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¿Por qué ofende tanto el tema de Wendy Sulca? Un espacio de reflexión en torno a lo que fue el primer capítulo del salto de los fenómenos de Youtube a los escenarios de conciertos en Bogotá, algo más que sólo ir a reírse de alguien. Y también, el por qué le debemos tanto al Burro Mocho.

(ANOTACIÓN: SEGÚN REPORTES QUE HE RECIBIDO, LA PLATAFORMA DE COMENTARIOS NO ESTUVO FUNCIONANDO EL DÍA LUNES. PARECE QUE YA HOY ESTÁ ACTIVA. MIL DISCULPAS POR ESE INCONVENIENTE TÉCNICO)

 

wendy1.jpgLa pequeña Wendy, no tan pequeña. Foto cortesía del Festival Centro

 

 

samll.jpg

Recuerdo el día que Vicky la Robot [wiki] llegó a Colombia. Algunos detalles residen en la memoria; otros, es probable que los complete la imaginación. Debió ser a finales de los años ochenta. Creo que era el noticiero 24 Horas el que tenía la primicia: una entrevista en vivo en estudio con el personaje de la serie que había llegado a Bogotá para un evento de caridad. Durante varias temporadas, en las que la pequeña con voz robótica se veía idéntica con su trajecito rojo y encajes blancos, el nombre de Vicky (V.I.C.I., “Voice Input Child Identicant)”, había sido la sensación en la no muy generosa programación de la televisión colombiana. Por supuesto, hubo comité de recepción en el aeropuerto El Dorado. 

Ya en la noche, el momento llegó para la presentadora que, si mal no estoy, era la mismísima Adriana Arango: “Tenemos en estudio a la pequeña Vicky, ¡bienvenida!”. De entre telones, apareció una inconfundiblemente formada tiffany-brissette-now-adult-Vicki-Robot-Small-Wonder1.jpgadolescente (Tiffany Brissette), con el mismo atuendo infantil, para responder preguntas en medio de ‘bips’ animatrónicos. Uno de tantos momentos célebres de la pantalla chica nacional.

Por cierto, esta de la izquierda es Tiffany Brissette, hoy. Es una enfermera en Boulder, Colorado (EE. UU.). Su último papel en televisión fue en 1991. Es otro de los nombres en la larga saga de niños estrellas que tocaron el cielo hasta que dejaron de ser infantes.

 

En medio del concierto de Wendy Sulca, el pasado sábado, se me vino a la mente la historia de Vicky. En ese entonces, hubo conmoción. Y lo mismo ocurrió hace dos días: un club de fanáticos con pancartas y camisetas “I love Wendy” abarrotó el teatro de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño -en el II Festival Centro-, y coreó todas sus canciones. La niña fue un éxito. Algo tenebroso porque hasta ese momento, yo pensaba que quien va a ir a ver a Wendy Sulca y o a la Tigresa del Oriente -como ocurrirá en el próximo Carnaval de las Artes de Barranquilla-, no era porque le gustara su música sino que estaba decidido a burlársele en la cara cuando cantara ‘Cerveza Cerveza’ o ‘La tetita’ (reza uno de sus coros “Mmm, que rico”). Y no fue así. Había un impresionante ambiente de respeto y admiración. A quienes no estuvieron y sostienen que los que fueron fue por ignorantes o por puro morbo, debo decirles que están juzgando a priori.

A mi me impresiona porque recuerdo que no hubo tanta expectativa cuando se anunció la venida de una banda como R.E.M., como con este concierto que no sólo le generó una extraordinaria cantidad de prensa al Festival Centro, sino que despertó a un público que pocas veces se porta tan efusivo.

¿Qué pasa? Hay muchas preguntas: ¿Se están trasformando las audiencias, al menos, las bogotanas que acuden a los conciertos? ¿La gente no está buscando necesariamente la calidad musical sino otra nueva forma de entretenerse? ¿Las nuevas figuras no están potenciadas por su prestigio sino por su golpe de fama en una red social? ¿Es más valiosa la autenticidad insólita que Youtube se encarga de revelar en cualquier rincón del planeta que lo que los defensores del buen gusto llaman ‘calidad musical’? ¿Y es que acaso había alguna razón para que Wendy no se presentara en Bogotá?

Ayer Simón Calle, un musicólogo colombiano y estudioso del jazz residente en Nueva York, me decía que no se debía pensar en lo que pasó como una tendencia, pues la muestra no era representativa (el teatro tiene un aforo de apenas 550 -que fue superado e incluso mucha gente se quedó afuera- y el festival fue recibido por un círculo específico del público bogotano de clase media y alta). Quiero creerle, y me ayuda el recuerdo de Vicky: Lo más probable es que Wendy desaparezca después de esto y que, cuando crezca, retorne a su vida normal. -A la Tigresa, la fama sí le llegó viejita-.

tongolele.jpg

El tema de la venida de Wendy y la Tigresa generó un caluroso debate en Facebook, entre expertos y músicos, que iniciaron entre otros el salsómano Fernando España y el actor Julio Correal (homónimo del promotor musical). Algunas voces consideran que es un despropósito haber traído a Wendy Sulca. Se habló incluso de por qué la FGAA invierte dinero que proviene del distrito en este tipo de cosas y no en promover “real talento nacional”. Otras, como la del musicólogo Angel Perea, apuntan a que es totalmente legítima la idea de que la Tigresa participe en un encuentro cultural que está íntimamente ligado a la idea de “carnaval” y en el que antes se la ha rendido tributo a la bailarina Tongolele, figura fundamental del baudeville latinoamericano.

El gran debate de fondo era la calidad musical y si eso rivaliza con la idea de un festival. En ese debate se arrojaron otras preguntas más complejas, tendientes a mirar qué está pasando con las músicas tradicionales, pero creo que este blog es un espacio muy pequeño para discutirlas.

Si la Caja de Resonancia es un medio de comunicación, es decir, si a este sitio le compete algo de responsabilidad como la que le cae a los medios de comunicación por promover artistas que no merecen estar ahí, yo debería estar en la hoguera: yo alguna vez presenté acá a Yazuri Yamileth (la de la Gilette), obviamente como una broma, y tuve cierto eco. Incluso en su artículo en Wikipedia, aparece mi entrada como una “referencia externa” de Yasuri. Válgame Dios… ¿Qué tal si el fenómeno Youtubero hubiese traído a la célebre-por-un-día Yasuri -que por fortuna terminó siendo una farsa radial- en lugar de Wendy Sulca?

Por eso me interesó ir a ver este concierto: quería ver si en verdad la FGAA estaba cometiendo un error; si se estaba exponiendo a una niña a una multitud feroz que la ridiculizaría tan pronto se subiera al escenario. Y sobre todo, si de verdad hay gente a la que le gusta esto.

 

Mi comentario acerca de la presentación de Wendy Sulca: Yo me divertí hasta cierto límite. No me pareció chocante la idea de que la gente le celebrara todo. Sí me sorprendió y cambió percepciones que tenía sobre el tema.

Como es costumbre en estos éxitos peruanos populares, la cantante salió junto a un “presentador”, quien la introduce con el público y termina siendo una segunda voz. Aún en medio de lo improvisadas y hasta robóticas -¡como Vicky!- que se ven algunas cosas (este señor le daba el paso a Wendy para que entrara al escenario haciéndole señas con la mano), hubo una propuesta escénica, un dominio del público. Salieron junto a una banda de cinco músicos, caracterizados por el arpa amplificada.

Se notaba el esfuerzo de estos músicos por intentar encajar en un público que está usualmente más cercano a Daft Punk que a su propia cumbia: A cada canción -que es básicamente un huayno (ritmo indígena peruano) potenciado con instrumentos eléctricos, en especial los teclados- le agregaron al final un curioso cierre forzado de unos cuantos acordes de rock new wave ochentero que creo que no clasifican ni para jingle de Frutiño.

Un músico al que admiro bastante (su conocimiento interpretativo va desde el renacentista John Dowland hasta la chicha peruana) y que estaba al lado durante el concierto, me dijo en cierto momento “Wow, esta música es complicadísima de tocar, qué estructura tan jodida”. Y me lo decía en serio.

 

Aquí, un video de la presentación de Wendy Sulca, en Vive.in:

 

 

Sí hay un ingrediente que corta con nuestro lado moral y nos indica que hay algo mal. Ejemplo, el momento en el que la niña peruana se lanzó a hacer un cover de Madonna: ver a una menor de 14 años, proveniente de una provincia peruana tan ligada a la sangre indígena, cantar ‘Like a Virgin’, es como ser cómplice en una escena de precocidad sexual y, a su vez, de ridícula globalización cultural. Y qué decir de su invitación a tomar cerveza, a la que el público masculino respondió con fervor.

Las cosas indican que el fenómeno, como anotábamos ayer en otro nuevo debate en Facebook, no lo entendemos ni quienes comentamos de música, ni quienes asistimos a conciertos, y al parecer tampoco lo alcanzan a entender estos mismos músicos: Más allá de ir a ver a alguien que produce risa en Youtube, hubo un concierto que despertó pasiones. Sorprende porque estamos viendo a un público cosechado por Youtube.

Pero no hay mucha novedad en lo artístico: Wendy es, como la tigresa y el Delfín Quispe, figuras de los circuitos de la música popular –(propongo que entendamos en este momento el término “popular” bajo la concepción que define hoy a la industria musical, no al concepto musicológico que comprende a las músicas que no surgieron del entorno académico, es decir todo lo que no es clásica, del periodo romántico o del neoclásico, etc)-, de esas que hacen correrías por las provincias y venden cantidades de discos en las rutas conectadas por una carretera. Estos personajes no son valorados en Lima o en Quito, según comentan los colegas periodistas peruanos. 

Llevándolo a referentes colombianos, es el mercado que en este país conocen y dominan muy bien Galy Galiano, Darío Gómez y Jorge Barón, padrinos de los nuevos músicos populares. Es el país que no conocemos quienes estamos en las capitales.

Es la Colombia de Jhonny Rivera, así se nos caliente la sangre. Los ‘defensores del buen gusto’ somos una inmensa minoría… Así Jhonny diga que es ‘mejor solito’, tiene 44 millones de clientes potenciales.

 

 

Pero Jhonny no nos parece TAN exótico y colorido. Me atrevo a pensar que es porque esos asistentes al Festival Centro no lo conocimos por Youtube, sino por los canales convencionales que la industria musical siempre ha ostentado.

 

Rolos mirando hacia a la cumbia colombiana

Las resurrecciones de las cumbias argentinas, mexicanas, peruanas, le deben la gran herencia a la cumbia colombiana. Eso es algo que se dice, que está documentado, pero que al parecer por falta de apropiación de esta riqueza, no la defendemos como se debe.

Dice el francés Oliver Conan, líder de Chicha Libre y estudioso del género peruano, que grupos peruanos de los años 60 y 70 como Compay Quinto y Los Ribereños son catalogados como cumbia, aunque no tocaban cumbia realmente, porque era producto de la importancia que cobró en el mundo la cumbia colombiana, mucho antes: a ese bus se subieron grupos del resto del continente, y empezaron a llamar ‘cumbia’ lo que tocaban. 

“Para empezar a tocar cumbia, tan sólo refiérete a lo que tocas como ‘cumbia’… usar un güiro puede ayudar”, concluye sarcásticamente.

El Festival Centro explotó las cumbias de todos lados, y en especial la colombiana, no sólo programando al Frente Cumbiero, sino al excelentísimo Noel Petro (que en su época, era el innovador de la cumbia, tan atrevido entonces como ver hoy a los jóvenes DJs mezclando el género con scratch).

A continuación, un video de la presentación de Noel Petro en el Festival Centro:

 

 

Creo que hay algo poderoso, y es que así sea a través de Wendy Sulca, hubo un capricho para llevar a gente joven a ver a Noel Petro. Para muchos de nosotros fue la primera oportunidad de verlo en vivo. Y a él se le vio emocionado por encontrar a tanta gente joven y rola frente a él. Talvez sean 550, lo más lógico es que no lo llamemos una “tendencia”… pero detrás vienen el Frente Cumbiero, Papaya Republik, Systema Solar, Bomba Estéreo, Sidestepper empujando un público que está gozándose de nuevo esta música.

O Los Claudios de Colombia, quienes protagonizan este documental dedicado a la influencia que tuvo sobre ellos el Burro Mocho y su requinto electrónico:

 

 

Bátori, el cantante de Papaya Republik, me lo explicó hace un tiempo de la siguiente forma: “Llevamos la cumbia en nuestro ADN musical, y por más tranceros que nos creamos, una cumbia o un porro nos lo activa, sólo se trata de hacerlo escuchar de nuevo”.

¡Larga vida al maestro Noel Petro! Y un futuro no tan robótico para Wendy Sulca…

 

Suerte y pulso.

 

 

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Yo, Carlos Solano, su autor, soy periodista, ejerzo actualmente como subeditor de Cultura de EL TIEMPO y trabajo con la música desde mediados de los años 90. Espero disfruten este recorrido.

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