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La presidenta ejecutiva de la Corporación Turismo Cartagena de Indias señala que “El turismo mal concebido genera exclusión y autoexclusión”. 
Por Gustavo Emilio Balanta Castilla. Publicado por revista Ébano Latinoamérica. Junio de  2013.
Pongo el pie izquierdo en el estribo de la carreta. Inicio un recorrido por los rincones de la vida de una mujer corozalera con aroma y esencia de Cartagena. Su historia de infancia, su concepción del mundo, sus apuestas profesionales y los compromisos que a motu proprio asume como ejecutiva del turismo, hacen parte de este singular tour.
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Zully Salazar Fuentes es la presidenta ejecutiva de la Corporación Turismo Cartagena de Indias. Es una mulata de padre negro y madre blanca. Sus expresiones al hablar son descomplicadas. 
La seguridad en lo que dice se soporta en unos gestos que no dejan rendija a la duda. Esta madre de tres hijos se sabe sortear entre sus obligaciones hogareñas y sus deberes como funcionaria.
De hecho, antes de asumir el cargo que hoy ocupa, se bajó del bus como vicepresidenta de turismo de Proexport Colombia para responder a la atención de la familia. “Se trata de lograr un equilibrio entre la madre, la esposa y la profesional. Eso me lo brinda este trabajo”, me dice.
El sonido del paso del caballo cochero acompaña armoniosamente la pertinaz brisa que refresca una tarde de 29 grados centígrados. En la plaza de lo personal me confiesa que llegó a Cartagena a los 12 años en búsqueda de oportunidades de estudios, bajo la premisa de que ellos debían servirle para una mejor relación con sus congéneres.
“Tal como lo visioné desde muy niña, cursé un semestre de idiomas en la Universidad del Atlántico que me sirvió de mucho, pero luego en el Colegio Mayor de Bolívar encontré lo mío: idiomas y turismo, no para enseñar, sino para las relaciones interpersonales y gracias a eso aquí estoy”.
Fijo por momentos mi vista en el lunar que sobresale en su nariz. La detallo mientras avanza el relato. Sus manos, ojos, cabeza, rostro, su cabello castaño suelto que me da una sensación de libertad, se confabulan para indicarme que la conversación va cogiendo punto, como dicen las hacedoras de dulce.
Su periplo laboral como gerente de congresos y convenciones en la empresa Contacto, directora de promoción y mercadeo de la Corporación Turismo Cartagena de Indias, gerente de Turismo Vacacional y vicepresidente de Turismo de Proexport Colombia, me anuncia un palmarés que la ciudad apenas empieza a degustar.
La combinación de estudio y trabajo, desde su juvenil figura, le entrega una seguridad en sus afirmaciones que se sustentan en ejecuciones. “Estudiaba y trabajaba desde los 18 años, cuando cursaba tercer semestre de Traducción y Turismo en el Colegio Mayor de Bolívar”, comenta con particular orgullo.
Tiene clara la ruta a seguir para que el turismo deje de ser una actividad exclusiva de las élites y abra paso a la inclusión social y económica de sectores emergentes de la ciudad.
“A Cartagena le falta aún para ser un destino turístico de talla mundial y lo tiene todo servido para llegar a serlo: el Caribe, la historia, la inversión y su gente”, enfatiza con conocimiento de causa. “Cartagena en las encuestas nacionales es muy bien valorada. La gente es muy cercana y se da a querer, no tiene barrera con el turista”.
Así mismo, enumera las debilidades: “Falta de bilingüismo y de conectividad directa internacional. Si tenemos en cuenta los proyectos hoteleros que están entrando en Cartagena, existe desequilibrio entre sillas de aviones y camas hoteleras; desbalance en oportunidad laboral y personal a contratar, y ausencia de una alianza entre academia y turismo para la formación desde la primera juventud”.
“Superando esas limitaciones, lograremos un sector incluyente y sostenible. Que cumpla uno de sus mayores retos y principios: contribuir a atenuar la pobreza, de acuerdo con el lineamiento de la Organización Mundial de Turismo, OMT”, recalca.
Es  consciente del divorcio del turismo en la ciudad, de que se ha dado un desarrollo espontáneo, sin planeación. “Llegar tarde a las grandes ligas del turismo tiene sus ventajas. Una de ellas es aprender de los errores de los demás”, exterioriza como tratando de dejar una estela de consuelo, pero a la vez marcando un sendero para avanzar con la fuerza de los ejemplos y vivencias ya surtidas.
Cuestiona la posibilidad de entregar en concesión parte de la explotación del sector. “Las casas matrices de los inversionistas se quedaron con la mayoría y no reinvirtieron en el desarrollo de los destinos donde operaban”, expresa sobre  ese libreto a no calcar.
“El turismo mal concebido genera exclusión y autoexclusión. Son barreras que se entronizan en el subconsciente de la gente, que tallan un comportamiento de marginalidad y automarginalidad.  Hay un divorcio no solo con la Cartagena turística. Hay que tender puentes. Recomponer ese matrimonio”, manifiesta Zully.
“El turismo es muy importante para la urbe. Mucha gente se beneficia, pero lo ven como si no fuera de ellos y para ellos. El turismo es como si fuera el vaticano en Cartagena. Eso se expresa en manifestaciones lingüísticas como ‘voy para Cartagena’, ahí se configura ese divorcio”, añade, como sorbos de una realidad insoslayable.
Estrategia ‘Cartagena mía’ 
Habla sin parar. Está enchufada en lo que más le gusta y le apasiona. Lo hace con movimientos elegantes, sutiles que exhalan toda su feminidad. Definitivamente el turismo y la ciudad la desbordan de emoción.
Con la estrategia ‘Cartagena mía’ sembramos sentido de pertenencia en la ciudad como una fórmula para superar ese estado de cosas. El nativo no conoce su historia, ni los monumentos y se trata de que la descubra y disfrute a precios más económicos que las del turista, sobre todo en temporada baja”, explica la directora de la Corporación de Turismo de Cartagena.
“Es como cuando tú tienes en tu casa un cuarto –agrega–. El mejor cuarto, bien dotado con las mejores sabanas, muy bien organizado; pero es sólo para los huéspedes y el resto de la familia permanece en otras habitaciones.  Cartagena debe y está abriendo ese cuarto a su gente. Primero sus ciudadanos”.
Son cincuenta y tres operadores locales que prestan ese servicio, que tiene como requisito único un recibo de servicio público al día para estimular la cultura de pago. Entra una llamada a su celular. Termina la conversación y me comenta henchida de felicidad: 
“Me acaban de reportar que más de cincuenta cartageneros que no conocen las Islas del Rosario partieron hacia allá en correspondencia con la estrategia ‘Cartagena mía'”.
Está convencida de que para reconfigurar una ciudad participativa, de oportunidades e inclusiva, es imperativo llegar a acuerdos. Cartagena posee innumerables recursos turísticos que deben traducirse en productos. 
Esto se logra mediante la ecuación inversión privada más inversión del Estado, teniendo en cuenta los intereses de ambos. Se trata, entonces, de concertar esos intereses.
“Hay que tener presente que tu libertad llega hasta donde empieza la mía. Unas condiciones de inversión bajo el principio gana-gana social. Ese es el turismo sostenible”, asegura Zully.
“El turista busca la esencia de la ciudad. ¿Dónde van los cartageneros? ¿Qué comen? ¿Cómo viven?”. De esa manera se sumerge en la caracterización del viajero del nuevo siglo. “Hay otro referente que los motiva: el turismo comunitario. 
Es un turismo de responsabilidad social, que se pregunta: ‘¿Hacia dónde va lo que yo traigo y dejo? ¿Cómo se refleja eso en el bienestar de la gente?’. Es un turista a quien le gusta compartir con la gente, enseñar lo que sabe y que para tal efecto viene muy bien informado”.
Me comparte que el Plan Sectorial está aprobado. Que se hizo en un 100% con recursos de la nación. Que es una ruta para la ciudad hasta el 2015. Que está en concurso en el Fondo Nacional de Turismo. Que viene su adjudicación y puesta en marcha y luego conformación de las mesas de trabajo. Todo ello, máximo en dos meses.
“Algo urgente es organizar la ciudad. Concertar una agenda cultural permanente que tenga en cuenta, por ejemplo, un mercado artesanal. Se trata de hacer realidad una política pública desde el sector turístico para la ciudad. Trabajar proactiva y no reactivamente, que es lo que pasa hoy”, declara la cartagenera.
“Es necesario interlocutar y profundizar las relaciones con el Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena, Ipcc, y el programa Cartagena Emprende de la Cámara de Comercio y otras instituciones que promuevan y estimulen la creación de oportunidades empresariales y comerciales para un turismo cultural, como vocación connatural del sector. Hay que mostrar lo propio: la música, la plástica, la literatura, la gastronomía… en fin: lo nuestro“, acota.
“Requerimos de una oferta de etnoturismo que le hable al visitante y al nativo de los referentes ancestrales. En eso estamos. Lo vamos a lograr y a mostrar en la Tercera Cumbre Mundial de Mandatarios Afrodescendientes en septiembre venidero. 
Cartagena es una ciudad donde más del 36 % de la población se reconoce como negra o afrodescendiente, y además cuenta con población indígena y mestiza. A eso hay que responderle“.
Estamos llegando al final del conversado paseo. El relincho del caballo se confunde con el sonido del oleaje marino. Nos acercamos al puerto de la Bodeguita, donde está la sede de la Corporación. 
En estos últimos minutos su magro cuerpo se reacomoda para reconocer, desde una mejor posición, que el color de su piel es una ventaja competitiva en un sector mundialmente muy elitista.
“Soy una mujer segura de lo que quiere. No genero controversia, hago respetar mi condición de una forma cordial y  abro los espacios que requiero en el momento oportuno”, sostiene Zully.
Como mensaje a las mujeres, les sugiere que se preparen. Que hagan coherente la honestidad con los principios personales. Que nunca pierdan la conexión con la tierra. 
“El poder es para ayudar. El poder nos viene desde arriba. Es el poder de Dios”, afirma, al tiempo que saca a relucir un pasaje bíblico. “Pilatos le dijo a Jesucristo: ‘Yo tengo el poder de acabar con tu vida’. ‘No tendrías ningún poder sobre mí si no se te hubiera dado de arriba’, le contestó Jesús”. 
Me agarro de las reatas. Me bajo lentamente. Le extendiendo mis manos y nos dirigimos a nuestras cotidianas labores. Es un hasta luego. Nuevas tareas y compromisos nos brindarán ‘diosidencias’.
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