Les hablo a todos para contarles algunos dolores, que algunos consideran tiernos, otros irrelevantes o exagerados, pero son sensaciones que están ahí y los sentimos, callamos, disimulamos.
Ser papá en nuestra sociedad es traer el pan a la casa, ser el rol de la disciplina, mostrar fuerza, tenacidad, ser un caballero de brillante armadura, ser un referente para nuestros hijos; pero esto se diluye con la cotidianidad, porque el poder traer el pan a la casa requiere no estar en ella, no jugar con ellos, no verlos crecer, no poder enseñarles muchas y sobretodo no disfrutar de sus risas.
El tiempo pasa y las cosas cambian rápidamente. Pasas de ser el que lo sabe todo, al que no deja hacer nada. Al mejor juguete de la casa, a ese que solo pide que ordenen. En segundos, dejas de ser el ídolo y pasar a ser el monstruo bravo que pone orden en la casa con una mirada firme y un tono de voz fuerte. Porque después de un día de trabajo agotador, el tráfico, las deudas, los problemas, solo quieres llegar a casa y tener un momento de calma y felicidad, pero a veces, cuando llegas, el ambiente es tan difícil que pasas de ser papá a ser un padre frío y distante.
Todo comienza en un duro momento, que las mamás no comprenden del todo y que muchos hombres niegan, pero que nos atraviesa el alma sin compasión. Estás jugando con tu hijo, a cualquier cosa, inundados de alegría y emoción, y sin quererlo, algo pasa, el niño se pega con algo, y lo primero que hace es decir “mamá”, y el alma de ese papá se siente vacía, dolida, inútil, insuficiente, porque cuando el niño necesitó protección, cura, soporte, apoyo, no lo buscó a él, que lo tenía a lado, sino a su mamá, que está más tiempo con él, y le ha dado cariño por más tiempo.
En momentos como esos callamos, y descubrimos que existen lágrimas que brotan hacia adentro, y que van alimentando ese frío río de la tristeza que nos llena, por ser padres y no ser papás, por ser proveedores y no estar presentes más, por ser un mecanismo en el juego de la vida y no poder ser más el juego mismo.
Cosas así nos van pasando. Algunos que tienen niñas, saben esa mágica relación que se tiene con ellas, las fantasías maravillosas que se despliegan, la capacidad que tenemos los papás de jugar a las muñecas, y el gran dolor que nos ha dado los tiempos modernos. Me refiero, a que antes, los papás no bañaban a las niñas, por el tema del decoro y el pudor, como no se cambiaban pañales ni se les ayudaba a vestir; pero hoy en día, los papás hacen eso y mucho más, hasta que ella deja ser niña y te dicen que ya no puedes hacerlo, y sientes cómo te quitan un pedazo de tu vida, como si te arrancaran un brazo, simplemente porque eres hombre, porque eres padre y ahí no importa que seas su papá.
Son muchos los dolores que callamos, que no contamos, porque la sociedad nos pide ser fuertes robles, que trabajan por la familia y que traen lo necesario, pero a costa de perder la magia de esos niños, los momentos no vividos, las sonrisas no escuchadas y esas frustraciones propias de ser papá, como que los niños le preguntan más a sus mamás, y muchas veces nos dicen con total inocencia: “mamá lo hace mejor”…
Por eso escribo estas palabras. No para cambiar al mundo, ni para que los niños jueguen más con sus papás, o que en las oficinas nos den más tiempo con ellos. No. Lo escribo sobretodo a las mamás, que ven pasar estos dolores como algo común o pequeño, y se les olvida que los hombres usamos fuertes armaduras, no para ser caballeros, sino porque somos emocionalmente débiles, porque la vida nos ha hecho así.
Muyy cierto, nada mas real
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Con todo respeto, que pendejada.
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