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Al llegar a cualquier lugar nuevo te da por empezar a buscar coincidencias con lo que ya conocés. El resultado del ejercicio es en muchas ocasiones estéril, porque la realidad nos da pocos puntos en común y por andar persiguiéndolos te privás de abrirte a nuevas posibilidades. Han pasado dos meses desde la llegada a Colombo, la capital de esta pequeña isla en el océano Índico autonombrada hoy como Sri Lanka. «la isla de los mil nombres».

 

 

Sri Lanka tiene temporadas de lluvias monzónicas de octubre a enero en el norte yel  oriente cuando llega el mozón Maha; luego de mayo a agosto, el monzón Yala, aparece en el sur y el oeste, donde se emplaza la capital. Nomás salir del aeropuerto la humedad, que sobrepasa el 70 %, hace que los 28 grados centígrados lo sintás como 35 cuando las manos se te ponen pegajosas y la ropa se te adhiere a la piel. Sí, como cuando llegás a Neiva o a la Costa. Así pues, mejor empezar a fortalecer la templanza y admitir los hechos: vos no controlás el clima y la isla está en el Trópico. No caben quejas cuando sabés a que atenerte, lo otro es barato.

Debido a su privilegiada localización en la bahía de Bengala, entre el océano Índico y el mar de Omán, Sri Lanka sirvió como base para distintas potencias europeas: Portugal, Holanda y luego el imperio Británico asentaron en estas tierras sus colonias. Las influencias son evidentes en lo exterior tanto en construcciones de más de 500 años hasta algunas tipo art decó del último periodo británico, como en lo interior con los préstamos que estos idiomas hicieron al cingalés —el idioma del 80 % de la población srilanquesa—. Los humanos creemos que cambiando el exterior muta el interior y, como en otros lugares del mundo que fueron sometidos a vivir bajo gobiernos coloniales, esta herencia arquitectónica viene siendo devastada por el afán que combina la búsqueda de identidad propia con el rechazo a todo lo colonial.

Los ceilaneses lograron su independencia de los británicos hace casi 70 años; hoy, no obstante el alto volumen de turismo europeo, en calle miran a los pálidos como cosa rara y buscan tocar el pelo rubio de los niños en una actitud que denota que cargan con el servilismo y arribismo postcolonial que hace mejor a los de tez más clara o apellidos extranjeros —¿pensaste en la Springer? Yo también—. Algo casi estrambótico en esta isla donde todos son de color oscuro. Ejemplos estos de que se quedaron con lo peor: veneración a la claridad de la piel y edificaciones horripilantes. Construcciones que ves cuando caminás por las calles de Colombo mientras por extraño que parezca encontrás las similitudes que buscás. El caos vehicular que arman las motos, los carros, los tuk tuks y los pobres peatones tratando de sobrevivir a los anteriores, el ruido incesante de los pitos, la comida callejera, los pantalones oscuros y las medias blancas, el olor del agua estancada y podrida revuelto con el esmog, hacen que te sintás en la querida Colombia.

Entonces aterrizás duro cuando te acercás a ellos y olés un golpe de ala nivel pollo con curry, o cuando les hablás y te mueven la cabeza como perro de taxi, que no significa ni sí ni no nunca, mientras usan su acento particular en el inglés —lengua materna del 10 % de los srilanqueses—. Mención aparte cuando probás su not spicy comida que te incendia la boca. Ellos se ufanan de que su comida es la segunda más picante del mundo, yo no encontré cuál es la primera, como nuestro himno nacional, sin embargo, demuestran su riqueza culinaria en preparaciones cargadas con muchas especies, donde es normal encontrar curry, pimienta, chiles, clavos y canela. Así seguiré, pues, un rato más en ese ejercicio de encontrar similitudes y agradecer las diferencias.

Ve, que no se enteran que esa moda solo le quedaba bien a Michel.

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