Mucho antes de la invención del realismo mágico, aquel movimiento pictórico y literario que mostró lo irreal y onírico como si fuera algo cotidiano y común -y cuya cabeza visible, por supuesto, fue nuestro nobel fue Gabriel García Márquez- la figura de José Eustasio Rivera emergió como el abanderado de la literatura colombiana en todo el mundo hispano. Con La Vorágine, publicada el 25 de noviembre de 1924, el escritor huilense se hizo leyenda entre sus lectores, al punto que casi todos los de su generación recitaban de memoria el desgarrador inicio de la novela: “Antes que me hubiera enamorado profundamente de mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”.
El destino quizás, o una serie de coindicencias y hechos afortunados para la literatura, condujeron a que Rivera, abogado de profesión y político por casualidad, se dedicara a las letras. Antes de cumplir los 30 años, ya había escrito cerca de 170 poemas y sonetos de corte modernista, aquella corriente literaria de finales del siglo XIX y principios del XX, que se caracterizó por su estética preciosista, la exaltación y refinamiento de los sentidos y por el uso de imágenes y lugares exóticos. Los sonetos de su libro Tierra de promisión (1921) y el escenario de La Vorágine, en particular, son considerados como ejemplos máximos de la gran novela de la selva hispanoamericana, de la que fue pionero.
Rivera nació el 19 de febrero de 1888, en Neiva o en Aguascalientes (hoy Rivera, Huila), en una familia cuyos antepasados fueron militares de las guerras de independencia y educadores y políticos en la región del gran Tolima. Como todo niño de entonces estudió lo que tenía que estudiar: la primaria en colegios católicos y, cómo no, el aprendizaje y conocimiento de la vida misma en fincas y haciendas en las que habitó su familia. En esos escenarios naturales, como dice su biógrafo Isaías Peña Gutiérrez, “fue fraguándose su personalidad ciudadana y literaria (…); en los días de vacaciones leía, jugaba billar , atendía sus noviazgos pasajeros. De espíritu jocoso, nunca desperdiciaba oportunidad para improvisar décimas o coplas”. [1]
Entre 1912 y 1916 estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Nacional, y se graduó de abogado con la tesis Liquidación de las herencias, bastante elogiada y que a la postre lo llevó a conocer los Llanos orientales y la selva amazónica colombiana, escenario de su novela, cuando fue contratado para llevar algunos casos de sucesión de herencias en esos territorios. De hecho, la mayor parte de los personajes de La Vorágine surgieron de los relatos amorosos y las aventuras de su amigo Luis Franco Zapata en la amazonía colombo-venezolana. Aquellos relatos, y la experiencia propia que tuvo Rivera viajando y conociendo la región amazónica cuando fue nombrado secretario Jurídico de la 2ª Comisión Demarcadora de Límites con Venezuela, le sirvieron de argumento para estructurar el argumento de la novela, que comenzó a escribir en Sogamoso el sábado 22 de abril de 1922, alejado del corrillo político bogotano, del ajetreo judicial y de la chismografía literaria.
Tardó dos años en escribir la novela y cuando la concluyó, el 21 de abril de 1924, publicó un aviso de prensa en la editorial Cromos dando a conocer su contenido: “Trata de la vida de Casanare, de las actividades peruanas en La Chorrera y en El Encanto y de la esclavitud cauchera en las selvas de Colombia, Venezuela y Brasil. Aparecerá el mes entrante”. (Se publicó en las librerías bogotanas el 25 de noviembre de 1924, día del cumpleaños de su madre, Catalina Salas).
La novela es la historia de Arturo Cova, poeta de cierto renombre pero que se siente fracasado, y de su amorío con Alicia, una joven de familia adinerada que se casa con un rico terrateniente, muy rico y viejo, por decisión de su padre. Sin embargo, Alicia se enamora del poeta y se escapa con él hacia los Llanos orientales. Las vicisitudes ficticias de los protagonistas le sirven de escenario a Rivera para exponer la situación de colonos e indígenas, maltratados y sometidos a un trato deshumano por sus patrones durante la fiebre del caucho, a fines del siglo XIX y comienzos del XX.
La Vorágine es el punto más alto de los relatos de la selva hispanoamerica. Tiene antecedentes en Cumandá (1879), escrita por el ecuatoriano Juan León Mera y, sobre todo, El infierno verde (1908) de brasileño Alberto Rangel. A su vez, tendrá influencia sobre otras novelas de la selva, como Canaima de Rómulo Gallegos o Calunga del brasileño Jorge de Lima. Tras su publicación, fue prontamente traducida al ruso en 1925, al inglés en 1928; al francés en 1930, al portugués en 1935 y al alemán, italiano, japonés y polaco a finales de los años treinta del siglo XX. Es tan importante que es una de las novelas más estudiadas de la literatura colombiana. Ha sido definido como un “libro inagotable” por la escritora Montserrat Ordóñez Vila, y de este se han hecho estudios literarios y numerosas interpretaciones.
Sin embargo, llama la atención un reciente enfoque desde lo que se denomina en Estados Unidos como la ecocrítica. Según Hacherberguer (2021), la obra de Rivera presenta la selva colombiana como inhumana y devoradora, territorio que se niega a la explotación antropocéntrica bajo el ideal del progreso. Precisa que la novela hace referencia a la codificación de la selva como región y espacio fronterizo en el que se manifiestan los límites entre la civilización y lo salvaje o entre naturaleza y cultura nacional.
“Por tratar de la naturaleza y sobre todo de la selva, dice el estudio de la autora, La Vorágine se presta excelentemente para un análisis ecocrítico. La perspectiva ecocrítica aplicada para el análisis de la novela de la selva asume en todo momento que la naturaleza es el verdadero protagonista del texto, ya que a través de su representación se critica el sistema capitalista y neocolonialista creado por el hombre. Además, la novela intenta destacar las consecuencias negativas que el comportamiento humano tiene sobre el medio ambiente y al mismo tiempo trata de estimular a los lectores contemporáneos a reflexionar sobre la acelerada destrucción ecológica”.
De cualquier forma, el propósito fundamental de la obra es denunciar las condiciones de explotación y miseria a la que eran sometidos los caucheros en los siringales (plantaciones de siringas), sin recurrir a moralismos ni juicios de valor. La descripción de los escenarios y culturas se basan en el conocimiento que adquirió Rivera al participar en la Comisión Demarcadora de Límites de Colombia con Brasil, Venezuela y Perú.
A cien años de su publicación, La Vorágine impacta a quien la lee por primera vez, no solo por su desgarrador inicio, sino por su final. La novela termina con otra frase inolvidable de nuestra literatura y de nuestra cultura: «¡Los devoró la selva!». Un final abierto que nos deja en la búsqueda imaginaria del destino de Alicia y Arturo Cova.
[1] Breve historia de José Eustasio Rivera, Isaías Peña Gutiérrez, Cooperativa Editorial Magisterio, 1988, p.14 a 18.
Por: Doria Constanza Lizcano Rivera
Docente de la Escuela de Comunicación, Artes visuales y Digitales