El trastorno del espectro autista (TEA) es un trastorno del neurodesarrollo con implicación multidimensional. Este trastorno es caracterizado por inmadurez en el desarrollo del lenguaje verbal y no verbal que repercute en las habilidades comunicativas, dificultad o desinterés en la interacción social, y alta inflexibilidad en el comportamiento al presentar conductas repetitivas e intereses restringidos.

Su etiopatogenia y factores de riesgo relacionados cada vez están mejor estudiados, la variedad de factores ambientales, genéticos e incluso inmunológicos que actúan en momentos relevantes del neurodesarrollo.

El trastorno del espectro autista (TEA) es frecuente, con una tendencia mundial aproximada de 1 de cada 160 niños con cierto grado de autismo. Por ejemplo, en México se da 1 caso de autismo por cada 68 nacimientos, estimando así un incremento en la incidencia anual de 17 %, la cual es 5 veces más frecuente en hombres que en mujeres, según datos de OMS, 2022.

El diagnóstico temprano permitirá establecer intervenciones pertinentes que mejoren los resultados. Actualmente, no se cuenta con un tratamiento específico para los síntomas nucleares del autismo, no obstante, existen opciones terapéuticas integrales y farmacológicas que permiten mejorar la calidad de vida de los niños y niñas que presentan TEA.

Según el protocolo clínico para el diagnóstico, tratamiento y ruta de atención integral de niños con trastornos del espectro autista, creado por el Ministerio de Salud (2015), existen señales de inmadurez en el desarrollo en los dos primeros años de vida que alertan a padres, cuidadores y docentes.

Las señales de alarma que refieren los profesionales de la salud están relacionadas con la dificultad de agarrar cosas que están a su alcance, poco contacto visual a la madre durante la lactancia y a sus cuidadores, no demuestra afecto por quienes le cuidan, no reacciona ante los sonidos a su alrededor, no busca un objeto que se le esconde, dificultad para aprender a usar gestos como saludar con la mano o mover la cabeza, no señala cosas y puede perder habilidades que había adquirido con anterioridad, dificultad para imitar e inmadurez en el desarrollo del lenguaje.

Al observar este tipo de señales de alarma, se recomienda asistir a consulta con el pediatra, el profesional de la salud realizará una historia clínica completa, evalúa los signos de alarma y confirmará entonces la sospecha de alteración del desarrollo y se evaluará la sospecha de un trastorno del espectro autista.

Por otra parte, se sugiere que, para identificar la sospecha de trastorno del espectro autista por parte de pediatría, se utilicen los criterios del DSM-V para mayores de 3 años, y para menores de 3 años el M-Chat-R. En ningún caso el pediatra de manera aislada establecerá el diagnóstico confirmado de trastorno del espectro autista.

Posteriormente, se recomienda que la confirmación diagnóstica de trastorno del espectro autista se realice por un grupo interdisciplinario de profesionales, en el cual participen: neuropediatría o psiquiatría infantil para establecer el diagnóstico confirmado, con valoración por psicólogo clínico y terapeuta de lenguaje, para establecer de manera conjunta el nivel de compromiso del niño e instaurar plan de intervención de terapia.

Finalmente, es pertinente expresar la importancia del rol de los padres y su presencia en la crianza y educación de sus hijos, ya que, a partir de allí, permitirán observar señales de alerta y con ellos brindar respuestas a los diferentes retos que se presenta a lo largo del desarrollo en la etapa infantil y juvenil de los niños y niñas del país.

 

Ps. Jenny León Artunduaga

Magister Neuropsicología Clínica

Coordinadora de la Especialización en Neuropsicología Escolar – Politécnico Grancolobiano

Representante de campo Neurociencias y Neuropsicología – Colpsic.