En un mundo cada vez más competitivo y tecnificado, notamos con frecuencia cómo algunos seres humanos debilitan la esencia de su Ser, para Poder y Tener. Seguramente dentro de la proyección y ensoñación que nos permite vernos reflejados en el tiempo, todos hemos anhelado alcanzar, dentro de los diferentes ecosistemas vividos, un reconocimiento, una posición o un estatus mejor. Sin duda, en la insaciable búsqueda que nos exige ofrecer a familiares mejores condiciones que las que antaño tuvimos, nos formamos en diferentes competencias disciplinares, para escalar los peldaños académicos, sociales y laborales y así sentir el reconocimiento y el aplauso esperado.
De pronto, en ese trayecto de formación disciplinar, sin darnos cuenta vamos desdibujando esos valores adquiridos y convencidos de que caminamos con ellos, asumimos sabernos excelentes seres humanos en la dupla que relaciona el Ser y el saber y así, rodeados de nuestros pensamientos, nos convencemos de que estamos listos para ingresar al mundo de las oportunidades laborales.
Ya dentro del sistema, y en ocasiones sorpresivamente, nos vemos rodeados por reinos encapsulados de poder, donde no alcanzamos a comprender cuál es el punto, el epicentro donde algunos seres inician su proceso de transformación endosándole inicialmente a la vida –de manera consciente o no- uno, o algunos de los principios adquiridos en el seno familiar, para escalar con prisa hacia la obtención del poder y del tener.
Maravillados y quizás un poco ausentes de la verdad, vemos, pero no observamos cómo en el mundo del poder -cuando se avala éste por el ego- se van abriendo espacios y a veces juegos irresponsables, que atropellan indiscriminadamente la concepción, la formación, los valores y hasta los sentimientos de los seres que nos rodean. No nos damos cuenta de que entre más nos acercamos a cada juego donde confluyen uno a uno los miembros del sistema que minuciosamente preparan actos para sobresalir, destacarse y robarse los aplausos- estamos más cerca del peligro, de ser atrapados como marionetas que nos embriagan y nos inducen a cambiar de rumbo, que nos tientan a realizar transacciones con nuestros valores sin siquiera darnos cuenta.
Pues nos vamos sumergiendo una y otra vez por directores de diferentes escenas, quienes tentativamente nos endulzan con: “halagos, sinceridad, admiración, respeto, preocupación y amistad”, para que formemos parte de los círculos de poder, omitiendo que de alguna manera tan solo somos escudos protectores que soportan el real triunfo de los que llegan a la cima.
Por fortuna ante estas transacciones que ocasionalmente aparecen entre el Ser y el Tener, el movimiento del sistema posibilita espacios de oxigenación que dejan a algunos momentos de reflexión para pensar y por fortuna algn@s alcanzamos a reaccionar, a sentir la fuerza, la voz interior, la consciencia que nos reclama, la mirada interna que nos permite con su rayo traspasar las máscaras del espectáculo e intuir –por las escenas vistas- que la ruta más simple para alcanzar el poder mal manejado y mantenerse en él, es la deslealtad, el engaño, la traición, la deshonestidad, las cuales se disfrazan y a veces empalagan a otros en la búsqueda del logro de sus objetivos.
Entonces se traza en nuestra mente dos rutas, ambas con la misma meta –alcanzar la cima-. La primera, más rocosa y quebradiza, nos ofrece la posibilidad de escalar pausadamente y pensar con cautela cada movimiento para no atropellar ni ser atropellados, para llegar arriba, al Poder, con orgullo y dignidad, siendo verdaderos líderes, que, con su ejemplo, orientan, guían, motivan y, en contraprestación, reciben incansablemente los aplausos de sus seguidores, aún en los momentos más difíciles.
La segunda ruta, en apariencia más corta, nos permite llegar en menor tiempo a la cima, pero –tal vez- con la consciencia un poco manchada porque hemos utilizado todo tipo de elementos en nuestro ascenso para derrotar los anhelos y la buena fe de nuestros compañeros. En el ascenso nos hemos medido la consecuencia de nuestros actos porque quizá pensamos que lo importante es llegar, aunque no se sepa como sostenerse.
Entonces, es nuestro deber permitirnos crecer, es nuestro deber proyectarnos y luchar por alcanzar todo tipo de ideales en la constante búsqueda de un beneficio personal y familiar; pero también es nuestro debe elegir el camino adecuado, el que marca nuestra consciencia para vivir con sosiego, para disfrutar de los frutos que deja el sabor de la victoria que tiene el buen poder, el liderazgo positivo y la huella que dejamos en otros, para que continúen siempre en la permanente búsqueda del Ser y el Poder.
Así, simplemente de esta reflexión puede resaltarse sin más, cómo los seres humanos podemos llegar muy lejos con el compromiso, la certeza y la convicción de que no podemos negociar nuestros valores para alcanzar el poder y de que, sin duda, el camino de la victoria está marcado por la esencia de lo que fuimos, lo que aprendemos en el día a día y lo que visionamos para el futuro. Solo desde el compromiso de ese caminante que motiva, que llena y que da ejemplo, podemos construir un mañana mejor.
Por:
Marcela Cascante
Docente
Escuela de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones