad, entra en una desesperanza, en una resignación, también puede presentar una ansiedad extrema, depresión, pérdida de autoestima, sensación de culpabilidad, incluso aislamiento social y dependencia emocional, y puede aparecer la vergüenza social, la ocultación de lo ocurrido, mayor dependencia del agresor y aumento del dominio de este.
Por eso es importante que existan políticas y que todos contribuyamos para que las mujeres conozcan que existen marcos normativos donde se les puede proteger y que se sientan en la capacidad de tomar una decisión en el momento que están siendo víctimas de violencia de género. Existen entidades y campañas que deberían fortalecerse en el conocimiento de la comunidad para que todos entendamos que el tema de la violencia no es solo de violencia de género, sino que finalmente esto desencadena en otro tipo de violencias o circunstancias a nivel social.
Cuando una mujer está haciendo víctima de la violencia también debe acudir a un proceso psicoterapéutico, toda vez que existen allí variables psicológicas que se deben tratar por un experto y un especialista en este tema. Es importante que la sociedad tenga una responsabilidad frente a ese conocimiento que deberíamos tener las mujeres y empezar a identificar ese tipo de conductas pequeñas que pueden mostrarnos que estamos frente a una persona que en el transcurso de la relación puede estar atentando con nuestra vida o nuestra integridad física.
Por:
Sonia López Rendón
Docente de la Escuela de Estudios en Psicología, Talento Humano y Sociedad