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Hoy les quiero hablar de algunos momentos de vida, de esos que no encontrarán en libros de texto, ni verán en conferencias, pero que quizá oigan como chismes sobre mí.

Recuerdo ese día de 2003, en que me vi completamente vencido por la inminente quiebra de mi empresa, de mi sueño. Ese sueño que comenzó con una idea sentado junto al Potomac mientras pensaba realmente qué quería hacer de mi vida.

Nos llega un momento en la vida en que hacemos un alto en el camino y pensamos realmente qué queremos ser cuando seamos grandes, o más bien qué queremos hacer para ser grandes. Y al ser grandes me refiero a que cuando miremos sobre nuestro hombro, podamos sonreír con la satisfacción de los sueños cumplidos, el deber logrado, las responsabilidades cubiertas y darnos cuenta que crecimos por nuestra tenacidad, humildad, capacidad de aprendizaje, de enseñanza, de reflexión y de aporte; porque grande es aquel que subió a la montaña no para dominarla, sino para ver la grandeza del mundo y aprender de él, y que al bajar les enseñó a otros a subir. Por eso, un maestro no es solo quien domina una arte, sino quien lo enseña.

Sentado junto al río, vi a dos personas mayores caminando felices de la vida y tomados de la mano, y me pregunté cómo se puede llegar a ese estado de tranquilidad, donde las responsabilidades han quedado atrás, y sobre todo la responsabilidad máxima que continuamente eludimos: la de dar lo máximo que podemos dar.

Para poder hacerlo, debemos comprender en qué somos buenos, qué limitaciones tenemos, qué talentos nos acompañan, qué falencias debemos cubrir y sobre todo aceptarnos como somos. Cuando tenía cerca de 15 años, era un dedicado jugador de voleyball en el colegio, con total entrega y pasión por ese deporte, al punto de ser seleccionado por el equipo nacional para representar a Colombia en un torneo en Brasil. Entrenaba duro todos los días, veía videos de partidos, analizaba jugadas y esforzaba mi cuerpo al máximo para dar lo mejor de mí. No, esta no es la historia de una lesión que deja a un joven lejos de su sueño, es aún más triste y deprimente.

Pese a ser uno de los mejores jugadores que había en el país, siempre fui la banca del titular, por una razón contundente: soy enano. Solo mido 165 centímetros, para jugar en un deporte donde la acción pasa a más de 230 centímetros sobre el suelo. No hay forma de solucionar lo que somos, solo aceptarlo y vivir con ello.

Esto no me deprimió, aunque debo aceptar que ese día comprendí que venía de cuna humilde, que siempre sería enano, narizón, con alta propensión a ser gordo y calvo. Por eso tomé una enorme decisión que cambiaría mi vida para siempre. Es bien sabido que para conquistar a una bella mujer es muy útil ser alto, bello, bien presentado y ayuda mucho tener dinero para disfrutarlo con ellas, y simplemente no contaba con nada de eso, y por eso decidí mejorar mi labia, mi capacidad de habla, de contar cuentos, de divertir y de enseñar. Está bien ser feo y enano, pero se puede ser un enano feo y divertido. Hoy tengo la fortuna de estar casado con una maravillosa mujer, que no solo es hermosa al punto de haber sido modelo y reina de belleza, sino que es una brillante investigadora con quien debato continuamente. Sí, lo logre, pese a toda mi biología y origen económico, la labia me permitió conocer y vivir a una gran mujer.

No digo esto como chiste, ni como un cliché donde el hombre debe buscar a la mujer más bella, sino como una reflexión que cambió mi vida para siempre, al comprender quién era yo, qué defectos tenía y cuáles capacidades podía desarrollar en mí.

Todo esto lo recordada cuando decidí crear mi primera empresa, la primera de 5 que ya tengo, y dos que vienen en marcha. Ya había estudiado mucho y portaba un título de maestría y acababa en ese entonces mi doctorado trabajando para un ente multilateral en Washington y gozando de todos los beneficios que este mundo me podía dar. Sin embargo, sabía dos cosas fundamentales: no estaba explotando mi potencial y estaba en una zona de confort. Y si algo me ha alterado, es saber que algo no está bien y no hacer nada al respecto. Así que renuncie y volví a Colombia.

¿A qué volví al país? A crear mi primera empresa, de la cual estaba seguro sería exitosa y arrolladora, porque lo que yo pensaba era su gran valor agregado sería fundamental para el futuro del país. ¡Ah craso error! Porque una cosa es que uno crea que lo que hace es bueno para todos y otra muy diferente que realmente lo sea, y más aún que a los demás les interese. Así que en 2003 –como les comentaba– estaba sentado en la sala de mi casa, con una empresa quebrada y con deudas exorbitantes, por culpa de mi arrogancia y falta de humildad.
Aún no recuerdo cómo pasó, pero ordenando las cosas que quedaron de la empresa, descubrí un pequeño texto que había escrito para una conferencia sobre economía y cultura en La Habana, donde dibujaba la comprensión del gasto de los hogares en bienes e industrias culturales –cosa que años después llaman Economía Naranja– y me di cuenta de la segunda lección que les quiero compartir de mi vida: comprendí que de las grandes pérdidas quedan pequeñas ganancias, y que si las valoramos son la semilla de un futuro incalculable.

Como todos ustedes, cuando hago algo, lo hago bien, con pasión, con entrega, con estudio y dedicación, y cuando redacté ese documento, lo hice en tal nivel de trabajo que de allí nació lo que hoy es RADDAR, mi segunda empresa, y que dio origen a un grupo empresarial que hoy tiene mediciones en más de 17 países, siendo el tanque de pensamiento de consumo más grande de Latinoamérica, y que nació de un texto escrito para un evento, encontrado en el momento de una quiebra, por un joven empresario, que lo único que tenía seguro en la vida es que sería un enano feo.

Todos dicen que hacer empresa en Colombia es muy difícil, y yo tengo que decirles que eso no es cierto. Que se puede, y que desde Bogotá se pueden crear redes mundiales de negocios y conocimiento sin precedentes, solo con la virtud de hacer las cosas con pasión.

A los colombianos nos gusta quejarnos por todo. Por los trámites, los impuestos, los costos, las normas laborales, el clima, el entrenador de la selección de futbol, los jueces de los reinados de belleza y últimamente de sus presentadores. Lo curioso es que pese a que nos quejamos todo el día de miles de cosas, todos los días resolvemos miles de problemas. Hoy hay más de 1 millón de empresas creadas legalmente en el país, lo que significa que hay una empresa por cada 50 colombianos, siendo quizá el país con más empresas per capita en el mundo. Lo que contrasta con la idea de que es imposible hacer empresa acá.

Hacer empresa es una experiencia maravillosa, porque no es solo convertir nuestros sueños en realidad, sino vivirlos día a día, logrando cumplir los sueños de muchas otras personas. Cada empleado que tenemos, cada cliente, cada proveedor, tiene sueños y gracias a nuestro trabajo, se van volviendo realidad, y cuando nos damos cuenta de eso, comprendemos que no es posible hacer un solo sueño realidad, sino que muchos sueños se hacen al mismo tiempo, porque mucha gente lucha por ellos.

Todos los empresarios comenzamos siendo Quijotes que sueñan con viajes maravillosos, y rápidamente nos enfrentamos a la verdad de la vida y sus complejidades, porque no basta con tener una gran idea, sino tener la tenacidad de llevarla a cabo. Por eso, pasamos de ser soñadores, a gerentes en general, haciendo de todo para la empresa. Tiempo después llega el complejo momento de delegar, que no es otra cosa que confiar en que alguien haga por uno lo que uno sabe hacer bien, sin importar que lo haga de manera diferente, y poder vivir con eso. Este proceso inevitablemente nos lleva a ser bomberos, porque debemos apagar los incendios causados en el proceso y poner el pecho ante las consecuencias del cambio. Cuando las cosas están estables, y las cosas marchan solas, nos quedamos sentados mirando el sueño, y por alguna razón nace otro sueño en nuestro corazón, y volvemos a comenzar.

La vida del empresario no es la de hacer, sino de la crear y delegar, la de cambiar el mundo continuamente, la de retar la estabilidad y la mediocridad que tenemos dentro. Cuando comprendemos esto, y sabemos que nuestras decisiones afectarán los sueños de muchas más personas, es cuando podemos decir que lo logramos, y que es momento de volver a comenzar.

Muchas veces me quise rendir, botar la toalla, dejar todo tirado. No les diré que no. No obstante, la tercera lección que la vida me dio y les quiero compartir es que rendirse es el error más grande que se puede cometer. Se dice que es más bello el viaje que la meta, pero no hay nada más bello que recordar el viaje desde la meta lograda.

En 2003 no me dejé vencer de una quiebra, ni en 2005, ni 2006, ni 2007, y en las 6 quiebras que he tenido nunca me rendí, y quizá por eso hoy estoy frente a ustedes para decirles que en esta vida no está permitido rendirse, pero sí perder, equivocarse y quebrarse.

Hace muchos años, cuando comencé con RADDAR, comprendí que no podía hacer lo mismo que hacían todos, sino que debía mejorar las condiciones del juego, y por eso comencé con un discurso que ha sido mi dogma continuo y la base de las alegrías de mi vida: el objetivo de toda empresa es satisfacer las necesidades del consumidor, y por eso las utilidades son solo el resultado.

Para poder venderle esta idea al mundo, debí comenzar por explicarles que un comprador no es un consumidor, que no son lo mismo; que compramos las cosas por razones muy diferentes a aquellas por las que las usamos, y que por eso debíamos entender que el comprador y el consumidor, pese a ser la misma persona, son dos personalidades distintas que buscan cosas diferentes. Un comprador es un cazador y un consumidor es un buscador, el uno consigue cosas de la mejor manera, y el otro busca su bienestar con las cosas que tiene. Me llevó más de 10 años explicar esto, para que hoy más de 100 empresas en Colombia tengan estos indicadores en su scorecard y hayan focalizado su negocio a la satisfacción al consumidor, gracias a que el tema se volvió de moda en el mundo, y cuando las empresas se voltearon a preguntar quién sabía de eso, todos nos señalaban, como al loco de Copérnico que decía que la tierra era redonda. Gracias a que no nos rendimos, a que creíamos en que lo que decíamos tenía sentido y fundamento, pasamos de ser los locos que decían cosas diferentes, a ser los que siempre había mostrado el camino.

¿Cómo no rendirse? No lo sé, ni se los puedo decir, solo sé que eso viene desde el corazón, porque si uno está haciendo lo que ama, nunca se va a rendir, porque es como rendirse de cuidar lo que se ama, lo que se cree, lo que nos mueve. Por eso el consejo sí puede ser simple: haga lo que ama, no lo que le toca. Un buen ejemplo de esto, es vender lo que le gusta comprar, o de lo contrario fracasará vendiendo algo, que ni quiere tener, y por eso no puede transmitir la pasión que debe contagiar a sus clientes y equipo de trabajo.

Hoy les he contado de tres lecciones que la vida me ha dado: reconocer quien soy, ver las pequeñas ganancias de las grandes pérdidas y nunca rendirse, y son muchas más con las que me ha golpeado y estoy seguro que vendrán otras, pero si algo debemos comprender los empresarios, los líderes empresariales, los directivos del futuro como ustedes, es que la vida siempre nos tendrá lecciones y debemos estar listos para aprender de ellas.

No puedo terminar esta intervención sin hacer una inevitable reflexión. Los empresarios somos los que estamos proponiendo continuamente mejores soluciones al mercado y si bien para algunos esto puede ser obsolescencia programada, la verdad es que como empresarios sabemos que si tenemos un nuevo avance y desarrollo de un producto, es nuestro deber lanzarlo a mercado, porque es más importante la satisfacción del consumidor y su calidad de vida, que las estrategias de crear riqueza sin ética. Estoy convencido que la reducción de la pobreza y la mejora en la calidad de vida de las personas, recae más en un buen empresario, que en un ministro de hacienda, porque se logra más creando un producto que nutra a niños pobres y ricos por igual, que subiendo las tasas de interés para afectar el mercado.

Hoy el mundo está herido por la ambición humana, el egoísmo y la necesidad de poder, que nacen de la búsqueda insaciable de riqueza, ante la obsesión que tenemos de poseer y disfrutar. Por eso es fundamental que demos un paso más allá y nos volvamos obsesivos con hacer las cosas que nos apasionan, con cumplir nuestros sueños y ayudar a otros a cumplir los suyos, porque son los sueños cumplidos los que han cambiado al mundo. Soy un creyente del rol de la microeconomía, y en particular del mercadeo, de ese mercadeo que hoy es una ciencia social, que tiene como objetivo identificar las necesidades de las personas y satisfacerlas lo mejor posible cada día, y por eso los llamo a que cambien en este mundo de rentabilidades de corto plazo, por un mundo de mercadeo ético, por un mundo markético.

Hoy ustedes se gradúan, pero hoy no han cumplido con su meta, porque un título no se muestra, se demuestra, y desde hoy deben demostrarse a sí mismos, a su familia, a la universidad, a las empresas, a su país y al mundo, que no importa si son unos enanos feos, sino que son unos maestros en aprovecharse de eso para satisfacer las necesidades de los demás cumpliendo sus sueños.

Muchas gracias.

*Estas fueron las palabras que dí como Discurso de graduación de postgrados de administración de empresas del Rosario 2016, ante la gentil invitación del Dr. José Manuel Restrepo.

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