Yo reincido, tú reincides, nosotros reincidimos
Soy de esas personas que se viven quejando de todo, que sientan precedentes y voces de protesta… en Facebook. Desde que estaba en el colegio solía imaginarme la vida como en una película; muchas cosas me escandalizaban y me gustaba el morbo y la adrenalina de ser parte de algo salido de lo común, como ver unos compañeros que acababan en un CAI por fumarse un porro en el parque o que llegara la policía a la casa de alguna amiga que había organizado una fiesta clandestina. Más que alegrarme de la desgracia ajena, me parecía emocionante escapar de la rutina. Sé que suena un poquito enfermo, y probablemente lo sea, pero a estas alturas y con tantas vainas que me cargo en la cabeza, me parece que todo aquello era tan normal…
Han pasado muchos años y yo aún sigo viviendo en una especie de fantasía histriónica donde me imagino que voy a encontrar al papá de mis hijos cuando está a punto de atropellarme con su auto (o su moto, no soy exigente) o que me lo voy a topar en Transmilenio. Aunque ahora que tendré que subirme con mi burca mental en el patético, descabellado y bastante indignante vagón para mujeres, ese sueño ha muerto. Pero además de vivir un poquito escapada de la realidad, a veces juzgo a las personas que tienen comportamientos con los cuales no estoy de acuerdo y que a mi parecer atentan contra su integridad o la de cualquier otro individuo. Me quejo de mis amigas(os) y/o familiares mal casadas(os)/ennoviadas(os), me quejo de que hayan tenido hijos muy jóvenes, me quejo de su vida tan normal y rutinaria (como si la mía no fuera exactamente igual), me quejo de su falta de compromiso con el ambiente como si yo tuviera clarísimo el tema de las canecas rojas, grises, verdes, blancas y azules, me quejo de que fumen como chimeneas aún cuando tosen, viven con gripa y tienen los dientes amarillos, me quejo de que salgan a la calle sin chaqueta cuando hace frío y de los hombres que no cargan sombrilla, me quejo de las que usan tacones los sábados, me quejo de los monotemáticos, de los homofóbicos, de los wannabe, de los bobos con iniciativa, mejor dicho, me quejo de prácticamente todo. Y aún así, yo he caído en más de una de esas categorías varias veces.
Pero más que nada me quejo de los reincidentes. Todas aquellas personas que tienen un algo en su vida (lo que sea) de lo cual no se pueden desprender y que juran y perjuran que no les hace bien, que no aporta nada y que lo van a dejar, pero cada vez que tratan, fracasan por completo. Los reincidentes son esas personas que van dos o tres días al gimnasio y a la semana siguiente están almorzando bandeja paisa e inventando diez excusas diferentes para no volver al ejercicio, o esos a quienes el médico les prohibió comer harinas y azúcares porque viven casi desmayados gracias a una hipoglicemia que limita peligrosamente con la diabetes, pero se auto engañan con pastelitos de arequipe light. Son los mismos que compran chicles de nicotina y se ponen parches para dejar de fumar, que asisten a terapias de rehabilitación para dejar de beber o que le juran a la esposa que jamás en la vida vuelven a ser infieles con la secretaria, la prima, la vecina, la señora de la esquina, etc., etc. Los reincidentes son todos los que tienen una novia/novio, tinieblo/tiniebla, machuque/machuque que les hace la vida de cuadritos, con quienes no van a ningún lugar y no les ofrecen absolutamente nada pero que llevan días, meses y hasta años tratando de dejar y no logran hacerlo. Comparándolos con el que se hace llamar fumador o bebedor social, ellos son algo así como enamorados sociales. Hay un montón de excusas para no salir de ese estado: solo fumo cuando estoy ansioso, solo bebo en reuniones de amigos, solo me acuesto con él/ella cuando me siento solo/a. Y así.
A todos ellos los señalo con mi cortito dedo índice y digo no se puede ser más imbécil, para segundos después mirarme en el espejo y ver que el mismo dedo me señala justamente a mí. Y es que yo soy la peor de las reincidentes. Escupir pa’rriba es mi deporte favorito. No fumo, bebo de vez en cuando, pero creo que me he enamorado unas tropecientas veces, y de esas tropecientas, más o menos el cincuenta por ciento han sido de los mismos tipos. Pasa más o menos dos veces en el año por cada uno y mientras voy exponiendo los peligros del cáncer en los pulmones a las compañeras que se escabullen por las tardes a fumar en el primer piso, me abrazo a mi botellita de licor adulterado cada solsticio, cobijada bajo el pajazo mental de culpar a mi bipolaridad que es más una especie de ansiedad adolescente y visceral de muchachita terca enamorada de la recurrencia. Vuelvo la mirada al espejo y sigo señalándome con el mismo dedo y sosteniendo esa mirada de reproche que es tan desesperante. Los adictos somos así, reincidentes innatos, aferrados a los vicios y quejumbrosos por naturaleza, partidarios de una libertad de expresión imaginaria y construida sobre las débiles bases de la voluntad que no tenemos. El café, el sexo, las despedidas, tantas cosas de las cuales es tan difícil desprenderse. Vamos a ver cómo va la cosa la próxima vez que el sol alcance su mayor altura en el cielo, si hay recaída les cuento. Si no, es porque me fui a vivir al otro hemisferio.
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Blog Personal Desvariando para variar…
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