En las mesas de nuestro CAFÉ LITERARIO aparecen PERSONAJES dignos de un cúmulo de curiosidades para nuestros CAMAREROS, quienes; luego de servirle la taza de humeante EXPRESO; al arrimarse a la CAJA nos preguntan … “Ud sabe quien es..?” pues su ACTITUD hace generar esa sensación…
En este caso no es otro que el ESCRITOR Dn CARLOS ADOLFO RODRIGUEZ de obras publicadas, tales como: “Condenados por el Poder”(Editorial Verbum España), “Herederos de Tugurios Dorados”, “El Paraíso de los Desterrados”, “El mundo que tanto amó El Quijote” (Editorial Rove Argentina)…que hoy nos deja sobre su mesa estos apartes de “Amos de las Tinieblas”, una novela inédita, que nos regala para vuestro regocijo…
”Los NAIPES de la BARAJA del AHORCADO
El tren que me llevaba sin parecer tener afán alguno, de regreso a mi amada patria, daba la impresión que con el pasar del tiempo se convertía en cómplice del nuevo gobierno, cada vez que sus temblorosos parlantes entre cortados anunciaban una próxima parada, mi corazón se ponía a latir provocándome el reflejo de sacar con el mayor sigilo y la más aparente discreción, las tres cuartas partes del cráneo en dirección de la marcha… -un poco de aire fresco nunca cae mal; comentaba sin angustia en voz alta, mientras intentaba alargar cuello y espalda, para con la mirada observar a lo lejos, con cautela y detenimiento, todas y cada una de las plataformas de la estación; gracias a los nuevos acuerdos comunitarios, relativos al tráfico de personas, las patrullas migratorias pueden esconderse a cientos de kilómetros de la frontera, y detener sin distingo, incluso en el recorrido más escarpado, en la curva más cerrada, en los aires más turbulentos, o en las aguas más profundas, cualquier medio de transporte. Viajar con un pasaporte ordinario, en tiempos de guerra, o en tiempos de paz, no representa ninguna garantía para ningún Estado, ni para ningún ciudadano del mundo, por más aristocrático que éste sea.
La dama de cabello rubio teñido, y recogido en tres vueltas sobre la coronilla, como queriendo esconder su calvicie y resaltar sus paridos ojos, era tal vez la más intrigada, había dejado su país en una de las más crueles hambrunas vividas por los habitantes de Bajos Pirineos, su fuerte acento mezclado a su lengua de adopción delataba la edad de su destierro, se acercó mirándome de pies a cabeza con el desprecio que miran los no perseguidos a los desamparados, y en tono despectivo se dirigió a mí: -No será usted el primero, ni el último que seguramente caiga en manos de las autoridades, ya verá que a medida que vayamos adentrándonos en el país de sus anhelados sueños, los controles se harán más rigurosos, ellos no fallan, ellos son implacables, ellos no creerán sus cuentos, los pajaritos de oro que con gran destreza usted pinta para distraer incautos, desaparecerán de la misma manera que a su imaginación llegaron, su castillo dorado se desplomará como los naipes de la baraja del ahorcado, y usted será atrapado y devuelto como los otros miserables, a ese lugar donde la inmundicia aflora, y de donde nunca debieron haber brotado.
Mi única válvula de escape en esos momentos de angustia eran mis sueños de poder sentarme un día, en completa armonía y en uso de buen retiro, a escribir mis memorias, yo diría que ese intenso deseo, se me había convertido en una obsesión desde que comencé a deambular por el mundo, desde que me resistí a ser utilizado, desde que entendí que la mejor alternativa que tenía para hablar de temas trascendentales, era dirigirme la palabra a mí mismo, desde que me di cuenta que la redacción era la única forma de ser tomado en serio.
Un buen vaso de whisky sobre mi escritorio que no tuviera que compartir con ningún jefe de prensa, papiros y pergaminos, una pluma de carey, un sombrero de ala ancha, una guayabera de lino, blanco corcel, un pantalón también de lino, blanco oruga, y mocasines de gamuza sin calcetines, blanco turbante; una terraza en adoquines de mármol desgastado que en el zenit reflejara tímidamente el vuelo de las aves del paraíso, desde ella, una vista a una espesa vegetación a orillas de un delta formado por aguas claras de un río coralino, engendrado en entrañas de volcanes serranos, corrientes de aguas vivas quesensualmente contoneando en lontananza su cauce, entre palmeras y guayacanes, con la llegada del crepúsculo y antes del amanecer, se entreguen sin tapujos ni pudor, al turquesa del golfo de los siete mares.
En mis cuentas no existían cargos posibles que me hicieran pensar en una posible condena, que diera al traste con mis sueños, y que me obligara a escribir mis memorias tras las rejas. No estaba en mis planes tener que comprar minutos de celular o intercambiarlos por favores sexuales en el patio de reclusos, para planear en clave, la fuga de mis escritos, la libertad de mis pensamientos, la osadía de confesarme ante el mundoy de pedir públicamente perdón por mis pecados.
Todo estaba claro, si las leyes del hombre, me hallaban culpable de conspiración, falsedad en documento público y traición a la patria, no habría escapatoria, ni rebajas de penas, ni casa por cárcel, ésta está oficialmente reservada para la élite de los delincuentes amigos del Estado de turno. Para muchos la confesión de un simple diplomático de un país de segunda categoría, no trasciende, no es noticia mundial, no le quita el sueño a nadie, pero mi confesión, la de un diplomático de primera línea, la de una autoridad en materia de negociaciones entre los países más prestantes del planeta, sin duda alguna revolcaría uno por uno, los cajones de los secretarios de las más imponentes casas de gobierno, y pondría patas arriba las mesitas de noche de los dirigentes de bajo costo.
¡Qué buena vida me esperaba, sentarme a escribir desde mi terraza en uno de los paraísos fiscales más reputados y protegidos, mis memorias de cinco céntimos, mil sobornos, y un solo y único desplante a manos de un honrado dirigente, sin que nadie viniera a meterle mano a lo que ya fue, a lo que ya gané, a lo que a mi tumba no me llevaré!
¡Qué lujo, qué honor, qué desagravio, poder tener como invitados, escritores, filósofos, músicos, actores, dramaturgos, pintores, historiadores, y demás soñadores, sin no tener que cerrar las puertas para que aquellos arrepentidos como yo, a mi casa, también puedan entrar, y con la armonía de las notas, sus oídos por siempre deleitar!
Para ser más claro y directo, ya estaba hasta la coronilla de gente sin escrúpulos, de arribistas con derechos, de barriles sin fondo mantenidos por el pueblo, poseídos por el único estímulo que se inventó para no tener límites, el vil metal, el vil dinero. Mi ira con el correr de la marcha no tenía sosiego ni vuelta atrás, mi renuncia parecía con el pausado andar de la locomotora, inminente.
Si en el próximo control migratorio, se me comunicara que sobre mí, corría una orden de captura, una alertaroja, un impedimento de circular libremente, una notificación de ser un peligro para la sociedad, un yo no sé qué más, una acusación infundada que nos convierte de hecho en presuntos delincuentes, terroristas por fuera del sistema, sin titubeos ni cuentos de pajaritos dorados, ipso facto y sin mediar palabra, estaría detenido, y todo lo que dijese podría ser utilizado en mi contra.
Entonces halé con fuerza las riendas del carruaje de mis desbocados pensamientos hacia atrás, con el firme propósito de detener, y no hacer girar más, los negros cimarrones que en mí galopaban sin cesar; buscando desahogar mi grito de desesperanza, ante las amenazas de tan noble dama y tan respetada sociedad, con alevosía levanté la mirada, y ella ahí de pie, aún estaba, los pelos de su nariz aguileña combinaban perfectamente con la vellosidad de sus pantorrillas y la sensualidad de sus axilas, la forma de la misma, con sus largas uñas de manos y pies, encarnadas, enrolladas, y pintadas con esmalte de tonos morados, como para no desentonar con las ojeras de sus tenebrosos y paridos ojos; su exuberante esperpento se atrincheraba en el núcleo de su macabro halo, el cual se desplazaba en punta de pies a su antojo, por pasillos, camarotes, vagones de carga, sin dejar de encaramarse sobre los techos de éstos, aterrorizando niños, ancianos, clandestinos desahuciados, cobardes, ineptos e incapaces de darle su merecido, o de arrojarle al vacío, ante sus insultos y despropósitos.
Con toda franqueza, por más valiente que siempre me haya creído, y al carecer, como esos pobres diablos, de ese instinto de asesino circunstancial, sus últimas palabras dirigidas a mí, también me impactaron, también lograron con su voz de ultratumba, acelerar mi ritmo cardiaco: -…su castillo dorado se desplomará como los naipes de la baraja del ahorcado, y usted será atrapado y devuelto como los otros miserables, a ese lugar donde la inmundicia aflora, y de donde nunca debieron haber brotado.
Su figura como tal, ningún temor me causaba, en mi profesión había tenido que lidiar con más de una bella dama parecida, arpías peores que en las alturas fijaban sus miradas, en picada dirigían sus largas alas hacía mí, y enterrando sus garras sobre su presa, con el botín en sus manos, levantaban airosas su vuelo.
Con todo mi odio acumulado durante mis primeros años de infancia, ante el acoso y maltrato al que fui sometido por los portadores de la moral pública, sin clemencia clavé mi mirada por debajo de sus caídos párpados en sus paridos ojos, mientras mi tacón se encargaba de reducir a escombros su macabro halo, una agresión física aprendida podría estar complicando mucho más mi desfavorable situación, al vislumbrar sin rumbo, el próximo control policivo.
Saqué de mis entrañas la fuerza necesaria para dirigirme a ella de la manera más cortés, que no desentonara con mi oficio, pasé saliva y entoné con bajeza y voz difunta, las frases más patéticas que un hombre de mi nivel haya podido pronunciar en su vida; en mi pecho entonces la inmundicia afloró: Conmigo a metros, el tigre no sabe siempre a quién le sale, pieles de él también hemos visto lucir a los más grandes criminales, mi bella dama, no será usted la primera, ni la última víctima, que seguramente después de caer en mis manos, se me sea atribuida, cada vez que vayamos adentrándonos en el país de mis anhelados sueños, con la llegada del solsticio, las noches se harán más largas y tenebrosas, mis pajaritos de oro dormirán, la luna llena incitará el aullido de los lobos, e iluminará el camino de los murciélagos que entrarán por su ventana, chuparán y harán brotar al amanecer por cada uno de sus poros, sangre de cucaracha; éstos en su huida, dejaran el lugar del siniestro expedito, para que los cuervos se encarguen de sus paridos ojos, ellos tampoco fallan, ellos son implacables, ellos con gran destreza también borrarán todas las evidencias de los vejámenes cometidos contra su exuberante esperpento, entonces las autoridades en las que usted tanto confía, y con las que usted tanto cuenta para deshacerse de hambrientos en busca de un pedazo de pan, subirán al tren para ocuparse de temas más importantes, como el desahucio de su cadáver. Yo por mi parte seré atrapado, y tras las rejas seguiré contando cuentos para engañar incautos, pero en lo que a mi imaginación respecta, por primera vez seré condenado por un crimen que en ella he perfectamente maquinado. Sólo le puedo prometer, para no quedarle mal, que una vez salido de prisión, visitaré su solitaria tumba, extenderé uno a uno los naipes de la baraja del ahorcado en el bordillo de su lápida, sin arrepentimiento, con mis uñas aún ensangrentadas, erradicaré la maleza, sembraré flores negras, escupiré con rabia sobre ellas, y así regaré la hiedra, para que en nuestro mundo, nunca más la luz de las tinieblas, vuelva a brillar, la inquisición vuelva a aflorar, ni la infamia, la llama de la oscuridad vuelva a atizar.”
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