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Por A. Moñino

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Puede que la percepción cambie y que con el tiempo el punto de vista sea diferente, pero me atrevo a afirmar que el reinado de belleza ya no es lo que era antes. Las reinas de ahora no son tan populares como Paola Turbay, Paula Andrea Betancur u otras, que hasta servían de inspiración al momento de bautizar a las “reinas” de cada casa, las “princesas” y futuras soberanas, las Shirleys o Ninis Johanas. No sé si de forma coincidente con el ocaso de los narcotraficantes icónicos, de los reyes a su modo en el país, estas monarquías criollas de la “belleza” también han empezado a caducar.

El reinado ya no capta la atención que tenía en los ochenta o noventa, para desgracia del presentador Carlos Calero y los periodistas de farándula, de don Reinmundo Angulo, de esas señoras con cara de asco expertas en protocolo y de los preparadores de reinas. Presiento que ya poco interesa saber si la “niña” del Guainía jamás a pisado Inírida, o si la del Caquetá no es tan señorita como parece, o que la de Cundinamarca le mostró los calzones a su novio y otros miles más en un catálogo de ropa interior o que la de Barranquilla se ganó el cupo de forma fraudulenta.

Me gustaría pensar que por fortuna ya no estamos tan pendientes de coronas tan absurdas, por donde se le mire, como Miss Fotogénica, la reina de la puntualidad (porque ese ya es Héctor Lavoe), la monarca de los policías o de la “señorita Silueta” y me encantaría saber que estamos haciendo nuestra propia revolución, nuestra propio grito libertario por tumbar esta monarquía que raya en lo ridículo, esta realeza tan irrealeza que es tan patética como se muestra en la película ‘Little Miss Sunshine’, sólo que en este caso no es de ficción y es con gente grande.

Y no se trata, como es habitual, de caerle a las “señoritas” participantes, que resulta lo más fácil. Tildar de brutas a esas mujeres expuestas a la artificialidad de respuestas prefabricadas políticamente correctas y de ser casi maniquíes perfectos es un despropósito. Sólo hace falta ir a alguna universidad u oficina a hacer las mismas preguntas o pedir los mismos discursos a los que se ven obligadas estas reinas, para darse cuenta de que tanto hombres, como mujeres, altos, gordos, “feos”, “bonitos”, jóvenes o viejos probablemente responderían igual o peor.

Acá de lo que se debería tratar es de aprobar la eutanasia para este evento moribundo, de dejar ir de una buena vez ese popular fenómeno de otras épocas no tan gratas, de mandar al olvido a quienes hacen de este show de las carnes un negocio rentable para ellos y de por fin dejar de soñar, como un niño atembado, en la “realeza” en este país, donde si acaso tenemos al Rey del Despecho o al olvidado actor de ‘Don Chinche’ Rey Vásquez. Pero eso resulta difícil de imaginar a juzgar por el servilismo que se dio tan natural ante la visita reciente del príncipe Carlos, ese sí de “verdad”.

Aún así, quisiera no estar pensando con el deseo y más bien estar previendo que el reinado de la belleza en poco tiempo se volverá un show marginal de bajísimo perfil hasta que muera, que no tenga ninguna incidencia nacional y que cada día menos familias y sus jovencitas quieran hacer parte de esa “expo-niñabien”, que enorgullece a sus padres con mente en el siglo XVIII y a sus familias en busca de “orgullo”. Que vayamos mandando al cuarto de San Alejo a don Reinmundo, ese figurín caricaturesco, paradójicamente empresario de la lindura, y que mejor esa plata, esa energía y esa parafernalia se invirtieran en cosas un poco más útiles o si acaso menos ridículas, o por lo menos que si usted está ávido de realeza, mejor gaste su tiempo viendo en Sábados felices a Hugo Patiño, el Príncipe de Marulanda.

*Imagen original de Teleorinoco.com

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