Me levanté temprano ese viernes. Organicé el apartamento y saqué a pasear a Nino, mi perro. Regresé a los 10 minutos. Dejé a Nino con agua y comida, y me fui al trabajo. Salí temprano de la oficina. Pasé por la ropa en la lavandería y regresé a la casa a organizarla. Bajé al segundo día cacerolazo, ante la insistencia de mis vecinos.

Antes de salir, cogí la olla que usaba para calentar la leche porque era la más acabada, así que, si la ira se desbordaba, no pasaba nada, a la final debía comprar otra.

En la portería estaba Esteban, mi vecino, quien me miraba con odio que disfrazaba en una sonrisa falsa. Lo saludé, pero, al parecer, no escuchó por las arengas que cantaban los vecinos del quinto piso quienes decidieron bajar por las escaleras por si el resto de los propietarios se animaban.

Esteban y yo salimos por un mes. Él siempre saludaba a mi perro hasta que un día notó a su dueña. Me dijo que fuéramos a tomar un café a la vuelta del edificio. Me contó que estudiada Derecho porque era una carrera fácil para conseguir trabajo. En sus ratos libres practicaba deportes extremos con unos amigos que, no sabe de dónde sacan el dinero para los repuestos, me dijo que era un man bastante tranquilo y que le gustaba ir a misa todos los domingos.

¿Misa? Soy católica, pero, con los últimos acontecimientos, he estado alejada de la iglesia. Sin embargo, me detuve a pensar por un momento que ésta sería la señal que le pedí a Dios sobre un hombre de fe en mi vida, y de paso, que fuera juicioso, porque bien tacaño ha sido el mundo con los de su clase.

Los siguientes días fueron maravillosos. No lográbamos separarnos. Incluso, mientras él estudiaba y yo trabajaba, seguíamos en contacto por teléfono. Al finalizar las clases, llegaba a mi apartamento antes que al suyo, en donde vivía con sus papás.

La sensación era increíble. Esteban era increíble. Mi relación era increíble. Pese a que era un poco tímido para mi gusto, lograba hacerme reír a carcajadas con tan solo un comentario.

Por la noche seguíamos juntos. A mí me encanta leer libros relacionados con política, hechos históricos y de la situación actual, a él, bueno, no le gusta leer. Solo leía lo relacionado con el estudio. Lo suyo eran las series, maratoneaba bastante, a decir verdad. No entré en detalle respecto a esa situación. Está bien, no todos pueden tener las mismas preferencias y gustos que uno.  entiendo.

El libro Los cinco lenguajes del amor estaba siendo mi guía por esos días. Estaba lista para poner en práctica la comprensión y la empatía que me faltó en mi relación pasada en la que me comporté como auténtica dictadora. Esta vez quería hacerlo bien. Por eso, dejé pasar (me aguanté, más bien) un par de comentarios salidos de tono, muy en particular, cuando se trataba de política.

Este era mi momento para demostrarme que podía tener una relación madura, en donde nuestras diferencias se respetarían. Era un llamado a regresar a nuestro centro, a creer y respetarnos nosotros mismos y luego a los demás. Esteban era el perfecto conejillo de indias para hacer las cosas al derecho…o por la derecha.

En el hogar de Estaban era importante la política. Sus familiares podían pasar meses sin hablarse para luego sacarse todos los trapitos en la cena de Navidad. En mi casa no nos importaba mucho, hablamos de los temas de actualidad en el país, sí, pero cada quien era libre de pensar como quisiera, siempre y cuando, eso no pusiera en juego la buena actitud en los paseos.

A veces me decepcionaba cuando no mostraba algún tipo de contacto humano. Siempre he sido muy cariñosa y su lejanía física me molestaba. Por momentos se mostraba muy retraído conmigo y con los demás, y cuando salía de su caparazón, se presentaban hechos desafortunados como cuando le gritó a un mesero en un restaurante o cuando duró horas hablando del país vecino al notarle el acento al del domicilio. El libro de superación personal no traía qué hacer frente a esas situaciones, así que lo dejé pasar.

No quiero ser injusta. Claro que noté sus cosas buenas. Esteban es muy familiar, tiene un gran respeto por sus padres, es bastante colaborativo con el resto de la familia y con los vecinos, y tiene un apego emocional preocupante con sus amigos, a quienes le consulta cada paso. ‘Actos de servicio’ es sin duda su lenguaje del amor.

A pesar de mis alertas rojas yo seguía con él. Las emociones estaban a flor de piel (Sí, era Mercurio retrógrado) porque creía que ya era hora de que tuviera un novio con quien compartir mis días y no solo con Nino. Claro que me acostaba pensando en lo que se venía para el país, con una manifestación avisada por varias semanas, y que me traería bastante trabajo, más de lo usual, y al que le agradecía por mantenerme ocupada y lejos de una tusa que no quería atravesar. Y Esteban sería ese perfecto complemento para iniciar de nuevo en el amor.

Cumplimos un mes de salir juntos y lo invité a cenar. Hablamos de nuestros planes de viaje a otro país. Ambos necesitábamos un descanso en el que aprovecharíamos para conocernos mejor. En un viaje se puede saber si vamos por buen camino, pensé.

Hasta el momento nos entendíamos en todo, excepto en un tema de conversación. Rara vez hablaba de política con él. Cuando él lo hacía, sabía que yo no estaba como interlocutora, sin embargo, esta vez decidí a corresponderle. Si quería estar conmigo debía respetar mi posición.

Inicié con un análisis de lo que se venía, como politóloga y ciudadana, y le conté que el viaje al interior del país, planeado en mi trabajo, se canceló por la seguridad de la carretera. Aseguré que era muy raro, que llevaba varios años haciendo la misma ruta y nunca había pasado nada.

Dejó de comer, alzo la mirada y me dijo :“Paula, no te dejes llevar por lo que te digan. Así que no repitas como lora. No mientas. Ahora sí podemos viajar a todos lados, incluso, a la finca”.

Todo se derrumbó dentro de mí, dentro de mí. Se me quitó el hambre y, antes de que el mesero me trajera más agua, le lancé una mirada en la que le advertía que ni se acercara a la mesa.

No respondí de inmediato. Me detuve a pensar en lo que estaba pasando en ese momento. ¡Ya me imaginaba una familia con este señor! Pero, ¿Qué les contaría a nuestros hijos? ¿Por cuál versión se iría? ¿Le contaría que firmamos un acuerdo de paz? Y si digo algo que lo molesta, ¿De qué hablaríamos los próximos meses? ¿Cuál sería el partido político por el que se irían nuestros hijos? ¿Le contaría de su infancia en la finca? la que por un par de años no pudo regresar por la violencia.

¿Tendría yo la valentía de decirle a mis hijos que la finca nunca existió y que se apropió de la historia que leyó en una cadena de WhatsApp?

Me quería morir. Lo que más de dolía de todo es que ya se lo había presentado a mis papás, después de 10 años sin que supieran de algún hombre en mi vida. Esteban llegó a mi familia con la certeza de que no era lesbiana.

Volví a la religión. Sentí que era una clara señal de Dios que debía replantear mis creencias y prejuicios. Aceptar al otro tal y cómo es. Dios es amor. El amor es perdón y aceptación.

Pero ¿Y mis creencias? ¿Mi moral? ¿Mi entendimiento de lo que es correcto? Una vez más, no supe leer las señales de la vida.

Me levanté de la mesa y le dije: “Tengo miedo de escuchar más comentarios tuyos que vayan en contra de lo que soy”.

Esteban se levantó de su silla y me siguió con la mirada mientras salía del lugar.

Ninguno de los dos llamó al otro después del episodio. Entendimos que las diferencias son grandísimas y que, hasta que alguno de los dos no diera su brazo a torcer, una reconciliación sería imposible en el corto plazo.

Dos meses después, nos volvimos a ver en la puerta del edificio. Mientras esperaba que el celador abriera la reja, lo invité a un café. Fue la única manera de que se le quitara su espantosa sonrisa falsa de la cara. Esteban aceptó.

Guardé la cacerola en la recepción.

Junto a nosotros, uno de los vecinos escuchaba las noticias del día que insinuaba que actos vandálicos opacaban la marcha. Don Nicolás, 75 años, padre de Esteban y pensionado de una multinacional, no dejaba de mover su cabeza a modo de negación. Le dijo a su esposa y a los del quinto piso: “Son las 4:30 p.m. Vámonos”. Todos a su alrededor guardamos silencio. De un momento a otro nos vimos saltando a ayudarlo: de la misma indignación casi se le caen las cinco cacerolas que llevaba en las manos.

*Gracias a Paula, por contarme su historia.